¿Para qué quieren una Cataluña independiente, si Suiza ya lo es?
Casa de los Pujol-Ferrusola, esta mañana
—¿A dónde vas, qué no vuelves hasta tan tarde? —pregunta el expresidente de la Generalidad Catalana, dejando la taza de café que estaba tomando sobre el platillo.
—A comprar pescado —responde.
—Y para comprar pescado, ¿necesitas todo el día? —pregunta extrañado, el octogenario dueño de Cataluña.
—Sí. Porque primero he pasar por Lausana a sacar dinero.
—Vaya gaita. Menos mal que ya nos queda poco de aguantar estas molestias. Cuando seamos independientes, ya no tendremos que guardar nuestro dinero en el extranjero. Es más, ni siquiera necesitaremos dinero para comprar el pescado. Nos lo traerán, directamente a casa, nuestros súbditos agradecidos.
—Lo sé, querido. Pero de momento nos toca seguir sufriendo las penurias de estar bajo el yugo del estado español —dice la señora de casa.
Se asoma por la puerta y le grita al chofer:
—Fermín, preparar el cotxe!
—Marta, ¿por qué le hablas en catalán al chofer, si solo lleva quince días en nuestra patria?
—Para que vaya aprendiendo quién manda aquí —le responde, estirando todo lo que puede el cuello—. Hasta esta noche, Jordi.
La señora sale de la casa y se monta en el coche camino del aeropuerto del Prat.
Torre del castillo de Montjuïc, en el día de la independencia catalana
—Mira hijo —dice Jordi Pujol mientras otea el firmamento— todo lo que alcanzan tus ojos a ver, es tuyo.
—Gracias Jordi. No sabes cuánto me agrada, que seas tan considerado conmigo —le comenta Artur Mas, emocionado.
—¿Cómo?... No, no te lo decía a ti, Arturito —le indica, mientras le aparta y coge del brazo a su hijo Oriol.
—Ven Oriol —poniéndole a su vera—. Todo esto es ahora tuyo. Todas esas fábricas que ves, te pagarán para que las dejemos ir.
De entre el grupo que ha subido a la torre, se oye una vocecita que dice:
—Pero, si se van todas las fábricas de Cataluña, ¿de qué vamos a vivir? —es el ordenanza que les ha acompañado por si necesitaban algo. Habla sin levantar la cabeza, no ha podido evitar decirlo y daría los veinte años que lleva en Cataluña por poder retornar esas palabras a su boca. Jordi Puyol se gira, mira al ordenanza con desprecio y poniéndose de puntillas le responde:
—¿Qué más dará? En las fábricas solo trabaja la charnegada. ¡Que se fastidien por españoles! Los nuestros, en cambio, viven de lo que la Generalitat –y a partir de ahora el Estado Catalá– les proporciona. Así que, nos sobran las fábricas que además afean el paisaje de nuestra patria.
—¿Y quién va a pagar todo eso? —se atreve a preguntar el ordenanza, consciente que de todas formas ya estaba sentenciado y mañana mismo se tendrá que volver a su Córdoba natal.
—¿Pues quién va a ser? —le responde Pujol, dándole la espalda—. Pagarán los de siempre… Madrit. Aunque ese tema, ara no toca.
El resto de los presentes sonríen complacidos por la respuesta dada por el que siempre será para ellos, “President Pujol”.