La nueva UCD
De nuevo la melancolía, el sentimiento de fatalidad que a lo largo de la historia suele acompañar a los españoles cada vez que se frustra, por mil y un motivos, la ocasión de convertir este viejo país ultramontano a veces, cainita otras, tan apasionado como inconstante siempre, en una de esas democracias con las que siempre nos hemos querido comparar. La melancolía se ha hecho carne de nuevo entre nosotros al socaire del fracaso aparente de la Transición, ese periodo histórico que se abrió tras la muerte de Franco y que durante años hizo pensar a millones de españoles que sí, que esta vez sí, que a caballo entre el tormentoso siglo XX y el prometedor siglo XXI había llegado el momento de la redención de nuestras miserias y la conversión de la vieja atrabiliaria España en un país definitivamente moderno, incluso ejemplar. Aquel proyecto por el que valía la pena apostar, se ha visto arrastrado por el fango por culpa de la corrupción, la sed de dinero y la falta de escrúpulos morales y éticos de las elites políticas llamadas a defenderlo y engrandecerlo.
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Imposible ignorar las consecuencias para el inmediato futuro del más que aparente hundimiento del partido que agrupa a la derecha política española. "Yo asistí en primera fila al derrumbe de la UCD y no pasó nada", afirma un veterano político popular. "No pasó porque la Constitución del 78, tan vilipendiada por tantos, permite que a partidos tan importantes como aquél se los trague la tierra sin que tiemblen las columnas del templo, y ello porque entonces había dos alternativas: AP por la derecha y el PSOE por la izquierda. Siempre pensé que al PP nunca podría pasarle cosa parecida, algo que hoy veo muy posible, entre otras cosas porque también ahora hay reemplazo: está Ciudadanos por la derecha, y vuelve a estar el PSOE, muy malito, eso sí, por la izquierda. De modo que el problema no es la Constitución, que naturalmente se puede mejorar; los que están muertos son los dos partidos mayoritarios en los que desde el 78 se ha basado la alternancia, por lo que hay que tener cuidado con arremeter contra una Constitución que ha dado a España muchos años de paz y prosperidad. En todo caso, se puede poner en cuestión el régimen, no el sistema, porque para el sistema democrático no hay alternativa, a menos que esa alternativa sea la que nos ofrecen los Podemos de turno".
Lea completo el artículo “La descomposición de un partido llamado a refundarse o desaparecer” colgado en Vozpópuli por Jesús Cacho.