El abogado Máximo Hermano me ha pedido que cuelgue esta entrada. Como mi vocación es poder dar voz a todo aquel que quiera decir algo, aquí os dejo lo que me ha mandado, recordando que el artículo 20 de nuestra constitución, en su apartado primero reza: “Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.”
¿VOTAS CON EL CORAZÓN? o ¿votas con la cartera?
Todavía, a día de hoy, me siento en deuda con el BBVA.
No porque les deba dinero, sino por todo lo que pude aprender durante los años que trabajé como director de oficina en diferentes pueblos y ciudades de nuestra tierra, representando sus intereses.
Gracias a ese trabajo, pude relacionarme con hombres y mujeres de lo más variopintos.
Por un lado, traté con seres humanos con escasos recursos que eran felices compartiendo, con sus seres queridos, lo poco que tenían. A esos, el banco los trataba con desprecio y arrogancia pero, sorprendentemente, no parecía importarles. Ellos sonreían habitualmente, eran generosos y derrochaban buen humor. Juraría que eran felices.
Por otro lado, desafortunadamente, también tuve que tratar con individuos que acumulaban inmuebles y dinero con avaricia. Casi todos eran seres tristes, malhumorados y profundamente desgraciados. Incluso algunos de ellos, se pasaban las horas contando, literalmente, sus montones de dinero.
Recuerdo haber visitado pueblos de Castilla en los que sus habitantes no encendían las bombillas de sus cocinas hasta que no era completamente de noche, para no gastar.
De esta manera, podían acumular, a lo largo de una vida de miseria e ignorancia, 20 o 30 millones de pesetas, de las de los años noventa, para cuando fueran mayores. Muchos de ellos no tenían hijos, eran pobres viejos solteros y solitarios, que tenían algún sobrino que venía a verles de vez en cuando, más asiduamente a medida que se iban acercando a la muerte. “Tío, ponme en la libreta de la Caja de Ahorros, por si te pasa algo”.
Menos mal que ellos no veían cómo se despedazaban sus herencias cuando morían; no hubieran podido soportarlo. Toda una vida de privaciones para que los buitres lo devoraran todo ávidamente en pocas horas. De todos modos, aunque hubieran podido verlo, casi seguro que no se lo hubieran creído. Eso eran cuentos y mentiras. Había que seguir acumulando, no fuera a ser que vinieran malos tiempos, como antaño.
Cuando, en el año 2000, se introdujo el euro como moneda de cambio, en algunos pueblos de la provincia de Palencia aparecieron sacos repletos de billetes de mil pesetas de las de Isabel la Católica; billetes de los años cincuenta, perfectamente planchados, que llevaban décadas guardados en un colchón, y cuyos dueños, en muchos casos, no conocían el mar, solo habían ido una vez a Madrid a un entierro de un ser querido y les apenaba que sus hijos, que habían tenido que emigrar porque en el pueblo no había trabajo, no vinieran a verlos nada más que para los santos.
Por desgracia, pude conocer a pocos empresarios. La mayor parte de ellos se habían instalado por estos lares viniendo de otras latitudes. En muchos casos, huyendo del impuesto revolucionario de ETA. En otros, simplemente producto del azar. Los pocos que triunfaron eran realmente emprendedores de primera categoría, pues luchaban contra una sociedad que apenas entendía que el dinero pudiera servir para otra cosa que no fuera para guardarlo en la hucha.
Tenían que enfrentarse a una sociedad extremadamente austera, recelosa a los cambios y desconfiada ante las novedades. Además las instituciones, por lo general, eran lentas y clientelares. No era fácil emprender un proyecto, sobre todo si no tenías padrino.
Lamentablemente, la situación no ha cambiado mucho. Una gran parte de nuestras gentes sigue entendiendo el dinero como un fin en sí mismo; un objeto para atesorar, hay que ahorrar por si acaso, para cuando seamos mayores.
Siguen sin comprender que el dinero es una simple convención. Una creación artificial. Un instrumento necesario exclusivamente para ser el aceite que sirva de lubricante para el intercambio de mercancías, de iniciativas y de ideas. Ese es el problema. Vivimos una etapa de nuestra historia en la que el dinero se acumula con obscenidad en manos de quien, o bien no puede gastarlo porque su edad no se lo permite, o bien no lo hace por enferma codicia.
Mientras tanto, asumimos con resignación que nuestros hijos emigren sin remedio de nuestra tierra. Nos quedamos lamentando su ausencia, añorando su presencia, pero sin hacer nada para que las cosas sean de otra manera.
Por mi parte deseo que esta Navidad, mis paisanos empiecen a hacerse preguntas, de manera honesta y sin miedo:
¿Para qué quiero mi dinero si no puedo compartirlo con mis seres queridos porque los tengo lejos de mí?
¿Cómo sería mi vida si tuviera menos dinero, pero tuviera cerca a mis hijos para poder decirles lo mucho que los quiero?
¿Cómo sería mi vida si los tuviera cerca y pudieran cuidar de mí, ahora que soy viejo?
¿Quiero que mis nietos sigan viviendo en el extranjero?
¿Sería más feliz si no hubiera guardado en el banco todo mi dinero y lo hubiera compartido con mis seres queridos?
¿Cómo habrían sido las cosas si hubiera sido más generoso?
¿Debería haber sido menos conservador?
¿Qué puedo hacer YO para que las cosas cambien?
¿Voy a tener el valor el domingo de votar con el corazón?
Fdo. Máximo Hermano Barrios
Ciudadano palentino