miércoles, 30 de diciembre de 2015

Rajoy, el fracasado

El “Váyase, señor González” se convirtió en uno de los más famosos latiguillos parlamentarios de los años noventa, cuando el fogoso José María Aznar por quien nadie apostaba un ochavo como candidato a La Moncloa pugnaba por desgastar a un Felipe González cercado por la corrupción. Aznar ganó por fin unas elecciones y ocupó la presidencia del Gobierno durante ocho años. Seis meses antes de despedirse con la marcha fúnebre de los atentados del 11-M, su dedazo plenipotenciario invistió como sucesor a Mariano Rajoy, otra lumbrera obligada a perseverar dos legislaturas en la oposición para llegar a ocupar un poder que le había birlado uno de esos tipos, otro más, por el que ni el más osado se hubiera jugado jamás una perra gorda, el gran José Luis Rodríguez Zapatero.

Es la historia en trazo grueso de los “cerebros” que han ocupado una presidencia del Gobierno de España progresivamente devaluada por una clase política que mengua –en talento y capacidad de liderazgo- sin cesar desde los tiempos del ahora añorado por tantos Adolfo Suárez. Es el divorcio radical entre las clases medias ilustradas españolas, plagadas de valiosos profesionales liberales, y una clase política tan anémica como vilipendiada, rechazada de plano como opción de futuro para sus hijos/as por cualquier padre responsable. La política como sucedáneo de la traición, la sumisión y el miedo. Camino de perdición hacia la nada. Lo dijeron Stuart Mill y Tocqueville: el hombre sabio y popperiano jamás aceptaría someterse al juicio del electorado, de lo que resulta que los criterios de selección de la democracia tienden a expulsar del juego a los mejores. La “selección negativa” de Sartori. Por increíble que parezca, Rajoy hizo ayer un relato triunfalista de los resultados electorales cosechados por el PP el pasado día 20, olvidando que perdió 63 escaños y más de 3,6 millones de votos respecto a noviembre de 2011. Ya había recibido severas advertencias en las europeas de 2014 y en las municipales y autonómicas de mayo de este año. Como el que ve llover. De victoria en victoria hasta la debacle final. Váyase, señor Rajoy.

Termine de leer “Váyase, señor Rajoy”, de Jesús Cacho.

jueves, 24 de diciembre de 2015

El pasado se resiste a ser cambiado

Durante la campaña electoral, como desengrasante, me he leído la novela “22/11/63” que trata de un profesor de Maine, Jake Epping, que atravesando un portal en el tiempo, viaja hasta 1958 con el propósito de evitar el asesinato de Kennedy, el 22 de Noviembre de 1963. Como en las buenas novelas de Steven King (no todas los son) el ambiente es un personaje más y en este caso ese personaje es el pasado, que dedica sus esfuerzos a evitar ser cambiado.

Tras las elecciones del domingo, los españoles estamos como Epping, que vemos como el pasado se resiste a ser cambiado y que son muchos los escollos que nos vamos encontrando para conseguir alcanzar el noble propósito de tener una España moderna y con proyección de futuro. Un escollo como que Pedro Sánchez no dimitiese tras comprobar que el PSOE se ha quedado muy por debajo de los 100 diputados. Con un resultado mucho mejor que ese, Joaquín Almunia lo hizo y mírale ahora, es un fijo en la Comisión Europea y referente político a todos los niveles. En cambio Sánchez se irá por el sumidero de la historia, porque mientras la dimisión de Almunia solo servía para salvar al PSOE, la del actual líder socialista hubiera servido también para salvar a España o así hubiera podido venderla. Se va, queda como un señor, le enseña el camino a Rajoy y empezamos a desatrancar el problema español. Pero no ha tenido la visión histórica suficiente para hacerlo.

Otros, que también intentan anclarnos en el pasado, son los tertulianos de la vieja izquierda que le niegan legitimidad para ser presidente del gobierno a Mariano Rajoy con 123 diputados y, en cambio, se la dan a Pedro Sánchez con 90. La suerte de Rajoy, siempre ha sido un tío con suerte, es tener enfrente a la nulidad de Pedro Sánchez, que él le hace bueno. Porque con el resultado electoral del domingo, Rajoy tendría que estar preparando su sucesión dentro del PP y del gobierno, y a nada se podría haber aferrado si Sánchez se hubiese ido ya.

Intentar gobernar España sin contar con el Partido Popular, que tiene 2 millones de votos y 33 diputados más que el PSOE, es una absoluta locura. Lo sería, incluso, si con los distintos Podemos llegase Pedro Sánchez a la mayoría absoluta, pero es que no llega. Para sumar los diputados necesarios para esa mayoría absoluta necesitaría, además de los cuatro Podemos, a la ERC en plena actuación secesionista, a Unidad Popular, a EH Bildu, a Coalición Canaria y al PNV o al partido de Artur Mas, es decir, a todos menos al PP y a Ciudadanos. ¿Sabe realmente Pedro Sánchez dónde se está metiendo?

Como en otras muchas ocasiones, en la mayoría, de la historia reciente de España, el PSOE tiene en sus manos el futuro de este país. En las anteriores porque los votos le legitimaban, como ganador de las elecciones, para dirigir el gobierno de la nación. En esta porque es el principal decisor de los tres escenarios posibles. El primero, colaborando para sacar un gobierno estable, que no dirigiría, junto, al menos, con el PP. El segundo, para abocarnos a unas nuevas elecciones y el tercero para presidir, que no dirigir, un gobierno de izquierdas que ya he calificado como locura. Yo apuesto por el primero y sería más fácil llevarlo a cabo sin los dos actuales líderes del PP y del PSOE.

Siempre he defendido que solo los integrantes de un partido están legitimados para decidir quién los dirige. Por eso no creo que nadie deba pedir al PP que quite a Mariano Rajoy para permitirles gobernar España, más de 7 millones de españoles lo votaron con él como candidato. Ese sacrificio debería salir del propio presidente del gobierno en funciones. Y se le habría puesto casi imposible negarse si Sánchez hubiese dimitido en la noche electoral. Sé que insisto mucho en esto pero creo que ahí está la clave del futuro de España. Aún está a tiempo de hacerlo pero ya no se iría como un estadista, lo cual dificulta aún más que tome esa decisión.

Como liberal, que este impase se alargue en el tiempo, evitando que durante unos meses se mantenga el cuerpo legislativo sin modificar, que la administración funcione por inercia sin que ningún gobierno se entrometa en nuestro día a día es algo que intelectualmente me atrae. Pero como español sé que la administración sin gobierno se paralizaría y como economista reconozco que el principal impulsor de la economía es la confianza y esa solo se produce si previamente hay estabilidad institucional. Por lo que llego a la conclusión que unas nuevas elecciones serían un mal escenario, teniendo en cuenta que, además, en el mejor de los casos nos quedaríamos como estábamos. Para ese viaje no hacen falta alforjas.

Con todo lo anteriormente expuesto, yo defiendo un gobierno dirigido por el PP, que sean ellos quienes digan presidido con quién, con el apoyo del PSOE y con Ciudadanos como colchón entre unos y otros. Ciudadanos no es necesario, aritméticamente hablando, para un gobierno del PP con apoyo del PSOE. Pero lo es para evitar la dicotomía nuevo–viejo y como argamasa para unir a esos dos partidos históricamente enfrentados. Así lo ha propuesto Albert Rivera, quizás debería haberlo hecho el martes mejor que el miércoles –ahí se ha notado que aún no se había digerido que el resultado fuese menor al esperado–, demostrando que Ciudadanos es un partido para solucionar el principal problema de España, la crisis institucional, para eso lo hemos votado 3 millones y medio de españoles.

En fin, esperando a ver lo que sale del Comité Federal del PSOE que se reúne el lunes –insisto en manos del PSOE está el futuro de España– os deseo a todos una Feliz Navidad.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Mi despedida de Palencia, a la que amo, por Máximo Hermano

El abogado Máximo Hermano me ha pedido que cuelgue esta entrada. Como mi vocación es poder dar voz a todo aquel que quiera decir algo, aquí os dejo lo que me ha mandado, recordando que el artículo 20 de nuestra constitución, en su apartado primero reza: “Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.”

¿VOTAS CON EL CORAZÓN? o ¿votas con la cartera?

Todavía, a día de hoy, me siento en deuda con el BBVA.

No porque les deba dinero, sino por todo lo que pude aprender durante los años que trabajé como director de oficina en diferentes pueblos y ciudades de nuestra tierra, representando sus intereses.

Gracias a ese trabajo, pude relacionarme con hombres y mujeres de lo más variopintos.

Por un lado, traté con seres humanos con escasos recursos que eran felices compartiendo, con sus seres queridos, lo poco que tenían. A esos, el banco los trataba con desprecio y arrogancia pero, sorprendentemente, no parecía importarles. Ellos sonreían habitualmente, eran generosos y derrochaban buen humor. Juraría que eran felices.

Por otro lado, desafortunadamente, también tuve que tratar con individuos que acumulaban inmuebles y dinero con avaricia. Casi todos eran seres tristes, malhumorados y profundamente desgraciados. Incluso algunos de ellos, se pasaban las horas contando, literalmente, sus montones de dinero.

Recuerdo haber visitado pueblos de Castilla en los que sus habitantes no encendían las bombillas de sus cocinas hasta que no era completamente de noche, para no gastar.

De esta manera, podían acumular, a lo largo de una vida de miseria e ignorancia, 20 o 30 millones de pesetas, de las de los años noventa, para cuando fueran mayores. Muchos de ellos no tenían hijos, eran pobres viejos solteros y solitarios, que tenían algún sobrino que venía a verles de vez en cuando, más asiduamente a medida que se iban acercando a la muerte. “Tío, ponme en la libreta de la Caja de Ahorros, por si te pasa algo”.

Menos mal que ellos no veían cómo se despedazaban sus herencias cuando morían; no hubieran podido soportarlo. Toda una vida de privaciones para que los buitres lo devoraran todo ávidamente en pocas horas. De todos modos, aunque hubieran podido verlo, casi seguro que no se lo hubieran creído. Eso eran cuentos y mentiras. Había que seguir acumulando, no fuera a ser que vinieran malos tiempos, como antaño.

Cuando, en el año 2000, se introdujo el euro como moneda de cambio, en algunos pueblos de la provincia de Palencia aparecieron sacos repletos de billetes de mil pesetas de las de Isabel la Católica; billetes de los años cincuenta, perfectamente planchados, que llevaban décadas guardados en un colchón, y cuyos dueños, en muchos casos, no conocían el mar, solo habían ido una vez a Madrid a un entierro de un ser querido y les apenaba que sus hijos, que habían tenido que emigrar porque en el pueblo no había trabajo, no vinieran a verlos nada más que para los santos.

Por desgracia, pude conocer a pocos empresarios. La mayor parte de ellos se habían instalado por estos lares viniendo de otras latitudes. En muchos casos, huyendo del impuesto revolucionario de ETA. En otros, simplemente producto del azar. Los pocos que triunfaron eran realmente emprendedores de primera categoría, pues luchaban contra una sociedad que apenas entendía que el dinero pudiera servir para otra cosa que no fuera para guardarlo en la hucha.

Tenían que enfrentarse a una sociedad extremadamente austera, recelosa a los cambios y desconfiada ante las novedades. Además las instituciones, por lo general, eran lentas y clientelares. No era fácil emprender un proyecto, sobre todo si no tenías padrino.

Lamentablemente, la situación no ha cambiado mucho. Una gran parte de nuestras gentes sigue entendiendo el dinero como un fin en sí mismo; un objeto para atesorar, hay que ahorrar por si acaso, para cuando seamos mayores.

Siguen sin comprender que el dinero es una simple convención. Una creación artificial. Un instrumento necesario exclusivamente para ser el aceite que sirva de lubricante para el intercambio de mercancías, de iniciativas y de ideas. Ese es el problema. Vivimos una etapa de nuestra historia en la que el dinero se acumula con obscenidad en manos de quien, o bien no puede gastarlo porque su edad no se lo permite, o bien no lo hace por enferma codicia.

Mientras tanto, asumimos con resignación que nuestros hijos emigren sin remedio de nuestra tierra. Nos quedamos lamentando su ausencia, añorando su presencia, pero sin hacer nada para que las cosas sean de otra manera.

Por mi parte deseo que esta Navidad, mis paisanos empiecen a hacerse preguntas, de manera honesta y sin miedo:

¿Para qué quiero mi dinero si no puedo compartirlo con mis seres queridos porque los tengo lejos de mí?

¿Cómo sería mi vida si tuviera menos dinero, pero tuviera cerca a mis hijos para poder decirles lo mucho que los quiero?

¿Cómo sería mi vida si los tuviera cerca y pudieran cuidar de mí, ahora que soy viejo?

¿Quiero que mis nietos sigan viviendo en el extranjero?

¿Sería más feliz si no hubiera guardado en el banco todo mi dinero y lo hubiera compartido con mis seres queridos?

¿Cómo habrían sido las cosas si hubiera sido más generoso?

¿Debería haber sido menos conservador?

¿Qué puedo hacer YO para que las cosas cambien?

¿Voy a tener el valor el domingo de votar con el corazón?

Fdo. Máximo Hermano Barrios
Ciudadano palentino