En estos últimos días han proliferado los casos en los que el progresismo ha exhibido su extravagante y oscilante tabla de valores. Citemos algunos. El caso de China ha sido, en este sentido, ejemplar. Y no ha importado que la minoría agredida haya sido la musulmana, tan querida, vaya usted a saber por qué, por el progresismo. Tampoco ha sido relevante el hecho de que el gobierno de Pekín intente resolver la crisis a golpe de pena de muerte. Es, por cierto, esta institución, la pena capital, uno de los mejores ejemplos de la contradicción moral (si se prefiere, cinismo) del progresista: execrable, pongamos, en Texas, pero respetable en Cuba o China. España no ha sido menos que otros países. De llamada a consultas al embajador en China, nada de nada. Asunto interno. Irán tampoco le ha ido atrás. Apenas alguna queja sobre el fraude electoral y la represión de la oposición. Una vez más, el islamismo radical como compañero de viaje del progresismo. Podríamos seguir: Irak, Afganistán,… O el G-8. Dado que al frente de la gran potencia hay un progresista, o, al menos, alguien idolatrado por ellos, la denuncia de la insolidaridad internacional, del egoísmo de los ricos y de la rapiña capitalista está siendo, al menos de momento, casi inexistente. Pero existe un caso, pequeño en dimensiones, pero enorme como síntoma: Honduras. Y aquí no han faltado tampoco algunas compañías inesperadas. Casi unanimidad en la condena del “golpista” Micheletti y casi unánime adhesión al “despojado” Zelaya. Tengo por costumbre recelar de todo lo que apoyan personajes como Chávez o Castro. Y aquí he seguido, en principio, la saludable pauta, a pesar de la posición de Estados Unidos, de la Unión Europea y de la ONU. Pero existe un “pequeño” problema. La Constitución hondureña prohíbe la reelección del presidente. A pesar de ello, Zelaya aspiraba a ser reelegido en 2010. Para ello, convocó un referendo ilegal. El Parlamento y la Corte Suprema rechazaron la medida. El ejército, también. Al margen de la valoración de la actitud de Micheletti, lo cierto es que el primero que vulneró la Constitución fue Zelaya. Pero como quiera que Zelaya está apoyado por esos dos apóstoles el progresismo, Castro y Chávez, aquí el golpista es Micheletti. Y es que, claro, la limitación de los mandatos es esa pérfida institución liberal que impide que los déspotas se perpetúen en el poder. Pero lo cierto es que si Zelaya no puede ser depuesto por la fuerza, tampoco puede permanecer en el poder contra la Constitución, es decir, por la fuerza.
Lea el artículo completo de Ignacio Sánchez Cámara colgado en la fundaciónburke.org titulado “Contradicciones morales del progresismo”.