Desde Palencia también se otea España
Quería iniciar la renovación de este blog con una entrada sobre Angel Acebes –que toca– pero me he encontrado con un excelente artículo del palentino Jesús Cacho que me ha obligado a cambiar de prioridades. Dejo lo de Acebes para otro rato.
El artículo empieza así:
El pasado sábado, el presidente del Gobierno, a través de uno de sus periodistas de cámara, habitual relator de las exclusivas de Moncloa en el diario gubernamental (una condición, cierto, disputadísima en los últimos tiempos), nos anunciaba su intención de “ofrecer a Rajoy una reforma reducida de la Constitución”. Palabras mayores, sin duda. Fraude de proporciones mayúsculas, por lo que luego se dirá. Timo del tocomocho para aquellos cientos de miles de españoles, quizá millones, conscientes de que una reforma en profundidad de la Constitución de 1978, en línea con esa regeneración democrática tantas veces reclamada como desairada por la clase política, es la única medicina, la única cirugía, si se quiere, capaz de recuperar a nuestra feble democracia de sus achaques.
Es evidente que esa reforma constitucional en profundidad, no la que pastorea Zapatero, debería convertirse en eje o columna vertebral de la actual legislatura y, si me apuran, de las dos próximas, puesto que el proyecto debería concluir con un referéndum y nueva convocatoria electoral. El presidente del Gobierno del PSOE, en cambio, nos ofrece una “reformita” –acabar con la prevalencia del varón sobre la hembra en la línea de sucesión a la Corona, y convertir el Senado en una cámara de representación territorial- que está en las antípodas de las preocupaciones de los españoles, no digamos ya de los españoles demócratas, y que en realidad está destinada, dicho sea en corto y por derecho, a asegurar la supervivencia del tinglado, llámenle ‘Sistema’ si quieren, surgido a la muerte de Franco y edificado en torno a los intereses del Partido Socialista, la derecha política salida del franquismo, los dos grandes partidos nacionalistas, y el capital financiero surgido al calor del desarrollismo franquista, con el Rey Juan Carlos como guinda coronando el gran pastel del inmovilismo que nos gobierna.
Leerlo completo en elconfidencial.com
El artículo empieza así:
El pasado sábado, el presidente del Gobierno, a través de uno de sus periodistas de cámara, habitual relator de las exclusivas de Moncloa en el diario gubernamental (una condición, cierto, disputadísima en los últimos tiempos), nos anunciaba su intención de “ofrecer a Rajoy una reforma reducida de la Constitución”. Palabras mayores, sin duda. Fraude de proporciones mayúsculas, por lo que luego se dirá. Timo del tocomocho para aquellos cientos de miles de españoles, quizá millones, conscientes de que una reforma en profundidad de la Constitución de 1978, en línea con esa regeneración democrática tantas veces reclamada como desairada por la clase política, es la única medicina, la única cirugía, si se quiere, capaz de recuperar a nuestra feble democracia de sus achaques.
Es evidente que esa reforma constitucional en profundidad, no la que pastorea Zapatero, debería convertirse en eje o columna vertebral de la actual legislatura y, si me apuran, de las dos próximas, puesto que el proyecto debería concluir con un referéndum y nueva convocatoria electoral. El presidente del Gobierno del PSOE, en cambio, nos ofrece una “reformita” –acabar con la prevalencia del varón sobre la hembra en la línea de sucesión a la Corona, y convertir el Senado en una cámara de representación territorial- que está en las antípodas de las preocupaciones de los españoles, no digamos ya de los españoles demócratas, y que en realidad está destinada, dicho sea en corto y por derecho, a asegurar la supervivencia del tinglado, llámenle ‘Sistema’ si quieren, surgido a la muerte de Franco y edificado en torno a los intereses del Partido Socialista, la derecha política salida del franquismo, los dos grandes partidos nacionalistas, y el capital financiero surgido al calor del desarrollismo franquista, con el Rey Juan Carlos como guinda coronando el gran pastel del inmovilismo que nos gobierna.
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Se podría llamar lavado de cara, tapar dos o tres agujeros de cara a la galería y a seguir viviendo de este negocio... Nada más.
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