martes, 14 de abril de 2009

Hoy es el 78º aniversario de la proclamación de la II República y yo sin enterarme

Tal día como hoy, 14 de abril de 1931, se proclamaba la II República –que acabaría en solo cinco años en guerra civil– y a nadie le importa. Bueno, a nadie, nadie no, le importa a cuatro analfabetos que se creen que ese invento –no el sistema republicano, sino el error nacido del Pacto de San Sebastián– es el único periodo verdaderamente democrático que ha habido en España. Allá ellos.

Yo, hoy, –como una inmensa mayoría de españoles, defensores o atacadores de Federico Jiménez Losantos, incluso un buen puñado de mediopensionistas–, estaba pendiente desde las seis de la mañana de lo que iba a decir el turolense. Yo me levanto todos los días a esa hora y lo hago escuchando a Federico, y espero poder seguir haciéndolo mucho tiempo. Pero ya habrá momento de tocar este tema –el de su salida de la COPE del de Teruel, si es que sale–.

Hoy quiero tener un recuerdo con ese error histórico –la II República– para que no se vuelva a repetir. Si alguna vez cambiamos, los españoles, la monarquía parlamentaria por una república espero que no sea como las dos anteriores, que fueron periodos revolucionarios y violentos, y acabaron mal.

Nota: En el ayuntamiento de Ampudia aún se conserva un retrato oficial del primer presidente de la II República, D. Niceto Alcalá Zamora, por si alguien quiere verlo.

Por último, vean la interpretación del Himno de Riego realizado por la Orquesta Internacional de Praga en el Auditorio de Zaragoza el 13 de octubre de 2008.

33 comentarios:

  1. En el intercambiador de Príncipe Pío (Madrid) vi en ua columna una pegatina que decía: "Contra la crisis: 3ª República". Me quedé ojiplático.

    Muy bonita la versión del video.

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  2. Hombre tanto como "error histórico"...

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  3. El error histórico que abocó a una guerra (in)civil y fraticida y a 36 años de camino por el desierto hasta la Transición que, a fin de cuentas, nos ahorraron la participación en la II Guerra Mundial, la conversión en un satélite de la antigua URSS como deseaban el Lenin español (Largo Caballero) y el felón Negrín que quiso enlazar una guerra con otra como denunciaron sus propios correligionarios, entre ellos, el dignísimo Besteiro.

    Error histórico que denunciaron los propios padres "intelectuales" de la República, desde Ortega y Gasset ("No es esto, no es esto") hasta Gregorio Marañón ("Mi respeto y mi amor por la verdad me obligan a reconocer que la República española ha sido un fracaso trágico") o el ya mencionado Besteiro, uno de los sublevados contra Negrín y los comunistas, diría: "Estamos derrotados por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizá los siglos. La reacción a este error de la república la representan genuinamente, sean cuales sean sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada antikomintern". Marañón hablaría en el mismo sentido: "Tendremos que estar maldiciendo varios años la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado (a los nacionales)?". No fueron los únicos, desde Ramón Pérez de Ayala hasta Miguel de Unamuno y Jugo denunciaron los excesos, el sectarismo y el caos que supuso la II República.

    Y es que, de todas formas, cabría hablar de dos guerras civiles: la general entre los nacionales y el Frente Popular y, dentro de éste, la de negrinistas y comunistas contra anarquistas, republicanos y la parte más democrática del PSOE. Esta última había conducido al final de la primera.

    Una superchería corriente es la pretensión de que los nacionales se rebelaron contra un Gobierno legítimo y una República democrática. Eso es una reducción simplista que falsea la historia. Fue muy diferente. El Gobierno legítimo fue precisamente el que arruinó lo que tenía de democrática la República. Y su legitimidad no deriva de unas elecciones normales y democráticas, como habitualmente se afirma, pues, aparte de las violencias que las acompañaron, nunca se publicaron las votaciones reales de los partidos.

    Resulta muy adecuado que el actual Gobierno se identifique con aquel Frente Popular: está arruinando, con una filosofía parecida, la democracia salida de la reforma del franquismo en la transición, y no de la ruptura que propugnaban y que pretenden enmendar rescribiendo la historia a golpe de decreto de BOE con leyes como la de la Desmemoria Histórica.

    Cuando llegó la transición, chocaron dos tendencias fundamentales: la reforma, que suponía, desde luego, legitimar el franquismo (pues la democracia salía de él) y la ruptura, con la pretensión de enlazar con el Frente Popular, pintando como democrático a aquel conglomerado de totalitarios, golpistas y racistas (tan aficionado a la guerra civil que no solo la organizó contra las derechas, sino que montó otro par de tales guerras entre sus mismos componentes). Los rupturistas de la transición integraban "un amplio espectro", como solía decirse, desde la ETA a ciertos democristianos, pasando por comunistas, socialistas, pacifistas, separatistas catalanes ligados o menos ligados al terrorismo, cristianos "progresistas" y muchos más. El carácter democrático de aquella enorme sopa de siglas era parejo al del Frente Popular que les inspiraba, pero por suerte no se impuso su "ruptura". Como decía Alfonso Guerra del "juicio al franquismo", no hubo entonces condiciones para hacerlo, pero ahora sí creen que pueden ir de una buena vez a por aquella ruptura a la que sólo permanecieron fieles la ETA y unos pocos más durante estos años.

    La actitud de este Gobierno queda más de relieve cuando estas medidas se completan con nuevas prebendas a los miembros de las Brigadas Internacionales, una especie de ejército particular de Stalin que contribuyó a alargar la guerra y en cuyas filas, como dentro del Frente Popular, tanto abundaron los asesinatos. Los socialistas se identifican, una vez más, con toda esta gente y todas estas cosas. Podríamos llamarlo, sin injusticia, "el Gobierno García Atadell", en memoria de aquel distinguido socialista tan elogiado por la prensa de izquierda hasta que tuvo el desliz de irse con el botín sin compartirlo con sus jefes. Sin duda un desliz menor para el partido de Filesa, Rumasa, el GAL y similares; el partido beneficiario, activamente beneficiario, del 11-M, el que llamaba asesino a Aznar y disculpaba a los causantes –según él mismo– de la matanza. Esta es la verdad irrebatible y alguien tiene que sostenerla si no queremos que la sociedad española se hunda en la basura y el deshonor.

    "La carta de despedida de Alfonso XIII decía:

    Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil.

    No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia me han de pedir un día cuenta rigurosa. Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos.

    También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria. Pido a Dios que también como yo lo sientan y lo cumplan todos los españoles.

    La carta es un perfecto contrasentido. Las elecciones no le habían demostrado que había perdido "el amor del pueblo", más bien lo contrario, prescindiendo del hecho de que en aquel momento no se conocían siquiera las votaciones totales, que la república nunca hizo públicas (¡y por algo!). La afirmación de que sus derechos son un irrenunciable depósito de la Historia choca con la evidencia de su renuncia práctica, máxime cuando asegura tener los medios de hacerlos valer eficazmente. En suma, dice huir de sus derechos (y responsabilidades) por temor a una "guerra fratricida", entonces extremadamente improbable y cuya responsabilidad recaería en todo caso sobre quienes la desataran, es decir, los republicanos. A los enemigos de la monarquía (y de la democracia y las libertades, muchos de ellos) les bastaba amenazar, ni siquiera amagar, con la guerra civil, para que el rey abandonara al "depósito de la Historia" y "el amor de su pueblo".

    El pueblo, la gran mayoría de él, percibió de forma algo confusa, pero intensa, la abyección de la conducta de los monárquicos y del propio monarca, y entonces fue cuando realmente "se despertó republicano" y los condenó a todos ellos. En las elecciones siguientes los partidos monárquicos desaparecieron y la derecha en pleno casi se vino abajo. Solo los desmanes perpetrados una y otra vez por las izquierdas fueron haciendo cambiar a gran parte de la opinión pública, que en menos de tres años dio la victoria al centro derecha. Pero no a los monárquicos. Y en 1936 el levantamiento militar y popular no se hizo en absoluto por el trono, salvo en minorías ínfimas. Sin el franquismo, la monarquía jamás habría vuelto, o habría llegado al terminar la guerra mundial impuesta por los tanques anglosajones, y seguramente habría durado muy poco. Solo la situación de prosperidad, reconciliación y olvido de las viejas pasiones resultante del franquismo ha permitido una monarquía democrática relativamente estable, y hoy nuevamente en posición dudosa.

    La legitimidad de la República nace, por tanto y precisamente, de la renuncia del rey y de los monárquicos. Debido a sus pretensiones "revolucionarias", los republicanos pretendieron negar el hecho y legitimarse por las votaciones municipales del 31, lo cual es una obvia falacia. Incluso llevaron su necio sectarismo hasta perseguir sañudamente al rey que les había regalado el poder, como recuerda Miguel Maura.

    No solo tuvo la República esa legitimidad de origen, también la tuvo de ejercicio: amplió las libertades, estableció una constitución en principio democrática, a pesar de su sectarismo, y abordó problemas que se arrastraban de lejos, aunque la izquierda lo hizo con su tradicional demagogia e ineptitud. La gran masa de la derecha relegó la monarquía a un impreciso e improbable futuro, aceptó la democracia republicana y se propuso la reforma de la misma dentro de la ley; un programa coherente. Y los monárquicos volvieron a la carga... renunciando a su propia tradición liberal.

    Quienes destruyeron el proyecto de democracia republicana, hoy está bien documentado, fueron las izquierdas y los separatistas. El hecho de que, ante tal experiencia, las derechas –el mismo Franco que en 1930 defendía la democratización del país– concluyeran que la democracia no podía funcionar en España (y no podía funcionar en aquellas condiciones) e instauraran un régimen autoritario ha provocado un extremo confusionismo, permitiendo presentarse como republicanos y demócratas a las mismas izquierdas y separatismos que arruinaron las libertades y la república.

    De esa tremenda confusión nacen muchos de los peores males políticos de hoy, y por eso clarificar la historia constituye una labor urgente para sanear y afianzar nuestra convivencia en libertad."

    "El franquismo no sostuvo que la revolución del 34 hubiera deslegitimado a la República: ¡si fue el mismo Franco y la derecha quienes entonces defendieron la República y vencieron a los revolucionarios! ¿Y se puede llamar "un error" a la planificación de una guerra civil y al intento de llevarla a cabo con la máxima amplitud, como hicieron el PSOE y la Esquerra? Por supuesto, aquello fue un fracaso de la democracia republicana, porque ninguna democracia puede sostenerse si algunos de sus principales partido resuelven echarla abajo, como pasó entonces con el PSOE y los nacionalistas catalanes, apoyados por casi todo el resto de las izquierdas. Fue, desde luego, un enorme fracaso. Pero no necesariamente un fracaso definitivo.

    La situación habría podido enderezarse si aquellas izquierdas hubieran corregido a fondo las ideas y posiciones que les habían llevado a rebelarse contra la República. Sin embargo, el estudio de su trayectoria posterior revela que no hubo ninguna corrección. Todas ellas, empezando por Azaña, justificaron y aplaudieron aquel comienzo de guerra civil, realizaron maniobras desestabilizadoras y desataron una campaña masiva de falsedades que envenenó de odio a gran parte de la población. Por estas razones, cuando la izquierda, unida en el Frente Popular, volvió al poder en febrero de 1936, tras unas elecciones que ya no cabe calificar de democráticas, lo que se produjo fue un doble proceso destructivo de la República: desde el poder, la demolición de la legalidad republicana con el fin de implantar un régimen parecido al del PRI mejicano e impedir la vuelta de la derecha al Gobierno; y desde la calle y los campos, un violento proceso revolucionario (mucho, muchísimo más que "un desorden público preocupante"). Contra ese doble proceso, y con la convicción de que en España la democracia había llegado a ser inviable, se levantaron Franco y las derechas.

    Por eso la insurrección de octubre del 34, que pudo quedarse como un suceso aislado, un fracaso superable, fue en realidad, como bien lo vio Brenan, "la primera batalla de la guerra civil". Guerra que en 1936 se reanudó cuando quienes habían defendido y mantenido la República y la democracia en 1934, se vieron muy cerca de un completo aplastamiento. La República y la democracia empezaron a derrumbarse en febrero del 36. Por eso la guerra civil, sólo interrumpida en un octubre, se reanudó en un julio: hay un lazo de hierro entre ambas.

    Tampoco tiene base, por tanto, la tesis de que la rebelión de julio del 36 "provocó un verdadero proceso revolucionario". El proceso venía de bastante atrás y en aquel momento sólo perdió los últimos frenos. Y quien rompió esos frenos fue, en todo caso, el Gobierno del Frente Popular al armar a los sindicatos."

    "También está acreditado suficientemente que, ya antes de constituirse en Frente, los citados partidos organizaron o colaboraron en el asalto a la república en octubre de 1934, con propósito textual de guerra civil, fracasando tras causar 1.400 muertos en 26 provincias; y que, tras las anómalas elecciones de febrero de 1936, demolieron la legalidad, la separación de poderes y el derecho a la propiedad y a la vida, proceso revolucionario culminado en el intento de asesinar a líderes de la oposición, cumplido en uno de ellos. Esa destrucción de los elementos democráticos de la legalidad republicana hundió las bases de la convivencia nacional y causó la guerra y las conocidas atrocidades en los dos bandos y entre las propias izquierdas.

    La Ley de Memoria Histórica alcanza extremos de perversión ética y legal al igualar como "víctimas de la dictadura", a inocentes, cuyo paradigma podría ser Besteiro, y a asesinos y ladrones de las checas, cuyo modelo sería García Atadell. Así, la ley denigra a los inocentes y pretende que la sociedad recuerde y venere como mártires de la libertad a muchos de los peores criminales que ensombrecen nuestra historia. También erige en campeones de la libertad a las Brigadas Internacionales orientadas por Stalin, a los comunistas que en los años 40 intentaron reavivar la guerra civil o a los etarras que emprendieron en 1968 su carrera de asesinatos. ¿Cabe concebir mayor agravio a la moral, la memoria y la dignidad de nuestra democracia?

    La falsificación del pasado corrompe y envenena el presente. Nos hallamos ante una clara adulteración de nuestra historia agravada por la pretensión de imponerla por ley, un abuso de poder acaso compatible con aquel Frente Popular, pero no con una democracia moderna. La sociedad no puede aceptarlo sin envilecerse: los pueblos que olvidan su historia se condenan a repetir lo peor de ella. Que el silencio no nos condene."

    "El estalinismo, como el nazismo, tiene también sus mártires, pero no debemos dejarnos embaucar por la pretensión de los herederos del Frente Popular, empezando por el Gobierno actual, de que eran mártires de la libertad. Eran mártires de la tiranía. Ni tampoco debemos hacer mucho caso a los rasgados de vestiduras moralistas de estos sujetos, pues si alguien entiende de asesinatos legales son precisamente ellos. A qué se dedicaron, si no, sus "tribunales populares" durante la guerra. La política, bajo el grotesco Gobierno actual, se ha convertido en la farsa permanente.

    Ahora, los autoproclamados legatarios del Frente Popular se salen con la declaración de ilegalidad para los juicios del franquismo. Y es natural. Unos partidos corruptos hasta el tuétano, enemigos de la Constitución, guerracivilistas y que colaboran con el terrorismo, ya sea islámico o etarra, solo pueden tener el mayor interés en una cosa así. Porque con ello lavan la cara a sus dirigentes de entonces, empezando por Negrín, el "estadista" de Viñas y similares. Lavan la cara de aquellos líderes políticos que tomaron las máximas precauciones para huir de España con inmensos tesoros robados –literalmente– al patrimonio español y a los particulares, pero no hicieron la menor previsión de salvamento para los miles de seguidores suyos, a quienes abandonaron en manos de sus enemigos. Al declarar ilegales los juicios a sus gentes abandonadas ocultan estos hechos; pero ellos, los ilegalizadores, se revelan a plena luz, como dignos continuadores de tales líderes.

    Aun queda más claro el interés de la maniobra considerando que bastantes miles de aquellos izquierdistas estaban complicados en crímenes realmente atroces. La forma como se llevaron a cabo los juicios de posguerra –con pocas garantías, aunque ciertamente muchas más que en los tribunales populares de la izquierda– hizo sin duda que cayeran muchos inocentes al lado de los culpables. Pero a los herederos de Negrín no les interesa, claro está, distinguir entre inocentes y culpables, porque ello pondría de relieve las innumerables fechorías de aquel Frente Popular al que veneran. Para ellos, culpables e inocentes, los Peiró y los García Atadell, van juntos en el mismo saco bajo el membrete de "víctimas del franquismo". Tales cosas, repito, solo pueden interesar a unos políticos que buscan la "paz" en compañía de los asesinos etarras o islamistas, que intentan resucitar las pasiones de la guerra, y que están demoliendo la Constitución, y convirtiendo a la justicia en prevaricadora.

    La democracia actual viene del franquismo y no del antifranquismo. Y no por casualidad los máximos peligros que ha corrido, intensificados hoy en grado muy peligroso, provengan de estas legiones de antifranquistas... de después de Franco en su mayoría, sin excluir los muchos que entonces trepaban en el aparato de la dictadura. Esos peligros son la corrupción generalizada, el terrorismo, el separatismo y el ataque a la división de poderes. Y la falsificación sistemática del pasado. Todo ello obsequio de tales "antifranquistas" a la sociedad española."

    "En la crisis de la bolchevización del PSOE en 1933-34, Prieto no tomó partido por el legalista Besteiro, sino que contribuyó a liquidarlo políticamente, en alianza con Largo Caballero. Preparó con este la guerra civil y la intentó en octubre del 34. Ideó el putsch a lo Dollfuss con el que, imitando el golpe nazi en Viena, quería eliminar a los gobernantes legítimos. También propuso sabotajes para dejar a Madrid sin abastecimiento de agua.

    Fracasada la insurrección, contribuyó como quien más a la campaña de infundios sobre la represión de Asturias, la cual envenenó al pueblo español y le predispuso para la guerra civil, a la que en 1934 solo habían estado dispuestos los dirigentes socialistas, comunistas y nacionalistas catalanes. Organizó con Azaña una coalición demagógica y antidemocrática, que derivó rápidamente hacia un Frente Popular de estilo soviético, ya antes de reanudarse la guerra en julio del 36. Formó un grupo de pistoleros guardaespaldas, "la Motorizada", que sembró el terror durante la repetición de las elecciones en Cuenca, deteniendo arbitrariamente a personas de derechas para impedirles votar. Fueron sus guardaespaldas y policías ligados a él quienes organizaron el secuestro y realizaron materialmente el asesinato de Calvo Sotelo.

    Durante la guerra, Prieto tomó parte en el envío del oro a Rusia, se alió con los comunistas para defenestrar a su antes amigo Largo Caballero, participó en la corrupción organizada por su partido con las compras de armas –corrupción que pagaban los propios soldados socialistas en el frente– y organizó el siniestro SIM a sugerencia de Orlof, el representante del NKVD soviético, y a imagen y semejanza de este. Hay indicios sólidos de que, cuando se desengañó de los soviéticos, quiso atraerse a los ingleses ofreciéndoles a cambio de su ayuda la ría de Vigo y Menorca... Y al terminar la guerra, y por no entrar en más detalles, birló a Negrín el tesoro del Vita, saqueado a su vez al patrimonio artístico e histórico español y a miles de particulares, incluyendo personas humildes; y con ese tesoro prosiguió su labor corruptora.

    A Prieto le ha tratado muy bien la derecha, desde los falangistas a los monárquicos, y todo porque, en su oportunismo sin límites, el jefe socialista les hizo algún favor alguna vez. Lo pintan incluso como el gran ministro de Hacienda que no fue. Para Ansón, lo que parece pesar decisivamente en la balanza es que, en su ilimitada vocación intrigante, Prieto buscara el pacto con los monárquicos contra Franco, después de la guerra. Comparado con ese mérito, ¿qué es todo lo demás?

    Pasa aquí algo semejante a lo ocurrido con Negrín: sus partidarios encuentran perfectamente aceptable su corrupción, su prolongación inútil de la guerra, su intento de multiplicar el número de víctimas enlazando con la guerra mundial, sus ilegalidades constantes, su servicio a la política de Stalin, incluso su brutal represión de las izquierdas desafectas... Nimiedades, según parece, comparadas con su mérito sin par: ¡todo lo hacía para derrotar a Franco!

    Es una forma de escribir la historia. Reduciéndola a una farsa idiota, claro. A quien nunca reivindican tales "demócratas" es a Besteiro, el dirigente realmente moderado del PSOE."

    "Y por qué, entonces, Azaña eligió aliarse con los marxistas y los separatistas (no todos lo eran pero sí una gran parte) catalanes, y luego también con los comunistas? ¿Por qué impuso una Constitución por rodillo abiertamente anticatólica, que no simplemente laica? ¿Por qué replicó a la victoria electoral de las derechas en 1933 con intentos golpistas? ¿O por qué Largo Caballero ostentó el ilustre título de El Lenin español y predicó la dictadura del proletariado, defenestró al moderado (este sí) Besteiro y organizó la guerra civil en 1934? Y así sucesivamente. En fin, ¿lo harían todo por puro afán reformista y hasta contrarrevolucionario?

    Y, puestos a ello, ¿quién atacó violentamente, desprestigió y terminó por hundir a Azaña en el primer bienio: el "bloque oligárquico" o el sindicalismo "popular" de la CNT? ¿Y de quiénes se queja constantemente Azaña en sus diarios si no es, principalmente, de sus propios correligionarios, de quienes pinta un retrato como ni Arrarás hizo? nada mejor que leer los diarios de Azaña para descartar los enredos de sus hagiógrafos; y también para entender algo de lo que fue aquella república.

    Y sobre las "reformas imperativas y modernizadoras", ¿cómo explican estos brillantes historiadores el hecho de que el pueblo, supuestamente su gran beneficiario, rechazase a Azaña y los suyos por muy amplia mayoría en 1933, después de dos años de experimentar sus provechosos efectos? ¿Constituía esa mayoría popular el "bloque oligárquico"? ¿O dejaba de ser popular por haber votado al centro derecha?

    Estas y otras muchas cuestiones parejas asaltan a cualquier historiador... que no pertenezca al refinado gremio de los lisenkos y afines. Realmente el proceso modernizador de España venía acelerándose desde comienzos de la Restauración, y había experimentado un especial impulso bajo la dictadura de Primo de Rivera. Hay una creciente bibliografía al respecto, En cambio, los republicanos de izquierda, con habitual demagogia, y luego nuestros marxistas y marxistoides, han vendido la imagen de una sociedad estancada y absolutamente atrasada antes de la llegada de la república y sus salvíficas reformas.

    Por supuesto, varias reformas de la república estaban bien concebidas en principio, sobre todo la institución de una democracia liberal. Pero entonces, de nuevo, ¿por qué la población rechazó a las izquierdas en 1933? Por una razón muy simple, aunque incomprensible para nuestros "científicos" agremiados: porque la democracia había sido rebasada por las izquierdas en medio de una creciente violencia, casi toda ella también de izquierdas y gubernamental, y porque la alianza de la presunta inteligencia republicana y los gruesos batallones populares emprendió las reformas con tal carga de sectarismo e ineptitud, que abocó al país a una crisis radical. Así ocurrió con la reforma del ejército o la agraria, o la expansión de la enseñanza pública, que no resolvieron nada y en cambio crisparon al límite a la sociedad. Por esa razón. Y de ahí, también, que las poco o nada democráticas izquierdas, desde Azaña a los comunistas, pasando por el PSOE, la CNT y casi todos los republicanos de izquierda, rechazasen violentamente, a su vez, el veredicto de las urnas, pretendiendo, en frase de Azaña, que solo ellas tenían "títulos" para gobernar. Se deeberían leer con mayor atención a Azaña y no pasar por alto sus observaciones, a menudo agudas, como "palabrería", según las califica nuestro crítico. Aprenderían mucho."

    "Un rasgo del PSOE es su capacidad para corromper cuanto toca. Ha degradado la universidad y la enseñanza, hace tiempo utilizó el Museo del Prado para presentar como una hazaña de “la república” el mayor expolio y saqueo de obras de arte sufrido por España en el siglo XX; y ahora le toca el turno a la Biblioteca Nacional, donde una exposición “informa” sobre los méritos de la república en pro de las bibliotecas y la cultura. Pocas cosas hay más lamentables que la instrumentación de instituciones prestigiosas para manipular la historia y la política.

    Hubo durante la república, e incluso durante la guerra, iniciativas de personas y grupos de izquierda por elevar el nivel cultural popular. Y también por salvar el patrimonio cultural y artístico español, pero no de los bombardeos “fascistas”, como se decía, sino de las masivas destrucciones y saqueos organizados por los republicanos y luego por el Frente Popular. El hecho está hoy perfectamente documentado, pero una táctica izquierdista-separatista consiste en repetir tópicos y consignas de forma machacona, haciendo oídos sordos a los desmentidos y derrochando al efecto el dinero público. Saben que quien llegue a más gente gana la batalla de la propaganda, y ellos llegan hoy por hoy a mucha más gente que nadie. Tal situación sólo puede contrarrestarla el esfuerzo tenaz de cuantos respetamos la verdad sobre nuestro pasado, y defendemos la democracia y unidad de España.

    Así pues, hubo por entonces iniciativas culturales muy loables, y bien está recordarlas siempre que, por honradez intelectual, se las sitúe en su contexto histórico. Y el contexto izquierdista fue más bien de auténtica barbarie. Ya empezó en 1931 con la “quema de conventos”, cuando ardieron dos importantes bibliotecas y trabajos de investigación, además de escuelas y edificios, pinturas y esculturas de enorme valor. El gobierno republicano lo consintió, y la izquierda justificó la oleada criminal como “obra del pueblo”.

    Luego el gobierno planeó una expansión de la enseñanza pública, intento muy encomiable, si bien la cifra de escuelas construidas fuera muy inferior a la pregonada por la propaganda y repetida por historiadores descuidados. Pero incluso esa labor modesta, aunque apreciable, quedó en gran medida neutralizada por la prohibición de la enseñanza religiosa, muy especialmente la de los jesuitas, que contaban con centros muy prestigiosos. Por citar un caso harto indicativo, el gobierno cerró el único centro de enseñanza de ciencias económicas de España, en Deusto. Los políticos republicanos entendían poco de economía, cosa nada rara, pero además le mostraban desprecio, bien manifiesto en el fruto de sus medidas, que agravaron la incidencia de la crisis mundial en el país y volvieron el hambre a los niveles de principios de siglo.

    El “respeto” por las bibliotecas volvió a manifestarse durante el movimiento guerracivilista de 1934, cuando las izquierdas dinamitaron la de la universidad de Oviedo, e incendiaron el palacio Salazar, en Portugalete, albergue de una espléndida biblioteca y colecciones de arte valiosísimas. Y tan pronto volvieron las izquierdas al poder, en 1936, volvió el destrozo de obras de arte. Calvo Sotelo detalló en las Cortes: “Esculturas de Salzillo, magníficos retablos de Juan de Juanes, lienzos de Tiziano, tallas policromadas, obras que han sido declaradas monumentos nacionales, como la iglesia de Santa María de Elche, han ardido en medio del abandono, cuando no de la protección cómplice del gobierno”. Los diputados de izquierda recibieron sus denuncias con chirigotas y frases como “¡Para la falta que hacían…!”.

    Recomenzada la guerra en julio de aquel año, el destrozo de bibliotecas y archivos públicos, eclesiásticos y particulares, se volvió entre las izquierdas un verdadero deporte, cantado por Alberti en unos versos repugnantes. Bibliotecas como la franciscana de Sarriá, con cien mil volúmenes, o la de Guadamur, una de las mayores de Europa conservadas en castillos, quedaron destruidas, y fueron pasto de las llamas otras muchas con decenas de miles de libros, a menudo únicos, conservados de siglos atrás.

    Este gigantesco estrago no aparece para nada en la indecente exposición propagandística de la Biblioteca Nacional, donde, para mayor injuria, se presenta como democrático al régimen del Frente Popular, constituido por tales demócratas y amantes de la cultura como los estalinistas, los marxistas del PSOE, los anarquistas, los racistas del PNV o los golpistas de Azaña y de Companys. Todos bajo la protección de Stalin.

    Fue Azaña quien mejor retrató a los republicanos y su política: “tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Y también sin ninguna idea clara salvo un anticristianismo obsesivo, no muy diferente en sustancia del odio obsesivo de los nazis a los judíos.

    Actitudes tan bien descritas por Azaña, a la vez causante y víctima de ellas, vuelven a imponerse con el desgobierno del Iluminado de la Moncloa: falsificación de la historia, ataque al espíritu reconciliador de la Transición, o degradación de instituciones como la Biblioteca Nacional, que debieran ser instrumentos de investigación de alta calidad, y no sedes de la propaganda más unilateral y ramplona."

    "Franco, durante la república, no era un demócrata, se limitaba a acatar el régimen, y no pensaba rebelarse contra él a menos que tomara una vía revolucionaria. Así, no entró en el golpe de Sanjurjo, frenó en tres ocasiones posibles un golpe de estado, y en octubre de 1934 defendió la legalidad contra los partidos izquierdistas que la asaltaban. Cuando él se sublevó, en julio de 1936, se habían alzado contra la república, además de Sanjurjo, los anarquistas, los socialistas, los nacionalistas catalanes y… Azaña.

    Los panegiristas del político alcalaíno lo presentan como paradigma de demócrata y liberal, pero las pruebas que aducen se limitan a frases y expresiones del propio político al margen de su conducta práctica, la cual intentaré resumir aquí.

    Azaña entró en la política republicana con un cántico al extremismo. Miembro del Pacto de San Sebastián, que trató de imponer la república mediante un golpe militar o pronunciamiento, expuso sus intenciones en varios discursos, poco antes de que el golpe fracasara, en diciembre de 1930. En ellos se proclamó orgullosamente “sectario”, anunció que no promovería la moderación, y definió el futuro régimen como una república “para todos los españoles, pero gobernada por los republicanos”. Para él, sólo los partidos autoproclamados republicanos poseían “títulos” para gobernar. Esta idea remite al despotismo ilustrado, no a la democracia, y menos aún si recordamos que los llamados republicanos eran pocos, divididos y mal avenidos entre sí. ¡Asombrosamente, el propio Azaña los ha retratado en sus diarios como una caterva de botarates!

    No obstante, la república llegó como un régimen representativo de casi todas las tendencias, pues tanto el movimiento antimonárquico como la toma efectiva del poder, el 14 de abril, habían sido dirigidos por los conservadores católicos Alcalá-Zamora y Miguel Maura, y el primero de ellos era el presidente del Gobierno provisional. Parecía, y muchos así lo creían, que esta Segunda República iba a tener poco en común con la convulsa Primera. Pero esa esperanza inicial cayó por tierra ante de un mes, en mayo, por obra de la quema de iglesias, bibliotecas, centros de enseñanza, obras de arte, etc., a manos de turbas de exaltados. Las izquierdas identificaron a aquellos grupos de delincuentes con “el pueblo”, identificándose así implícitamente con ellos. Azaña, desde el Gobierno paralizó la reacción ante tal delincuencia, y presionó, en cambio, en pro del castigo a las víctimas, empezando por disolver a los Jesuitas, aunque la medida no se cumpliera de momento.

    El alcalaíno influyó decisivamente en los rasgos más antirreligiosos y sectarios de la nueva Constitución, haciéndola no simplemente laica, como se dice, sino hostil a las creencias y sentimientos de la mayoría de la población. Sólo esto ya la volvía muy poco democrática, y peligrosa para la convivencia. No fue una constitución elaborada por consenso, como la actual, sino por el rodillo aplastante de la izquierda, método que Azaña loó. Al disolver a los Jesuitas y tratar de asfixiar a las órdenes religiosas, prohibiéndoles la enseñanza y cualquier actividad económica, la ley atentaba contra los derechos de asociación y expresión, y contra la voluntad de los padres en la enseñanza de los hijos. Consciente de ello, Azaña lo justificó en razones de seguridad del nuevo régimen, cuando los católicos no lo habían amenazado, y ni aun en las jornadas incendiarias de mayo habían respondido violentamente. La Constitución invitaba a la guerra civil, en palabras de Alcalá-Zamora, que había contribuido mucho más que Azaña a traer la república, y que dimitió por estos hechos.

    La república nacía así como una democracia a medias, mal concebida, ajena a la realidad histórica y social del país. El hecho de que hubiera republicanos más extremistas que Azaña no disminuye la responsabilidad de éste en la formación de aquella democracia contrahecha. La realidad empeoró la teoría, pues la Ley de Defensa de la República, promovida también por Azaña (como la de Vagos y Maleantes, que muchos han creído franquista), permitía al Gobierno actuar al margen de la Constitución, dejando en papel mojado los artículos referentes a las libertades y la seguridad ciudadanas. Esa ley produjo innumerables detenciones sin acusación, deportaciones a las colonias, cierre de cientos de periódicos, más que en cualquier período equivalente anterior, etc. En sus diarios, Azaña explica cómo ordenó sofocar las rebeliones anarquistas fusilando sobre la marcha a quienes fueran cogidos con armas, actitud que desembocaría en la matanza de campesinos de Casas Viejas, a cargo de la republicana Guardia de Asalto. Pero, según sus admiradores, Azaña gobernaba “con la razón, la virtud y la palabra”.

    Su concepción de que sólo los llamados republicanos tenían derecho a gobernar no quedaba en frase. En noviembre de 1933, el voto popular redujo a casi nada a los partidos republicanos, y el mismo Azaña pudo salir diputado gracias a haberse presentado por las listas del PSOE en Bilbao. Entonces intentó volver al poder por medio de un golpe de estado, proponiendo no convocar las nuevas Cortes y organizar nuevos comicios con garantía de victoria izquierdista. Este suceso, aunque a menudo ocultado, es conocido. No lo era en cambio otro intento golpista unos meses más tarde, en verano de 1934. En su libro Mi rebelión en Barcelona, Azaña dice haber mantenido una postura legalista, tratando de calmar a Companys, que entonces preparaba su propio golpe contra un Gobierno legítimo y democrático. Pero documentos de la dirección socialista prueban que el alcalaíno mintió, pues había tratado de que el PSOE apoyara un golpe con base en Barcelona. Los líderes socialistas rechazaron la propuesta, ya que estaban organizando su propia insurrección y no pensaban supeditarse a los partidos “burgueses”: estos partidos podían, si querían, apoyar en plan auxiliar al PSOE.

    Y así fue. Azaña niega haber participado en la insurrección de octubre del 34, comienzo real de la guerra civil, pero su partido propugnó entonces públicamente el empleo de “todos los medios” para derribar al Gobierno salido de las urnas. Procesado el político republicano, su caso fue sobreseído, detalle sin importancia, pues la justicia era tan grotesca que absolvió por “falta de pruebas” a Largo Caballero, principal y reconocido líder de la insurrección. Azaña trató entonces de recomponer una alianza de izquierdas con el PSOE. Sus célebres discursos de 1935 cumplen su intención inicial de no predicar la moderación, y hay en ellos una verdadera apología de la insurrección de octubre, a la que iguala, en valor democrático, a las elecciones que le habían expulsado a él del poder. Apoyó también la campaña sobre la supuesta represión de Asturias, provocadora de un clima de guerra civil antes inexistente —por inexistente habían fracasado en octubre los llamamientos a las armas por parte del PSOE y los nacionalistas catalanes—. Y, en fin, tomó parte sin duda en la maniobra del straperlo, que liquidó al principal partido centrista, el de Lerroux, agravando los extremismos en el país.

    De todo ello nació la coalición conocida en la historia como Frente Popular. Se componía de un sector relativamente moderado, el de los seguidores de Azaña y los socialistas de Prieto más los nacionalistas catalanes, y de un sector más fuerte y abiertamente revolucionario, el PSOE-UGT de Largo Caballero y los comunistas. La poderosa y revolucionaria CNT también apoyó con sus votos al Frente Popular. El sector “moderado” perseguía la llamada “republicanización del Estado”, consistente en eliminar la independencia judicial y condicionar las instituciones para impedir una vuelta de las derechas al poder. Proyecto antidemocrático muy próximo al del corrupto régimen del PRI mejicano, considerado modélico por los republicanos españoles. Apenas ganó las elecciones, Azaña proclamó que el poder no saldría ya de manos de la izquierda. Nuevamente, “un régimen para todos los españoles, pero gobernado por los republicanos”.

    Para su desgracia, sus poderosos aliados pensaban de otro modo. Comunistas y socialistas de Largo instauraron un doble poder, imponiendo la ley desde la calle. Los comunistas presionaban a Azaña para obligarle a aplastar a la derecha, disolviendo sus organizaciones y encarcelando a sus líderes, en lugar de dejarlos como una apariencia justificatoria de una seudodemocracia. Los socialistas de Largo trataban de desgastar al Gobierno para heredarlo “legalmente”, sin el coste de una nueva insurrección. Y los anarquistas empujaban con fuerza hacia su propia revolución. El efecto fue el caos sangriento de aquellos meses. Azaña se había hecho la ilusión de dirigir a tan peligrosos amigos, y en realidad se vio arrastrado por ellos y por su propia demagogia. Finalmente hizo destituir, ilegítimamente, al presidente Alcalá-Zamora, cuyo puesto ocupó.

    ¿Ignoran estos hechos los panegiristas de Azaña? Muchos sí, pero otros muchos no. Bastantes de ellos, pervirtiendo el sentido de las palabras, llaman democracia a las actuaciones de su ídolo, y aspiran a repetir en España algo por el estilo. La experiencia histórica no les sirve de nada."

    "En la república de 1931 hubo dos tendencias principales. Una aspiraba a una democracia liberal, y la otra venía impregnada de mesianismo revolucionario y, por tanto, de demagogia. La primera la auspiciaron los llamados Padres espirituales de la República, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, así como los organizadores del movimiento republicano, Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura.

    La tendencia mesiánica dominaba en la izquierda, desde Azaña, que tenía una concepción despótica (un régimen para todos los españoles pero gobernado forzosamente por los autoproclamados republicanos, es decir, los afines al propio Azaña), hasta el Partido Socialista, que tras haber colaborado con la dictadura de Primo de Rivera pasó a exigir la dictadura del proletariado, es decir, del propio PSOE; pasando por los separatistas vascos y catalanes, o los anarquistas, sistemáticamente violentos.

    Cabe interpretar la evolución de aquel régimen como la pugna entre esas dos concepciones, la democrático-liberal y la despótico-revolucionaria. Desde muy pronto la segunda desbordó a la primera con agresiones brutales, como la quema de iglesias, bibliotecas y centros escolares, y una Constitución sectaria, no laica sino antirreligiosa. Tales abusos expulsaron del ideal republicano a una gran masa de la población, representada en la CEDA, la cual aceptó pacíficamente al nuevo régimen y sus leyes pero no pudo identificarse con él. Ello debilitó el proyecto de una democracia moderna y pluralista donde cupieran todos los españoles.

    En 1933, luego de dos años de experiencia de gobierno de izquierdas, una amplia mayoría de la población votó al centro-derecha, que llegó al poder pacífica y legalmente. Pero la decisión popular fue rechazada por las izquierdas y los separatismos, los cuales intentaron varios golpes de estado, desestabilizaron el Gobierno legítimo y, finalmente, planearon, en sus propias palabras, la guerra civil. La derecha defendió la legalidad republicana, pese a disgustarle, contra el asalto de las izquierdas, que ocasionó una guerra en octubre de 1934 con 1.400 muertos en 26 provincias, y enormes daños materiales.

    Pese a este fracaso, la corriente despótico-revolucionaria, atribuyéndose con pleno fraude la legitimidad republicana, consiguió unirse y volver a la carga. En los comicios de 1936, repletos de irregularidades, ganó, en principio, en diputados, empatando en votos (si bien los supuestos vencedores nunca publicaron los datos fehacientes de las elecciones). Su victoria originó un rápido proceso de descomposición social y política, con cientos de muertes, incendios y destrucciones, culminados en el secuestro y asesinato de Calvo Sotelo, uno de los jefes de la oposición, y el intento fallido contra otros. Este crimen, perpetrado por la policía y milicianos socialistas, prueba la extrema degradación de un Estado cuyos aparatos de seguridad actuaban como grupos terroristas.

    La legalidad había sido destruida por completo desde el Gobierno y desde la calle, y ello causó la Guerra Civil; o, más propiamente, la reanudación de ella después de los episodios de 1934. Vale la pena recordar las invectivas de los "Padres espirituales de la República", y de tantas personas sensatas, contra "los desalmados mentecatos", "los canallas" que habían traído la ruina al régimen y la guerra a España

    Hoy contemplamos con alarma cómo un presidente del Gobierno se declara "rojo", es decir, afín a la ideología más mortífera y tiránica del siglo XX, en rivalidad con la nazi; y reivindica los "valores republicanos", entendiendo por tales los de la corriente despótico-revolucionaria. Le oímos hablar de "Paz, piedad, perdón", pervirtiendo el lenguaje de forma inaudita. Para él, la paz se obtiene liquidando la Constitución; la piedad la dedica a los asesinos y la aparta de sus víctimas; y el perdón, grotesco perdón, consiste en la legalización del asesinato como forma de hacer política y obtener ventajas inadmisibles."

    "Desde el mismo comienzo de la República las izquierdas promovieron el acoso a las derechas y la demolición de la ley, a partir de las jornadas de quema de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza. A continuación la CNT declaró abierto el período revolucionario, con sus reiteradas insurrecciones. Pero ninguna de estas dos tendencias significaba un peligro inminente para la República, por cuanto las jornadas incendiarias no se repitieron con semejante amplitud y porque los anarquistas, aunque numerosos, eran incapaces de coordinar un movimiento generalizado.

    La situación se agravó desde el verano de 1933, cuando el sector mayoritario del PSOE impuso la preparación de una guerra civil para instaurar la "dictadura proletaria" e intentó, en octubre del 34, el asalto a la República, con participación de los nacionalistas catalanes, los comunistas, un sector anarquista y el apoyo político de los republicanos de izquierda.

    Como hemos visto, las izquierdas acudieron a las elecciones de febrero de 1936 unidas mayoritariamente en el Frente Popular, con el apoyo externo de la CNT. Tras los peculiares comicios pasaron a gobernar los republicanos, quedando fuera del Gobierno sus aliados socialistas y comunistas. La cuestión era: ¿se habrían moderado lo suficiente los insurrectos del 34, o utilizarían su éxito para la revancha? La segunda opción resultó la real. Desde el primer momento las masas revolucionarias pasaron a imponer la ley desde la calle, en particular la amnistía y la ocupación de ayuntamientos, sin esperar a que sus propias autoridades izquierdistas siguiesen los trámites legales. Las nuevas autoridades se vieron arrastradas por las turbas y reconocieron los hechos consumados.

    Los autores de la sangrienta intentona guerracivilista del 34 pasaron a convertirse en héroes, fueron repuestos en sus anteriores cargos con todos los honores y los empresarios, obligados a readmitirlos, lo que en muchos casos significaba despedir a los trabajadores pacíficos que habían contratado en sustitución de los insurrectos. Se dio el caso de alguna viuda forzada a readmitir a los triunfantes asesinos de su marido.

    Recomenzaron de inmediato los incendios de iglesias y los asaltos a sedes políticas derechistas, así como los asesinatos. El 17 de marzo, apenas un mes después de las elecciones, Azaña consignaba:

    "Hoy nos han quemado Yecla: 7 iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de la derecha y el registro de la propiedad. A media tarde, incendios en Albacete, Almansa. Ayer, motín y asesinatos en Jumilla. El sábado, Logroño, el viernes Madrid: tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas… Han apaleado a un comandante, vestido de uniforme, que no hacía nada. En Ferrol, a dos oficiales de artillería; en Logroño acorralaron y encerraron a un general y a cuatro oficiales. Creo que van más de doscientos muertos y heridos desde que se formó el Gobierno, y he perdido la cuenta de las poblaciones en que se han quemado iglesias".

    El 25 de marzo la UGT organizó la invasión simultánea de 3.000 fincas en Badajoz, acompañada de talas y violencias, marcando con ello los rumbos que iba a seguir una "reforma agraria" que el Gobierno legalizaba ilegítimamente.
    Muchos esperaban que tras los primeros "desahogos" la situación se calmase, pero ésta no hizo más que empeorar durante los meses siguientes. Salvador de Madariaga lo describe:

    "Ni la vida ni la propiedad contaban con seguridad alguna. No era sólo el dueño de miles de hectáreas quien veía invadida su casa y desjarretado el ganado sobre los campos donde las llamas devoraban las cosechas. Era el modesto médico o abogado de Madrid con un hotelito de cuatro habitaciones y media y un jardín de tres pañuelos, cuya casa ocupaban obreros del campo ni faltos de techo ni faltos de comida, alegando su derecho a hacer la cosecha de su trigo, diez hombres para hacer la labor de uno; era el jardinero de la colonia de casas baratas que venía a conminar a la muchacha que regaba los cuatro rosales del jardín a que se abstuviese de hacer el trabajo que pertenecía a los obreros sindicados; era la intentona de prohibir a los dueños de los automóviles que condujeran ellos mismos, obligándoles a tomar un conductor sindicado; era la huelga de albañiles de Madrid, con una serie de demandas absurdas con evidente objeto de mantener abierta y supurando la herida del desorden, y el empleo de la bomba y el revólver por los obreros contrarios al laudo contra los obreros que lo habían aceptado".

    El 1 de mayo, mientras por numerosas poblaciones desfilaban miles de milicianos izquierdistas, uniformados y en formación marcial, el mismo Prieto, asustado, peroraba en Cuenca:

    "¡Basta ya! ¡Basta, basta! La convulsión de una revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un país; lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin una finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su Poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir espíritus simples que ese desasosiego, esa zozobra, esa intranquilidad, la padecen sólo las clases dominantes. Eso, a mi juicio, constituye un error".

    Pese a sus razonables palabras, Prieto se hallaba en plena campaña electoral en Cuenca, donde sus guardaespaldas de la Motorizada imponían el terror en los pueblos, arrestando arbitrariamente a gentes de derechas hasta después de la jornada electoral, entre otras tropelías.

    La inseguridad retraía a la iniciativa privada, que antes había ido superando, poco a poco, el estancamiento del primer bienio. Con ello aumentaban rápidamente el desempleo y la miseria, y a finales de mayo Largo Caballero denunciaba en un discurso la existencia de "un millón de obreros parados, lo que viene a representar cuatro millones de personas hambrientas". Sin embargo, para él y la izquierda en general, tal situación no tenía nada que ver con sus violencias, sino con la maldad congénita de los propietarios, que huían con sus capitales para sabotear a "la República". Y así, los revolucionarios explotaban el paro para soliviantar todavía más a las masas y aumentar sus exigencias, en un círculo vicioso que multiplicaba las huelgas y el caos económico.

    En sólo cinco meses hubo unos 300 muertos, cientos o miles de incendios, asaltos a locales y domicilios de derechistas, daños gravísimos al patrimonio artístico y una constante imposición de la ley desde la calle. Tal fue, muy resumido, el proceso revolucionario de aquellos meses, organizado por las izquierdas, y de ningún modo espontáneo.

    La derecha percibía la amenaza con cierta confusión, considerándola, en general, comunista. La historiografía de izquierda ha sacado mucho partido de ese equívoco, señalando la poca importancia del Partido Comunista por entonces e insistiendo en que éste no pretendía imponer su revolución de la noche a la mañana. Lo cual no pasa de ser una mixtificación.

    En realidad había tres tendencias revolucionarias en marcha, en colaboración y rivalidad simultáneas. Los anarquistas, como de costumbre, practicaban la "gimnasia revolucionaria", extremando y alargando las huelgas y chocando a veces con la UGT, hasta llegar al asesinato mutuo entre sus pistoleros. En mayo la CNT, eufórica ante la efervescencia social, celebró un magno congreso, planteándose ya una próxima liberación revolucionaria de todo el país.

    Respecto de los socialistas, se ha acusado al grupo de Largo Caballero de practicar una política alocada, al desestabilizar el Gobierno de izquierdas. Pero esa desestabilización perseguía el objetivo, muy racional, de llevar dicho Gobierno a una crisis, para poder heredarlo el PSOE como parte del Frente Popular triunfante en las elecciones. Con ello los socialistas pasarían a imponer su dictadura proletaria desde el poder, aplastando con él todos los obstáculos y sin correr el riesgo de otra intentona insurreccional como la del 34. El sector minoritario del partido, el de Prieto, prefería colaborar con el Gobierno, y las tensiones intrasocialistas llegaron al intento de linchamiento de Prieto por los partidarios de Largo en el famoso mitin de Écija.

    La política del PCE parecía la más sutil. No aspiraba al poder inmediato, sino a organizar la presión revolucionaria desde la calle para obligar al Gobierno a realizar una serie de medidas ilegales que allanasen el camino a la revolución. Se trataba principalmente de prohibir y liquidar todas las organizaciones de derecha ("fascistas"), especialmente la moderada CEDA, y de encarcelar o ejecutar a sus líderes. Lo explicaron por activa y por pasiva en aquellos días. La Pasionaria dijo:

    "Vivimos una situación revolucionaria que no puede ser demorada con obstáculos legales, de los que ya hemos tenido demasiados desde el 14 de abril. El pueblo impone su propia legalidad y el 16 de febrero pidió la ejecución de sus asesinos. La República debe satisfacer las necesidades del pueblo. Si no lo hace, el pueblo la derribará e impondrá su propia voluntad".

    Podemos hacernos otra idea de la política "respetuosa con la democracia" del PCE, según tantos historiadores de izquierda, citando estas palabras de Mije, el 19 de mayo:

    "Yo supongo que el corazón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente desde esta mañana, al ver cómo desfilan por sus calles con el puño en alto las milicias uniformadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de jóvenes obreros y campesinos, que son los hombres del futuro ejército rojo. Este acto es una demostración de fuerza es una demostración de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas en los partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esta gente que sigue en España dominando de forma cruel y explotadora".

    Que tantos historiadores se las hayan arreglado durante tantos años para negar las evidencias y ocultar las frases de los líderes izquierdistas no deja de tener mérito, a su modo."

    "Una leyenda profusamente difundida pretende que, desde las mismas elecciones del Frente Popular, la derecha, particularmente Gil-Robles y Franco, intentaron el golpe de estado contra ellas. Así, no habrían actuado de modo distinto de Azaña y demás republicanos cuando perdieron las elecciones de 1933.

    Sin embargo, la realidad es muy otra, aun dejando de lado el hecho de que las elecciones del 33 fueron democráticas, mientras que las del 36 en ningún país se considerarían como tales. En la misma noche electoral, y a la mañana siguiente, Gil-Robles y Franco presionaron a Portela Valladares, jefe del Gobierno, y a otras autoridades para que declarasen el estado de guerra. El objetivo no era propiciar un golpe de estado, sino impedir que las turbas continuasen adueñándose de las calles y de los propios colegios electorales, ante la defección de las autoridades. De hecho, Alcalá-Zamora firmó para Portela tanto el estado de guerra como el de alarma, si bien recomendó no usar el primero en la medida de lo posible, criterio que siguió Portela. Y así el estado de alarma, que traía consigo la censura de prensa y otras restricciones a los derechos ciudadanos, permanecería en vigor hasta la reanudación de la guerra, en julio.

    Consumada la imposición del Frente Popular, la CEDA reconoció el resultado de las elecciones, lo que han invocado charlatanes tipo H. Southworth para demostrar la legalidad y normalidad de las mismas. Ese reconocimiento, pese a las evidentes y graves anormalidades de los comicios, podía testimoniar, una vez más, el talante moderado y legalista de la CEDA, capaz de aceptar la alternancia política.

    Pero su aceptación obedeció a sentimientos menos loables: el pánico. Habían ganado los mismos rebeldes del 34, jactanciosos de su hazaña y que habían amenazado en su propaganda electoral con exterminar a la derecha. Ésta, desde la CEDA a la Falange, procuró no "provocar" a los eufóricos y agresivos ganadores, y se aferró a Azaña como última esperanza frente al renovado impulso revolucionario. Pues no parecía imaginable que Azaña, un burgués, fuera a seguir la ruta de sus amigos revolucionarios, los cuales pensaban prescindir cuanto antes de la burguesía, aunque fuera la progresista.

    La CEDA mantenía posibilidades de presión, pues mientras no se reunieran las Cortes, a mediados de marzo, seguía siendo mayoritaria en la Diputación Permanente. Pero renunció a cualquier oposición, aprobando el 21 de febrero la amnistía impuesta por las turbas en la calle; también aprobó el restablecimiento de la autonomía catalana, suspendida desde 1934 y asimismo repuesta por Companys y los suyos, para enfado de Azaña, sin esperar el trámite legal de la reunión de Cortes.

    Con la misma mansedumbre, la derecha aceptó la readmisión de los empleados despedidos por huelgas políticas o por la sublevación de octubre del 34, pagándoles además una indemnización, de hasta seis meses de paga, que ponía a muchas empresas al borde de la quiebra y les obligaba a despedir, además, a empleados que habían respetado la ley.

    En sus diarios y cartas a su cuñado Rivas Cherif, Azaña se jactaba de haberse convertido en un "ídolo nacional", un "ídolo de las derechas", las cuales "sienten estupor ante nuestro triunfo y respeto ante nuestra autoridad". Y se recreaba, con desprecio: "¿Causa profunda de todo esto? El miedo. Te divertirías mucho si estuvieras aquí".

    Ese miedo le daba gran satisfacción. A Gil-Robles, comenta, "la Pasionaria le ha cubierto de insultos. No sabe dónde meterse, del miedo que tiene". "Tienen un miedo horrible. Ahora quieren pacificar, para que las gentes irritadas se calmen y no les hagan pupa". Él mismo no ahorraba desplantes a los banqueros y empresarios, o a quienes, como Batet, habían salvado la República en Barcelona, en octubre de 1934; o se complacía en el arresto de López Ochoa, defensor de la República en Asturias en la misma ocasión: "Ya hay otro generalote preso".

    También el líder de la Falange, José Antonio, ordenó a los suyos discreción, "evitar todo incidente" e impedir "actitud alguna de hostilidad hacia el nuevo Gobierno o de solidaridad con las fuerzas derechistas derrotadas". De nada iba a valerles. Enseguida, el 27 de febrero, el Gobierno clausuró centros falangistas, y unos días después cerró su periódico, Arriba, mientras recomenzaban, como en 1934, los atentados mortales contra jóvenes del partido. Acosada, la Falange comenzó a replicar, también como en 1934, con otros atentados, empezando con uno fallido, el 12 de marzo, contra Jiménez de Asúa.

    Al revés de lo que ocurría en los actos de terrorismo contrarios, la pesada mano del poder se descargó entonces, sin prestar mucha atención a las normas legales. Fue prohibido el partido, cerrados todos sus centros, encarcelada casi toda su directiva, incluido José Antonio, y detenidos otros muchos militantes. Sin embargo, bastantes jóvenes derechistas, cansados o indignados con la actitud sumisa de la CEDA, acudieron a nutrir las filas de la Falange.

    A continuación, el Gobierno y las izquierdas asestaron un golpe devastador a la CEDA, reduciendo fraudulentamente, entre injurias, la presencia parlamentaria de la derecha moderada (le arrebataron 37 escaños). En protesta, la CEDA se retiró de las Cortes, a finales de marzo, bajo una tormenta de denuestos y amenazas de ser tratada como "golpista". Pocos días más tarde volvió, humillada.

    A las quejas por las constantes violencias, Azaña replicó, el 3 de abril: "Dejemos llegar a nuestro ánimo el sentimiento de la misericordia y de la piedad. ¿Es que se puede pedir a las muchedumbres irritadas o maltratadas, a las muchedumbres hambreadas durante dos años, que tengan la virtud que otros tenemos de que no trasparezcan en nuestras conductas los agravios de que guardamos exquisita memoria?".

    Azaña falseaba los hechos: había sido durante su anterior Gobierno, en el primer bienio, cuando el hambre había alcanzado sus mayores cotas, que resurgían aceleradamente con el Frente Popular. Pero, sobre todo, su peculiar "misericordia y piedad" legalizaba el crimen. Escribiría Lerroux: "¿Maltratadas? ¿Agraviadas? Se habían rebelado, habían sido vencidas, fueron juzgadas y sentenciadas. ¿Qué otra cosa hizo Azaña con el general Sanjurjo y sus compañeros sublevados en agosto de 1932?". Además, Azaña había aplicado una represión feroz, como también señala Lerroux: "Nosotros no deportamos a sus jefes a los desiertos africanos, ni aplicamos la ley de fugas a sus obreros maniatados, ni exterminamos a sus campesinos rebeldes como en Casas Viejas".

    El deprimido Gil-Robles se alejó por unas semanas de la primera fila de la política, adquiriendo protagonismo el más enérgico Calvo Sotelo, monárquico y partidario de acabar con una república a la que consideraba antesala de la revolución. Calvo centró su actividad en la denuncia de la oleada de crímenes y disturbios que se habían adueñado de la sociedad española, procurando que el Gobierno cumpliese e hiciese cumplir la ley, con lo cual lo legitimaba. Sin embargo, pospuso el tratamiento de las denuncias derechistas hasta después de cumplir dos designios fundamentales: asegurarse una mayoría aplastante en las Cortes y destituir al presidente de la República, obstáculos legales a su completa dominación.

    Una vez logrados esos objetivos, la cuestión del orden público se trató los días 15 y 16 de abril, en simultaneidad con la primera manifestación masiva de protesta a la que se atrevían las derechas, y que fue atacada a tiros por las izquierdas, causando numerosos muertos. Calvo Sotelo habló en las Cortes, entre burlas y amenazas de "arrastrarlo" a él y a otros dirigentes derechistas, especialmente por parte de la Pasionaria y de Margarita Nelken. También Gil-Robles recibió amenazas de muerte por parte del jefe comunista José Díaz y por la Pasionaria.

    Calvo dio los datos, muy graves y probablemente incompletos a causa de la censura, de los muertos, asaltos e incendios en sólo un mes y medio. Azaña, pese a la timorata, más que moderada, actuación de la derecha, le espetó: "¿No queríais violencia? ¿No os molestaban las instituciones sociales de la República? Pues tomad violencia. Ateneos a las consecuencias". Con estas frases renunciaba, sencillamente, a toda pretensión de legitimidad para el Frente Popular.

    Dos meses más tarde, el 18 de junio, con una situación muy empeorada, las derechas presentaron una proposición no de ley para intentar que el Gobierno cumpliera sus obligaciones –lo que, por otra parte, lo habría legitimado–: "Las Cortes esperan del Gobierno la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversión en que vive España". Entre amenazas e insultos gravísimos, una vez más, Gil-Robles dio nuevos datos: 269 muertos y 1.267 heridos en sólo cuatro meses, innumerables incendios de iglesias y centros políticos derechistas, huelgas constantes y a menudo violentas, etc. Denunció la llamada "republicanización de la justicia", es decir, la supeditación de ésta al Frente Popular.

    Calvo Sotelo, por su parte, citó frases revolucionarias de Largo Caballero, el Lenin español, a quien estaba unido el Gobierno por un "cordón umbilical". El Ejército no podía adoptar una actitud subversiva, pero "sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse a favor de España y en contra de la anarquía, si ésta se produjese". Casares Quiroga, el jefe de Gobierno tras haber subido Azaña a la presidencia de la República, pintó un panorama social casi idílico, y amenazó a Calvo con hacerle responsable de cuanto pudiera ocurrir. Calvo replicó con sus famosas palabras:

    "Yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para el bien de mi patria. Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: 'Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis'. Y es preferible morir con honra a vivir con vilipendio".

    Concluyó previniendo a Casares contra la eventualidad de convertirse en un Kérenski o un Karoli, que habían abierto el paso al comunismo en Rusia y Hungría, respectivamente."

    "La llamada "Ley de la Memoria Histórica" es un fraude esencial, del que se deriva una larga serie de otros embustes o estafas políticas. El fraude esencial consiste en la identificación de la República con el Frente Popular y en la pretensión de que éste representaba la democracia, cuando los partidos que lo componían socavaron la República en el primer bienio, la asaltaron en el segundo y arruinaron su legalidad desde febrero del 36.

    Eran grupos fundamentalmente totalitarios (PCE, PSOE, CNT), más algunos golpistas (los de Azaña y Companys) y el ultrarracista PNV. Todos ellos bajo la sabia guía de Stalin. Esa clamorosa falsedad invalida por sí sola todas las pretensiones de esta ley.

    He aquí un fraude derivado del esencial: "La Transición se hizo sobre el olvido de lo ocurrido en la guerra y el franquismo". Por el contrario, nunca se habían hecho tantos libros, artículos, películas, etcétera, sobre esos temas como desde la Transición, con neto predominio de la orientación izquierdista. La Transición se hizo sobre otro fundamento implícito: el de no utilizar el pasado como arma política en el presente, acuerdo claramente vulnerado por la "Ley de la Memoria Histórica".

    Un tercer fraude: "Las víctimas del franquismo han estado olvidadas o se ha menoscabado su dignidad". Desde finales del franquismo, casi las únicas víctimas recordadas y homenajeadas han sido las de izquierda. Valga como modelo el caso de García Lorca (reivindicado por las izquierdas como si fuese de los suyos, cosa dudosa), comparado con los de Maeztu, Muñoz Seca y tantos más, sometidos al olvido y al menosprecio sistemáticos. Tal insistencia desvergonzada ha obligado, finalmente, a recordar también los muchos asesinatos del Frente Popular.

    Las únicas víctimas realmente olvidadas han sido las causadas por las izquierdas a las izquierdas. Hubo torturas, detenciones ilegales, asesinatos. Es hora de ir recordándolo, por el bien de la veracidad histórica.

    Otro más: la identificación de todos los fusilados de posguerra como "víctimas del franquismo". Ello significa meter en el mismo saco a los inocentes que sin duda cayeron y a los culpables de crímenes terroríficos, que también abundaron entre los ajusticiados. Esta identificación ya revela todo el carácter y contenido de semejante "memoria histórica".

    Un quinto embuste: "Los promotores de esa memoria histórica son los demócratas y antifranquistas". Ni mucho menos: no sólo se identifican con el antidemocrático Frente Popular, y no con el proyecto de democracia liberal que fue la República en sus inicios, sino que, en su inmensa mayoría, no lucharon contra el franquismo; y una gran parte de ellos colaboraron activamente con la dictadura o medraron en sus organismos y administración; incluso fueron confidentes de la policía, como algunos altos cargos del PSOE.

    Recientemente se ha comentado la medida polaca, a mi juicio poco sensata, de poner en evidencia a quienes colaboraron con la tiranía comunista impuesta por la URSS. Si eso se hiciera aquí, los primeros afectados serían muchos de esos antifranquistas… de después de Franco.

    Y tampoco se puede comparar la dictadura totalitaria polaca con la autoritaria española. Un profesor polaco me lo explicaba: "Aquí, cualquier rebeldía llevaba consigo la pérdida del puesto de trabajo, y con ella la miseria. Porque no podías acudir a ningún sitio, ya que el patrón universal era el Estado. Aquí era muchísimo más difícil y perjudicial rebelarse que en España". Sin contar con que en España existía muchísima más libertad personal y más posibilidades de expresarse, como bien señaló Julián Marías.

    Mezclado con este fraude encontramos un sexto (y basta, de momento): la identificación entre antifranquismo y democratismo. Prácticamente no había demócratas en las cárceles de Franco, sino, sobre todo, comunistas y terroristas, ambos totalitarios. Ni el PSOE ni los separatistas no terroristas hicieron oposición alguna digna de tal nombre, y se reorganizaron en los últimos tiempos del franquismo con autorización de la Guardia Civil. Misteriosamente, cuando el régimen cayó, todos ellos se radicalizaron, y ahora pretenden imponernos una memoria histórica cuyo parecido con la realidad es mera coincidencia.

    Estamos ante el fraude sistemático como modo de hacer política. A mi juicio, ese empeño se debe a la pérdida de fundamento ideológico de la izquierda tras la ruina del marxismo. Intentan sustituirlo por un fundamento histórico tan falso como aquél."

    "La transición a la democracia: Con un franquismo y un antifranquismo no democráticos, una transición parecía imposible, o tenía gran probabilidad de recaer en las convulsiones de antaño. Sin embargo, la transición se produjo con bastante orden, y debe ser explicada.

    De hacer caso a versiones aún muy difundidas, si bien la transición contó con la colaboración de un sector franquista, habría consistido básicamente en el triunfo de una oposición que llevaba años enarbolando la bandera de las libertades. Pero ya conocemos el valor de aquella bandera en manos de nuestras izquierdas. Además, se trataba de una oposición fragmentada en grupos rivales y de escasa representatividad. La versión recuerda un poco a la que pinta al Frente Popular como continuación de la república democrática; y no sobra resaltar que la mayoría de dicha oposición se identificaba –lo sigue haciendo– con el Frente Popular. Y esperaba el pronto derrumbe de la monarquía, con Juan Carlos a la cabeza, según el modelo de 1930-31.

    Pasma comprobar cómo algunos mitos persisten contra las pruebas más contundentes. Pues nadie ignora que la transición la diseñaron y orientaron sobre todo un rey nombrado por Franco, Juan Carlos; un jefe del Movimiento Nacional, Suárez, y el intelectual del régimen Torcuato Fernández Miranda; con respaldo o aceptación de la gran mayoría de la clase política franquista y del ejército. Y que se hizo por reforma "de la ley a la ley", frente a las pretensiones rupturistas de la oposición.

    ¿Cómo fue posible? Seguiremos sin entenderlo si persistimos en la imagen de un franquismo rígido y férreamente dictatorial. Ni aun en los años 40 fue así. De hecho demostró flexibilidad y capacidad de adaptación muy notables, sin las cuales habría subsistido breve tiempo. Aparte del difícil, pero logrado, equilibrio entre sus familias, pueden discernirse en el franquismo, desde sus comienzos, dos concepciones opuestas. La primera, largos años mayoritaria, consideraba al régimen una superación tanto del marxismo como de la democracia liberal, y, por tanto, un modelo para los demás países, según expresaba Franco:
    Los regímenes del mundo futuro serán más parecidos a los que nosotros concebimos y tenemos en marcha que a cualquiera de las fórmulas políticas ya experimentadas.
    La segunda concepción veía en el régimen la respuesta a una crisis histórica excepcional, y, por tanto, destinada a desaparecer por evolución. Pasaría un tiempo prolongado, previsiblemente hasta la muerte del dictador, pues pocos parecían deseosos de desplazarlo, y nadie capaz de hacerlo. A esta segunda postura podemos llamarla reformista o liberalizante. Muy minoritaria al principio, cobraría fuerza con los años, mientras la contraria iría retrocediendo hasta concentrarse en el bunker, así llamado por sus adversarios.

    Durante los años 60 el franquismo fue liberalizándose política y económicamente, pero su éxito en ambos campos, realmente extraordinario, en lugar de asegurar su futuro, presionaba hacia la democratización. Y, más importante aún, los odios típicos de la república se habían diluido de tal modo que también perdían fuerza las reacciones sociales defensivas de entonces. La retórica de antaño, nacida de la lucha contra un peligro extremo, sonaba innecesaria o anacrónica en los años 60-70, y el régimen la usaba cada vez menos, aun si el peligro de los totalitarismos comunistas distase de ser una falacia. Hechos como su tanteo de ingreso en el Mercado Común, en 1962, indican mucho sobre esta evolución.

    Pero creo que es a finales de 1973, tras el asesinato de Carrero Blanco, cuando la evolución quedó despejada [...] El mismo Franco había expresado poco antes al enviado de Nixon, Vernon Walters, su convicción de que España se democratizaría más o menos, en un proceso ordenado, gracias a la clase media que él había creado.

    Parecía volver a sus ideas de 1930. Ese optimismo de Franco resulta algo excesivo: él no creó la clase media, pues ya antes existía una muy considerable, pero sin duda su régimen la desarrolló hasta hacerla mayoritaria; y la idea de que ella garantizaría la estabilidad debe tomarse con cautela. Antes de la guerra, Cataluña, la región española con mayor clase media, era también la más convulsa, debido a la acción combinada del anarquismo y el nacionalismo. Y las Vascongadas saldrían del franquismo como las provincias de mayor renta per capita de España, para convertirse luego en la región más violenta y menos democratizada, asimismo por la combinación de terrorismo y nacionalismo. Con todo, parece razonable esperar que una abundante clase media ayude a estabilizar a un país, aun si no lo garantiza. El éxito de la transición obedecerá en muy alta medida al previo éxito socioeconómico franquista.

    Fallecido el dictador en 1975, el proceso se aceleró, y en el verano de 1976 entró en la recta final tras un primer ensayo inconcluyente con Arias Navarro. La decisión de evolucionar por reforma, de la ley a la ley, aseguraría una transición nada parecida a la desastrosa que siguió a la dictadura de Primo de Rivera en 1930.

    En cambio, la oposición no anhelaba la transición, sino una "ruptura" radical, con denuncia y proceso político del franquismo y repulsa a cuarenta años de historia con un balance visiblemente fructífero. E intentó dirigir ella el cambio, aprovechando las libertades ya en marcha tras la muerte de Franco. A ese fin, la mayoría de los antifranquistas creó dos variopintas formaciones rivales: la Junta Democrática, bajo el mando del PCE, y la Plataforma Democrática, bajo el del PSOE.

    Las dos albergaban variados grupos y siglas: maoístas, trotskistas, separatistas, cristianos radicales, socialdemócratas y algún que otro liberal despistado, al estilo de la Asamblea de Cataluña. En ambas los elementos decisivos eran marxistas o marxista-leninistas. Una transición protagonizada por tal amalgama tenía la máxima probabilidad de abocar a un nuevo caos, al renunciar a la sensatez preconizada tiempo antes por Tarradellas, un antiguo extremista, de los pocos que había reflexionado a fondo en el exilio. Tarradellas había expresado a Josep Pla su intención de, si algún día gobernase, "no destruir nada de lo hecho por Franco que fuera positivo para el país y la estabilidad general". Postura no compartida, repito, por el resto de la oposición.

    Pese a su rivalidad, la Junta y la Plataforma llegaron a unir fuerzas en un organismo conocido popularmente por la Platajunta, y trataron de impulsar un movimiento de masas bajo la consigna "Libertad, amnistía y estatutos de autonomía". Organizaron al respecto considerables manifestaciones, pero nada capaz de asustar al régimen.

    Debe recordarse, además, que tanto el PSOE como el PNV, los nacionalistas catalanes y otros, venían reorganizándose en serio tan sólo desde 1971, con autorización implícita, pero indudable, del gobierno. Sin embargo, el PSOE llegaba con un radicalismo verbal más estridente que el propio PCE; el PNV parecía querer rivalizar con la ETA en demagogia; y los nacionalistas catalanes ya empezaban con la cantinela de que los catalanes no son españoles. Todos, además, reivindicaban la versión frentepopulista de la Guerra Civil, exhibiendo un resuelto antifranquismo en agudo contraste con la casi nulidad de su resistencia u oposición a la dictadura, y con la evidencia de que muchos de ellos procedían de la administración del régimen.

    Fue mucho más positiva, sin duda, la reforma proyectada por el sector liberalizante del régimen y la autodisolución de las Cortes franquistas en aras del cambio a la democracia, ocurrida a mediados de noviembre de 1976. El debate al respecto enfrentó, por última vez, a los sostenedores del régimen y a quienes daban por concluida su tarea histórica. El procurador Fernández de la Vega denunció a la "misérrima oposición que con su resentimiento a cuestas ha recorrido durante cuarenta años el camino de las cancillerías europeas denunciando el pecado de la paz y el progreso de España, alimentando los viejos y al parecer eternos prejuicios antiespañoles con la sucia leña de la tiranía de Franco". Le replicó Fernando Suárez:
    No trate de demostrarnos que para ser leales a Franco hay que impedir en estos momentos que sea el pueblo de España (…) el que decida su propio destino. Quienes hemos dictaminado este proyecto no vamos a intentar disimular con piruetas de última hora nuestras ejecutorias en el Régimen. Pero hemos pensado siempre (…) que los orígenes dramáticos del actual Estado estaban abocados desde sus momentos germinales a alumbrar una situación definitiva de concordia nacional (…), porque habremos sido capaces de rebajar el concepto de enemigo irreconciliable al más civilizado y cristiano concepto de adversario político, pacífico (…) sin (…) nuevos desgarramientos y nuevos traumas.
    La postura de Fernando Suárez triunfó, y el otro Suárez, Adolfo, pudo afrontar el referéndum subsiguiente y a la oposición rupturista, que venía recrudeciendo su ofensiva. El 12 de noviembre de 1976 esa oposición había organizado la huelga general, de carácter revolucionario por naturaleza, para frustrar la transición reformista. La prueba de fuerza se había saldado con el fracaso de la huelga y la consiguiente victoria del gobierno. Aun así, la oposición persistió en boicotear el referéndum, realizado el 15 de diciembre, si bien lo hizo ya con poco aliento. La excepción fue el PCE(r)-GRAPO, que secuestró a Antonio de Oriol, y más tarde al general Villaescusa, para echar por tierra la maniobra fascista, fracasando a su vez.

    Desde entonces la oposición hubo de aceptar la transición y colaborar, de mejor o peor fe, en la reforma promovida desde el propio régimen. Ello permitió una democratización en orden, "dentro de la ley", como propugnaba el mismo Franco en 1930. Sólo ahora, casi treinta años después, se ha formado una nueva y nebulosa Platajunta entre izquierdistas y secesionistas para imponer una "segunda transición", es decir, volver a la ruptura, contra la Constitución y la libre convivencia construida desde 1975. E intentando resucitar de paso, y no por azar, las antiguas propagandas y rencores, so pretexto de "memoria histórica". Esta inaudita pertinacia en los viejos errores merecería un estudio aparte.

    [...]

    Una observación final: las libertades han llegado a España con algún retraso con respecto a la Europa occidental. Observación que debe completarse con otras dos: gracias a ello la democracia ha resultado, hasta ahora, más firme que si hubiera llegado antes; y la debemos a nosotros mismos, no a Usa como la mayoría de los demás países europeos. A la objeción de que España no habría esquivado tampoco el totalitarismo nazi o comunista de no ser por la intervención useña en Europa, cabe responder que esa deuda indirecta queda saldada con la neutralidad española en la guerra mundial, tan valiosa para los Aliados aun si no fue mantenida con intención de favorecerlos."

    "El 16 de marzo de 2005, diversos políticos, comunicadores, periodistas, cantantes y otra gente significada, hasta un número de cuatrocientos, homenajearon en un hotel madrileño a Santiago Carrillo, ex jefe del Partido Comunista, con motivo de su 90 cumpleaños.

    La figura principal y más representativa fue el presidente del gobierno, Rodríguez, que abrazó al viejo líder y lo calificó de "ejemplo" político. "Ésta es una mesa larga y unitaria", dijo a Ibarreche, político que no oculta su ambición separatista, dirigente del PNV fundado por Sabino Arana, racista violento bien explícito en sus escritos. Juan José Ibarreche aseveró que él y toda la sociedad vasca aprecian a Carrillo por su trayectoria política. Asistió el político Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón –premio Sabino Arana–, ministros de José Luis Rodríguez, empezando por la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, junto con ex ministros y líderes autonómicos como Jordi Pujol y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que calificó al festejado como "patriota que se sacrificó por la democracia"; José Barrionuevo, relacionado con el terrorismo del Gobierno de Felipe González y encarcelado por ello; periodistas como Fernando G. Delgado; cantantes como Víctor Manuel, Ana Belén y Joaquín Sabina... El Rey hizo llegar una misiva transmitiendo al anciano comunista su respeto y su amistad "fraguada durante muchos años". El entonces ministro de Defensa José Bono, ausente, le remitió un soldadito de plomo, quizá en recuerdo del maquis.

    Organizaron el festejo los periodistas María Antonia Iglesias e Iñaki Gabilondo, este último el comunicador más afamado del grupo mediático Prisa e inventor o difusor del bulo de los terroristas suicidas hallados en los trenes de la matanza del 11-M. No faltaron personajes de la derecha y ex falangistas, como Rodolfo Martín Villa; ni Gregorio Peces Barba, intelectual-político socialista encargado por entonces de silenciar a la Asociación de Víctimas del Terrorismo a fin de facilitar los tratos del Gobierno con la ETA, bajo el título paradójico –o acaso burlesco– de Alto Comisionado para el Apoyo a las Víctimas del Terrorismo. Los líderes del PP prefirieron abstenerse del llamativo banquete, por lo que Peces Barba aseguró que al acto asistían "los buenos y faltaban los malos". Varios admiradores, periodistas como Susana Olmo, Amalia Sánchez Sampedro, María Antonia Iglesias e Iñaki Gabilondo, regalaron a Carrillo un libro de recortes de prensa con la firma de los asistentes: Noventa años de historia y vida. Ya entrada la noche, la fiesta culminó con la retirada de la estatua de Francisco Franco del edificio madrileño conocido como Nuevos Ministerios, lugar donde permanecen las estatuas de los socialistas Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, principales jefes de la guerra civil de 1934. Un nutrido grupo de homenajeantes acudió alborozado a presenciar dicha retirada, entre ellos el cantante Víctor Manuel, que en su juventud había compuesto una canción dedicada a la paz de Franco.

    El homenaje a los "noventa años de vida e historia" de Carrillo, coronado por el ultraje a Franco, simboliza inmejorablemente una nueva situación política en España. Para entenderla, resumiré aquí esa larga trayectoria del primero, por lo demás bien conocida de todos los admirados asistentes a su gran fiesta de aniversario.

    Santiago, hijo de Wenceslao Carrillo, un dirigente del PSOE, era en 1933-1934, con diecinueve años, uno de los jefes de la Juventudes Socialistas, las cuales, a juicio del también socialista Prieto, realizaron acciones intolerables. Estas acciones consistieron en el asesinato de algunos miembros del partido derechista moderado CEDA, que no replicó del mismo modo, y de varios militantes falangistas, hasta provocar las represalias de éstos. Como líder de dichas juventudes, cuyas publicaciones llamaban abiertamente a la máxima violencia, participó en el comité secreto del PSOE encargado de preparar una insurrección considerada textualmente guerra civil, con el fin de aplastar la república burguesa e imponer una dictadura semejante a la soviética de Stalin, como también proclamaban sin vacilación.

    Vencida la insurrección, Carrillo, desde la cárcel, se acercó más a los comunistas y exigió "bolchevizar" el PSOE, es decir, convertirlo en un disciplinado aparato para tomar el poder por la fuerza cuanto antes. Tras reanudarse la guerra en 1936, pasó al PCE, organización por completo dependiente de Moscú (y orgullosa de ello). El PCE aprovechó las circunstancias bélicas para crearse rápidamente un aparato militar (el Quinto Regimiento) que le permitiera prevalecer sobre sus aliados del Frente Popular, y para organizar, junto con el Gobierno y los demás partidos de izquierda, un terror mortífero contra las derechas y, a veces, también contra sus aliados.

    Carrillo se dedicó a la segunda tarea, y cuando ocurrió la batalla de Madrid, en noviembre de 1936, presidía el aparato represivo de la Junta de Defensa de la capital. Ha sido acusado, por ello, de numerosos asesinatos y en especial de la mayor matanza de toda la guerra, realizada en Paracuellos del Jarama y otros puntos de la provincia de Madrid. Carrillo ha alegado durante mucho tiempo ignorar tales hechos y hasta el nombre de Paracuellos; pero recientemente su memoria mejoró, y afirmó "haber hecho todo lo posible para evitar la matanza que se produjo –según él– cuando grupos incontrolados asaltaron un convoy de militares prisioneros". Mejora parcial, porque la matanza no tiene los rasgos de la improvisación de supuestos incontrolados –que casi nunca lo fueron–, sino los de un planeamiento cuidado, de estilo soviético; y no se trató de un convoy de militares prisioneros, sino de todo tipo de gente, incluidos adolescentes, prácticamente niños. Los testimonios del diplomático Félix Schlayer, las investigaciones de Ricardo de la Cierva, César Vidal, José Manuel Ezpeleta, las del mismo Ian Gibson, que ha asegurado "entender" la masacre (El País, 22-9-2005), etc., apuntan claramente a Carrillo. A duras penas podría ser de otro modo, estando él a la cabeza del orden público, que en aquellas circunstancias no significaba otra cosa que la aplicación del terror; sin olvidar su considerable experiencia en la dirección de actos terroristas desde 1934. Recientemente un historiador pro comunista, Jorge Martínez Reverte, ha querido desviar la responsabilidad hacia los ácratas –una tradicional táctica del PCE–, pero ha sido desmentido, y fue en esta ocasión el anarquista Melchor Rodríguez quien detuvo las matanzas asumiendo un serio riesgo personal. Las excusas, justificaciones, pérdidas de memoria y cambios de opinión de Carrillo hablan por sí solos, y hay muy pocas dudas sobre su responsabilidad. Los asistentes al homenaje conocían perfectamente esta faceta del antiguo jefe de las Juventudes Socialistas.

    Terminada la guerra española con la derrota de los suyos, el homenajeado pasó la mayor parte de la guerra mundial en América, desde donde trataba, en vano, de organizar nuevas acciones en la España de Franco. Su mejor ocasión llegó hacia el final de la contienda en Europa, cuando casi todo el mundo esperaba la caída del dictador gallego. Entonces Carrillo, ya un destacado jefe comunista, dirigió desde Francia el maquis, que intentaba explotar las muy favorables circunstancias internacionales y el presumible descontento dentro de España para reiniciar la guerra civil, con la natural esperanza de vencer esta vez. Las guerrillas debían cundir por el país, desestabilizar al régimen y provocar una intervención de los Aliados en último extremo. También este proyecto volvió a fallar, no sin dejar detrás varios miles de muertos.

    La derrota del maquis obedeció, ante todo, a su escaso apoyo en la población, indicio de una considerable popularidad del régimen a pesar de las duras condiciones de vida existentes. Además, el terror practicado por los comunistas durante la guerra civil contra sus propios aliados, para meterlos en vereda, dificultaba la captación de gente de otras tendencias. Por las armas, pues, no había salida.

    La realidad impuso un cambio de táctica y, con la anuencia de Stalin, el PCE volvió a la línea, antaño provechosa, de los frentes populares: infiltración en los sindicatos, las universidades, el mundo artístico, empleo masivo de la consigna de "libertades", de "reconciliación nacional" y de una retórica de paz, con objeto de atraerse a sectores descontentos y llegar a una "Huelga Nacional Pacífica", dirigida por los comunistas, pero en la que debía participar casi todo el país. Consignas poco sugestivas para la población, pues casi todo el mundo consideraba la guerra cosa pasada, ya había paz y reconciliación para la gran mayoría, y las libertades, en boca de los comunistas, convencían a pocos.

    Por ello los progresos del PCE, plenamente mandado por Carrillo desde mediados de los cincuenta, fueron muy lentos; aunque no inexistentes, sobre todo cuando logró hacerse con las Comisiones Obreras, independientes en teoría pero en la práctica férreamente controladas por los carrillistas. Las maniobras de Carrillo para hacerse líder indiscutible incluyeron las habituales purgas, a veces asesinatos de camaradas desafectos, y provocaciones diversas, como han expuesto Líster y otros. El mismo Carrillo declaró lo siguiente en una entrevista a una de sus admiradoras, la citada María Antonia Iglesias:
    Y las leyes de la clandestinidad significan que este partido es un pequeño Estado dentro del Estado, con sus leyes propias, y que algunas veces, para proteger al partido, tienes incluso que cometer injusticias, como dejar de lado o separar a las gentes que no sabes si están o no colaborando con la policía. Yo eso lo he asumido, con todas las consecuencias. Incluso, en algún caso, yo he tenido que eliminar a alguna persona, eso es cierto; pero no he tenido nunca problemas de conciencia [subrayado mío], era una cuestión de supervivencia, porque estaba en juego también la vida de muchos militantes, que muchos de ellos acabaron en la cárcel o ejecutados (El País, 9-1-2005).
    Próxima la muerte de Franco, el PCE seguía siendo pequeño, con menos de diez mil afiliados; pero era el único con una organización algo seria y disciplinada, que podía jactarse de haber llevado a cabo una lucha sostenida contra el régimen de Franco y de haber sufrido más cárceles y sacrificios. Para ampliar sus alianzas, Carrillo formó la Junta Democrática, y el PSOE, que renacía con todas las bendiciones de la burguesía como rival del PCE, fundó la Plataforma de Convergencia Democrática. Junta y Plataforma. A ambas les unía un rechazo frontal al franquismo, a Juan Carlos I y a las reformas democráticas planteadas desde la dictadura, frente a las cuales alzaban la bandera de la "ruptura", para enlazar legal e ideológicamente con el Frente Popular. Durante el año 1976, en situación práctica de libertades, Junta y Plataforma coordinadas desplegaron una intensísima y bien financiada agitación, que, sin embargo, no les dio el resultado apetecido y fracasó, una vez más.

    Carrillo había inventado con otros partidos correligionarios el eurocomunismo, distanciándose algo de Moscú en una versión ampliada de los frentes populares y sin dejar la ideología marxista. Pronto comprendió que su partido y la oposición carecían de fuerza suficiente para liderar los cambios, y, más alarmante aún, que el franquismo pensaba legalizar al PSOE, pero vacilaba en hacerlo con el PCE, mientras Felipe González no hacía ascos a mantener a su competidor comunista fuera de la ley. Ante tal debilidad y tal amenaza, Carrillo dio ejemplo de moderación: como la mayoría de los demás, aceptó la reforma auspiciada por los franquistas, incluida la monarquía de Juan Carlos y la bandera tradicional, bajo la que había sido vencido el Frente Popular. Fue legalizado, y la ruptura –sostenida después por la ETA y otros grupos terroristas o extremistas– quedó como un sueño inalcanzado, aunque quizá alcanzable algún día.

    La democracia condujo con bastante rapidez a la crisis del PCE y del propio Carrillo: su invocación a su larga lucha contra el franquismo atrajo a pocos votantes. El gran beneficiado fue el PSOE, que no había combatido a la dictadura, había sido tolerado por ella en sus últimos años, y gozaba del apoyo financiero y mediático de importantes fuerzas españolas y extranjeras. En las elecciones de 1977, el PCE, presentando a figuras como la Pasionaria y el poeta Rafael Alberti, sólo obtuvo 19 escaños y menos del 10% de los votos, frente a 118 diputados y un 30% de votos del PSOE. El homenaje al ex dirigente comunista cobraba así un tinte de irónico desagravio: durante el franquismo él había representado la única alternativa política real (que quizá por ello no llegó a realizarse)... para verse burlado al final por los representantes de la dictadura y por unos socialistas que habían colaborado con ella, activa o pasivamente. Y que ¡en 2005!, treinta años después de muerto el dictador, exhibían una combatividad antifranquista nunca antes vista.

    Sin estos datos, hoy tan a menudo olvidados o tergiversados, no entenderíamos la historia reciente. ¿Qué significaba la fiesta a Carrillo y la retirada de la estatua de Franco en aquel aniversario redondo? Ni más ni menos que la vuelta a aquella ruptura frustrada durante la transición, y que los festejantes consideraban posible, por fin, con un gobierno surgido en buena medida del manejo de la matanza del 11-M, manejo que desvió del terrorismo islámico la culpa del crimen para descargarla sobre Aznar y el PP. Se trataba de una segunda transición, aunque el término dejó de usarse pronto. La primera transición había sido desde el franquismo a la democracia; la segunda, sería desde la democracia a otra cosa, y esa otra cosa la simbolizaban mejor que nadie Carrillo y un presidente que se declaraba "rojo", palabra tan reveladora.

    El homenaje está ligado a la entonces prevista ley conocida como de Memoria histórica (Ley 52/2007, de 26 de diciembre), instrumento para imponer a la sociedad una visión determinada del pasado; a las "negociaciones" con la ETA a costa del Estado de Derecho, de la Constitución y de las víctimas directas con el supuesto fin de conseguir una paz ya existente desde 1939; se liga al ensalzamiento del Frente Popular y de Juan Negrín, a la actitud comprensiva hacia dictaduras como la de Fidel Castro, al extraño juicio por la matanza del 11-M y a otros fenómenos bien conocidos.

    Son sorprendentes las pasiones que sigue levantando la figura del viejo Caudillo más de treinta años después de su muerte, y la dificultad de reconducir el debate a un plano más objetivo y centrado en los hechos. Pasiones sostenidas a menudo por una crasa ignorancia sobre nuestro pasado reciente."

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  4. Joder. Ya no puedo decir nada... Anónimo, abre un blog collons...

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  5. Carlos:

    Considero que la oportunidad de democratizar España –incluso que daríamos lecciones al resto de los europeos– lo impidió Alfonso XIII al no permitir la reforma del sistema canovista que deseaba llevar a cabo Maura.

    La segunda república no es más que otro de los capítulos de esa decadencia, el capítulo más violento, que terminó con el hito más sangriento de la historia española, la guerra del 36, que nos llevó a la dictadura franquista.

    Además, entre los defectos de ese periodo está la creencia –más arraigada de lo que nos gustaría admitir– que en España no puede haber verdadera democracia, no hay ciudadanos, o buscamos la revolución bolchevique o necesitamos un caudillo para esto funcione. Vamos, que es imposible tener una verdadera democracia, con ciudadanos críticos con el poder. Por eso la casta política se permite chulearnos y choricearnos. Postfranquismo lo llamo yo.

    Por otro lado también tienes la larguísima contestación del anónimo anterior.

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  6. Estoy totalmente de acuerdo con esa larguísima contestación, es evidente que no se puede decir más sobre ese error histórico, sí carlos, error histórico, que fue la II República. Algún día caerán los mitos de esa falsa democracia, que hoy tantos anhelan. En esos años, hubo censuras, detenciones por motivos políticos, el caos llevó a asesinatos, incluidos los políticos. Es difícil justificar un golpe militar, y menos una guerra civil, pero los gobernantes de esa república buscaron un enfrentamiento tan grande con la España opositora, que ésta reaccionó, con el apoyo de los militares y de la Iglesia. Una iglesia que estaba siendo acosada y maltratada, no lo olvidemos. Sí carlos, la II república fue un error, lo que nunca entenderé es que haya alguien ahora que la reivindique, a no ser que sean los intolerantes de la izquierda, los extremistas, los que quieren democracia en España pero en Cuba no, porque lo que es bueno para ellos no lo es para los cubanos. ¿esto se entiende? ¿Que hubiera pasado si los republicanos huboeran ganado la guerra? ¿Hubiera habido una verdadera democracia? ¿Estarían representados en ella partidos de derechas? ¿La URSS lo hubiese permitido pagando como pagó al ejército rojo? Yo mismo respondo, los republicanos hubieran hecho con los nacionales lo que estos hicieron: purgas, represión, exilio, venganza... Esa es la España que quieren algunos ahora mismo con la ley de la memoria histórica, otro error, por cierto, cometido con la democracia ya consolidada y cuando los hombres y mujeres de buena voluntad habían dado ya por superado las dos Españas. Quiero una España democrática sin venganzas, sin que nadie quiera rendir cuentas con la historia, una democracia moderna que cuando haya una crisis tan grave como la actual haya respuestas rigurosas y no gastando grandes cantidades de dinero desenterrando muertos.

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  7. Ningún Gobierno elegido libre y democráticamente por los ciudadanos puede considerarse un error. Al menos en mi opinión.

    Es más creo que no deja de ser una concepción interesada utilizada por algunos para justificar el Golpe de Estado de Franco y quitar hierro a 40 años de dictadura.

    Ni me gusta esa justificación reinventada desde la derecha ni me gustan los panegíricos que cada año se lanzan desde la izquierda.

    La II República fue una forma del Estado más. Ni fuero los mejores años de la historia de este país ni, por supuesto, los peores.

    Fue ambiciosa en libertades pero se ahorcó con su propio lazo, aupada por enfrentamientos políticos internos entre quienes no supieron entender esa libertad (anarquistas), quienes quisieron anularla (iglesia) y quienes fueron cobardes (izquierda y derecha moderada).

    No obstante, mis conocimientos de historia y política no son tan amplios para discutir a fondo al "anónimo bíblico" ni para entrar en muchos más detalles que los que recuerdo de mis días de universidad.

    Un saludo

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  8. A H:

    ¿Por qué no vas a poder decir nada? ¿Quién te lo impide? ¿...?

    No tienes por qué leer mi comentario y puedes obviarlo perfectamente si así lo deseas. Cada uno es libre de hacer lo que quiera y sé que abundan aquellos con pocas ganas de razonar, argumentar y debatir. Y eso que esos comentarios muchas veces son "sin ánimo de ser exhaustivos" que diría el gran César Vidal.

    Gracias por la sugerencia, pero no tengo ganas ni tiempo de abrir un blog, primero porque no tendría nada que decir, distinto es que a veces sí que me parezca oportuno opinar sobre temas que veo expresados en algunas entradas de otras bitácoras donde existe libertad de expresión para poder comentarlo y obrar en consecuencia.

    Ya sé que lo fácil es hacer como aquel al que respondía, o sea, ventilar cualquier intervención con cinco palabras escasas insinuando que es exagerado considerar un "error histórico" la II República, pero sin aportar absolutamente nada: ninguna explicación, ningún argumento, ningún tipo de razonamiento ni desarrollo documentado que desmuetre la opinión del interviniente al respecto. Todo se despacha con "y tú más", y "yo soy el que tengo la razón" y la II República es el paraíso anhelado por la corrección política al que rendir pleitesía so pensa de ser tachado de reaccionario, aunque la verdad sea otra muy distinta como demuestran las montruosidades que muchos historiadores, documentalistas, investigadores y los propios protagonistas desvelaron, desde Azaña en sus diarios hasta los padres espirituales de la II República (Ortega Gasset, Marañón, Pérez de Ayala...) pasando por moderados de la izquierda de la época como Besteiro que denunciaron la aberración que supuso ese período, los excesos cometidos y todo lo que yo -a diferencia de otros, a los que no obstante respeto su mutismo o escuetas intervenciones- he expuesto al respecto de cuanto he leído y me he informado sin hacer juicios de valor a la ligera con una línea escasa.

    Lamento que puedan resultar costosos de leer para algunos, pero sencillamente creo que los argumentos son el intrumento en el que basar cada criterio, y no tirar la piedra, esconder la mano, decir que es erróneo o exagerado un comentario para no aportar nada más. Reitero que lamento que a alguno le pueda parecer excesivo el comentario, pero no es finalidad de este servidor tener mucha audiencia y muchos lectores que se aproximen al texto y lo lean con deleite, sino sencillamente exponer con hechos, datos, citas, argumentos y razones mi postura de por qué estoy de acuerdo con denominar a ese período "error histórico" tal y como hacía el autor, y que muchos protagonistas compartieron como ya mencioné. Ese error histórico, castástrofico y aberrante que fue ese período (deslegitimado por los frentepopulistas que socavaron las instituciones) por las razones antedichas que ya expuse en ese comentario y, que obviamente, no voy a repetir de nuevo, ya que además se podrá criticar su extensión, pero no parece que se rebatan todas y cada unas de las cuestiones, por lo que no merece la pena que me extienda aquí más. Simplemente me limité a exponer lo que creía conveniente ante la ligereza de algunos por considerar exagerada esa valoración como hacen muchos de los que se dedican a los panegíricos hagiográficos de ese período y a idolatrar a algunos mitos intocables que históricamente ha quedado probado que resultaron nefastos pese a la propaganda con que se intentó ocultar. Como digo, me limité a exponerlo, y en caso de que el administrador lo considerae fuera de lugar, sé que será muy libre de quitarlo, tanto como yo lo he sido de escribirlo, creo que con aportaciones bastante sustanciosas al respecto y no "hablando por hablar". En cualquier caso, eso no impide que cualquiera pueda comentar sin necesidad de que yo tenga que crear blog para escribir una cosa relativa a la entrada en un blog ya creado.

    Y al último anónimo que me precede, agradecerle que, lejos de criticar la extensión, haya considerado provechoso mi comentario, lo que parece demostrar que sí que hay quien lo lee y encuentra argumentos de peso mucho más consistentes que la mera crítica sin razonamiento alguno. Aunque aquí cada uno es libre... no, por cierto, como en la II República, donde pese a lo que se diga sí existía la censura, igual que fue durante ese período cuando se promulgó la ley de vagos y maleantes, pero en fin, no voy a extenderme en anécdotas, aunque quizá no lo sean tanto, porque creo que en la llamada "larguísima contestación" sinteticé (sí, a pesar de su extensión, podría haberse dicho y decirse mucho más) el posicionamiento al respecto y creo que de forma bastante documentada, por lo que me ahorraré decir nada más, máxime si cualquier intervención es desechada por su extensión, pero no se rebate nada, ya que mi pretensión no es convencer a nadie de nada ni sacar del error a dogmáticos que han interiorizado muy bien la propaganda de la corrección política aunque eso les haya supuesto tragar con el falseamiento de la historia y digerir acríticamente su reinvención a manos de los "desmemoriados" de la historia que osan hacerles leyes a tal efecto o ir expidiendo carnés de demócratas cuando su trayectoria no los avala en absoluto y han tergiversado y retorcido ciertos hechos que a la luz de las revelaciones de los propios protagonistas de dichos hechos quedan en evidencia de una forma sintomática, muy significativa y más elocuente si cabe.

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  9. Además el error de algunos parte sustancionalmente de la base de considerar libre y elegido democráticamente un gobierno que no lo fue, ya no por la violencia desatada, el asesinato sistemático y otros atropellos más, es que ni tan siquiera se publicaron los resultados de las elecciones del 36. Es muy fácil hablar con total desconocimiento de los hechos y tragar con la propaganda "políticamente correcta" que van inoculando y no adoptar ninguna postura crítica ni intentar indagar las actitudes de unos y otros en un período macabro que acabó en esa cruenta guerra civil. Es muy fácil no desarrollar un espíritu crítico y buscar las verdades, y optar por aceptar como incmaculado el pastel previamente cocinado aunque sea insostenible desde un punto de vista historiográfico minímamente riguroso.

    Por ello es entendible que muchos se agarren a esa falacia de una concepción interesada de la derecha para justificar el golpe creyendo que se trataba de un gobierno legítimo y obviando todo lo que acontenció como relatan los propios protagonistas siendo Besteiro uno de los más elocuentes al respecto. Aunque tampoco se quedaron atrás Marañón o Azaña, denunciando éste último la canallería de unos exacerbados correligionarios que habían socavado las instituciones para ir a la tiranía a la que ellos mismo con su sectarismo habían abocado al país armando a los propios sindicatos a una contienda que después el ladrón y felón de Negrín querría enlazar con la Mundial para seguir sembrando España de cadáveres. Por eso hablar de reinvención justificada sin más argumento que la mera acusación gratuita resulta, cuando menos, risible. De igual manera resulta la reducción simplista de considerar la II República como una forma de Estado más. La república -a pesar de las dos nefastas experiencias españoles- sí es una forma de estado más. La II República española no, y obviar lo que se produjo desde el gobierno corrupto, envalentonado y criminal de esa República que derivó en una guerra fraticiada es de una irresponsabilidad difícilmente digerible. Tanto como aceptar la legitimidad del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (PNSAT), o sea el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP), por haber salido de las urnas sin tener en cuenta las consecuencias de las actuaciones de sus dirigentes una vez llegados al poder.

    Decir que los "anarquistas" no supieron entender esa libertad dejándolo todo en eso supone también una absoluta ignorancia sobre ello, y lo que desencandería también sus luchas intestinas con los comunistas, y con otros sectores del criminal -sí criminal- Frente Popular. Es igualmente hilarante hablar de la anulación de la libertad mencionando a la Iglesia Católica, demonio particular al que hay que hacer siempre responsable para estar en la élite progre, cuando fue el propio sectarismo del gobierno ya no anticlerical o anticatólico, sino sencillamente liberticida que pasó de prohibir las órdenes religiosas o que ejercieran la enseñanza a la violencia desatada contra el clero, y también contra los fieles, a los que por el hecho de asistir a misa se les torturó de la forma más infame. Y no es necesario esperar a las chekas de la Guerra Civil para comprobar que esos episodios no fueron meros altercados aislados de sectores exaltados de la población, sino que desde el supuesto gobierno "legítimo" se desencadenó todo ello y que incluso desmbocaría en el asesinato premeditado de líderes políticos, siendo además el Ejército en sus primeros años quien más salvaguardó la estabilidad de una forma de Estado, que aun no pudiéndole gustar, protegió, del mismo modo que lo aceptó la Iglesia, pese al acoso y derribo del tintes totalmente antidemocráticos al que se vio sometida, no interesando comentar estas cosas porque, claro, son "políticamente incorrectas".

    Sin embargo, parece que resulta más sencillo despachar con un despectivo "biblíco" cualquier aportación documentada y argumentada, por lo que se me permitirá no ahondar más en la cuestión ya que es imposible que se genere un debate mínimamente aceptable si no se rebate absolutamente nada de lo expuesto en esa "larguísima" y por algunos tan denostada contestación porque sencillamente no merece la pena, y a otros les es mucho más fácil tragar con la propaganda que ponerse a reflexionar sobre las verdades expuestas con datos bien razonados que puedan desmontar las versiones que tan bien se han dedicado a difundir y propagar los que tienen interés en que no se sepa la verdad de un terrible período y de un sistema que se cargaron sus propios artífices con unos abusos, atropellos y crímenes de los que no se puede hablar porque ciertos sectores serán siempre incapaces de admitir ciertas realidades objetivas e históricas que desmonten sus dogmas marcados a sangre y fuego y que se reducen a un simplismo incongruente, facilón y pueril y, por tanto, no merecería la pena continuar. No obstante, la intervención de las 19:13 es bastante elocuente, y pese a su extensión, está lo suficientemente documentada -y no rebatida- como para no extenderme todavía más. Ahí aparecen reflejas ciertas realidades que producirán úlceras a ciertos dogmáticos repletos de sectarismo, pero con aportaciones incluso de los propios protagonista, incluida la izquierda, en que se denuncian los despropósitos de lo acabó en barbarie, aunque la propaganda intenté ocultarlo. Como dijo el liberal Marañón: "Mi respeto y mi amor por la verdad me obligan a reconocer que la República española ha sido un fracaso trágico", "Tendremos que estar maldiciendo varios años la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado (a los nacionales)?", o Besteiro: "Estamos derrotados por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizá los siglos. La reacción a este error de la república la representan genuinamente, sean cuales sean sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada antikomintern". SIn duda algunos, muchos en vez de escuchar los lamentos admonitorios o las reprobaciones de estos liberales o socialistas moderados, han venido en reivindicar a personajes siniestros como el Lenin español, Largo Caballero, el traidor Prieto, o el felón Negrín, claros culpables de ese Frente Popular que destruyó el sistema después de haberlo pervertido, socavado y deslegitimado pese a lo que dice esa propaganda que tantos se empeñan en defender sin más argumento que el maniqueísmo y la crítica fácil, escueta y reiterativa propios de eslóganes panfletarios que poco, o mejor dicho nada, tienen que ver con la verdad histórica y con lo desvastador que resultó ese error histórico colosal.

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  10. "ELECCIONES | Ex ministra de Fomento

    Magdalena Álvarez será la 'número tres' del PSOE en las europeas

    Acompaña a López Aguilar y a Jaúregi en la lista socialista
    Las elecciones tendrán lugar el próximo 7 de junio"

    (Leer más...
    www.elmundo.es/elmundo/2009/04/14/espana/1239730648.html)

    ¿Maleni a las europeas?

    Definitivamente, parece que el PSOE no sólo da por perdidas las elecciones europeas, sino que pretende sacrificar en ellas a todos esos "elefantes" inútiles y previendo un descalabro bestial, aprovechan y envían a lo peor de la fauna que se ha sentado en la bancada socialista. De otra forma no se entendería.

    De número uno, el canario fracasado, y hermano del calumniador insultante "Sorrocloco", famoso por viñetas ofensivas a la AVT; de número dos, el que fuera vice-lehendakari con el PNV, Ramón Jáuregui; y de número tres la incompetente, ignorante e iletrada Maleni.

    PD.: Se sabe también que entre los cinco primeros irá la ex-esposa de Tigrekán II, sí el de los GAL Filesa, Rumasa, Ibercorp, Roldán, Juan Guerra, o sea, Felipe González, (lo de la esposa) cuyos méritos más deslumbrantes se reducen a haberse quedado con un palmo de narices tras la marcha de su marido con una señorona del barrio de Salamanca, esto es, el prototipo de aquellas que eran en blanco perfecto de Alfonsito Guerra, la lengua viperina de González hasta que éste le dio la patada en la rabadilla al famoso por su "mienmano". Y como Carmen Romero se ha quedado con una cara que ni la Pantoja el día que murió Paquirri, pues parecen querer consolarla desde Ferraz con su inclusión en las listas a las elecciones europeas y para Bruselas que la mandan a ver si se alegra con algún eurodiputado polaco. No se conocen más méritos de la susodicha, salvo ejercer de "mujer de" -muy progre, eso sí, aficionado al Mariano de Forges, sileuta en que creía ver representado a su entonces marido, asiduo lector de Mortadelo y Filemón- durante el felipismo de la Guerra Sucia, la censura y el latrocinio, excepto que fue la precursora de Aído -la "miembra"- dando patadas al diccionario con su famoso "jóvenas"; y es que estas feministas rancias -tiorrillas como las llamaba Unamuno- otra cosa no, pero incurrir en errores y difundir la incultura de la que adolecen y su vasta ignorancia debe de ser unas de sus aficiones preferidas y que practican con ernoem frecuencia. Eso sí, siempre después de una recepción de caviar para hablar sobre la pobreza tercermundista y la cooperación al desarrollo, y luego posar con pieles o sin ella en alguna revista para darse a conocer y hablar de sus inexistentes virtudes pero siempre mencionadas, y eso sí, siempre "muy chic" como adalides vanguardistas de la modernidad, o de la "modernez".

    Vaya panorama y menuda lista con que se descuelga el PSOE. El batacazo va a ser apoteósico. Habrá que verlo.

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  11. http://www.youtube.com/watch?v=7uPk8gnU2zU

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  12. Un interesante artículo de J. Somalo:

    "COPE
    Federico y la lealtad
    Javier Somalo

    Si el EGM fuera serio –empezamos mal– y capaz de medir la audiencia real de un solo día o una sola noche, entre La Linterna del lunes y La Mañana del martes habría record absoluto. Ni Carles, Angels, Iñaki y su hermanistro se lo han perdido. Por supuesto, los gabinetes esos de "seguimiento de medios" en Génova, Ferraz, Moncloa y Zarzuela, tampoco. ¿Habrán tomado nota? En La Mañana del 14 de abril de 2009 se habló de lealtad a las personas, a las ideas, a los principios, no a las empresas. En definitiva, al individuo si es que lo merece. Es la lealtad que han mostrado los oyentes con sus mensajes en el contestador que cada día escruta Mercedes Aranda, ese que no le gusta a Gallardón –hoy ha hecho las paces con el que exhibió la foto de Corulla, pelillos a la mar. Es también la lealtad inquebrantable que han expresado César Vidal y Luis Herrero: con Federico, en la COPE, en Siberia o en cualquier punto medio. Y es la lealtad del propio Federico a sus ideas y a los valores que se han difundido a través de la cadena COPE.

    La lección comenzó cuando Federico explicó en su blog lo que otros intrigaban en confidenciales. Algunos auguraban rendición o ira. Y se han encontrado con calma pero con lucha. Los que vaticinaban tierra quemada han tenido que leer y oír que Federico sigue defendiendo, por ejemplo, la labor social de la Iglesia y que eso la hace merecedora de esa casilla en la declaración de la renta, si es que queda renta por declarar..

    Ahora, un MAR de advenedizos se arremolina para subastar una silla o, sencillamente, escupir sobre ella. Calladitos hasta ayer, serviles, no leales, piensan que con ponerle otro culo, asunto arreglado. Pero esa silla sigue teniendo dueño oficial hasta el 31 de agosto. Pase lo que pase, lo seguirá teniendo también después del verano. Es la silla de las mañanas de la radio independiente, la de Federico, y la sostienen los oyentes. Y eso no se hereda sin su permiso. Cosas de la lealtad."

    http://www.libertaddigital.com/opinion/javier-somalo/federico-y-la-lealtad-48695/

    Es recomendable como lectura un libro que escribió este autor titulado "Por qué dejé de ser de izquierdas" (http://www.porquedejedeserdeizquierdas.es/). Colaboró también en la obra Mario Noya, director de LD Libros. (http://www.youtube.com/watch?v=NQfJFJw9DxI)

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  13. Un buen libro:

    rePUBLICANOS. Cuando dejamos de ser realistas
    Premio Algaba de Ensayo, Algaba
    Madrid, 2008

    Y sus críticas:

    «No piense el lector ingenuo que este rePUBLICANOS de Fernando Iwasaki esconde entre sus guardas un encendido elogio de las virtudes jacobinas. Muy al contrario, lo que hallará en sus páginas, sagaces y humorísticas, es el común acervo de errores y contumacias, de iluminismo y desdicha, que anudan irreversiblemente a la América española con su vieja y cuarteada madrastra»
    Manuel Gregorio González, Diario de Sevilla


    «La lógica del argumento de Iwasaki y la solidez de sus ejemplos son irrefutables: España y América Latina son dos lugares muy parecidos separados por el mismo idioma. Un libro admirable, que demuestra que se puede ser enciclopédico sin ser pesado, y que para escribir un ensayo de divulgación general no es necesario sacrificar la complejidad del argumento»
    Edmundo Paz Soldán, www.elboomeran.com


    «Pertenece Fernando Iwasaki a una familia de ensayistas distinguidos por la velocidad de su pensamiento, por su capacidad para trazar panoramas completos en pocas páginas y por la simpatía con que escriben juicios lapidarios en líneas brevísimas que a veces perduran como epitafios»
    Christopher Domínguez Michael, Reforma (México)


    «A propósito del bicentenario de la independencia de las repúblicas hispanoamericanas lloverán estupideces. Eficaz antídoto es un libro que acaba de publicar Algaba: rePUBLICANOS: Cuando dejamos de ser realistas, del escritor limeño-sevillano Fernando Iwasaki, que con inteligente ironía revisa los últimos doscientos años de América y España»
    Carlos Rodríguez Braun, Expansión (Madrid)


    «En muy pocas líneas traza una imagen tan certera de España y sus circunstancias y sus diferencias con las naciones de su entorno, que muchas cosas de las que ocurren encuentran su explicación. Nuevamente hay que decir que Iwasaki haría mejores migas con Unamuno o Baroja que con Arzallus o Ibarretxe. Pero es que cuando se refiere a México, cuando se refiere a Perú, cuando habla de Argentina, Cuba, Brasil o cualquier otro país iberoamericano, queda patente su capacidad de síntesis, su erudición y su gracia para exponer su versión de las cosas»
    Vicente Torres, Periodista Digital (Madrid)


    «Fernando Iwasaki, peruano afincado en España, se plantea éstas y otras muchas cuestiones que dábamos por resueltas pero que no lo están en modo alguno. Iwasaki nos pone frente al espejo para que veamos lo que somos, no lo que nos gustaría ver. En el afán de separarnos hemos olvidado que los lazos que nos unen son más fuertes que el deseo de construirse identidades a la medida. Y esto es válido tanto para los chilenos como para los catalanes, extremos geográficos de un mismo retrato de la gran familia hispana o, lo que es lo mismo, española»
    Fernando Díaz Villanueva, Libertad Digital (Madrid)"

    http://www.fernandoiwasaki.com/contenido_novedades.php?id=38

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  14. Preguntas y respuestas:

    "1) La interpretación más generalizada de la Guerra Civil Española es que ésta fue la consecuencia de una sangrienta sublevación desencadenada por una alianza de fascistas y reaccionarios en contra de una república legítima, democrática y progresista que intentaba implementar la justicia social.

    FALSO.

    "Las ideas y posturas que siguen predominando aún hoy sobre la guerra civil española se basan, por una parte, en la ignorancia, y por otra en la propaganda, en particular la propaganda comunista. No fue propiamente la república la que destruyó la democracia, sino las izquierdas españolas, aliadas en el Frente Popular, quienes destruyeron la legalidad republicana, que era democrática en gran medida, pero no totalmente (Doy por supuesto que el lector de esta blog conoce bien el proceso de destrucción de la legalidad republicana, que llevó a la guerra civil, por lo que omitiré esta parte).

    Por lo tanto, cuando los generales, es decir, una minoría de los generales, dan el golpe, ya no existe en España legalidad republicana, ni gobierno legítimo ni democracia, sino un proceso revolucionario abierto, y es contra este contra el que actúan los sublevados. Además, la intención del golpe, al principio, no era antirrepublicano, pero la dinámica del enfrentamiento hizo que las izquierdas se llamasen republicanas, aunque habían destruido la república, y que los sublevados descartasen la esta, por considerar que ella, y no la izquierda, habían traído el caos y la revolución, y que la democracia era imposible en un país bastante pobre y radicalizado como España. Una idea que estaba en boga en toda Europa, por la tensión entre comunistas y fascistas y la impresión muy extendida de que la democracia liberal pertenecía al pasado.

    Aparte de la ignorancia de los hechos está la propaganda. La propaganda ha intentado hacernos creer que el bando del Frente Popular defendía la libertad. Pero basta examinar a los partidos componente de ese Frente para comprender que ello es imposible. Sus fuerzas principales fueron los marxistas revolucionarios del Partido Socialista, los stalinistas del Partido Comunista, y los anarquistas. Alrededor de ellos giraron los golpistas republicanos de izquierda y los nacionalistas catalanes, claramente golpistas en 1933 y 1934, y también los nacionalistas vascos, un partido extremadamente racista que en ello no se alejaba mucho de los nazis. Es imposible identificar a este conjunto con nada que se parezca a la libertad. Máxime cuando Stalin hizo más que ayudarles: los tuteló. Es asombroso que una patraña tan tosca y en el fondo estúpida haya convencido a millones de personas, pero la propaganda hace milagros, como vemos.

    La guerra civil despertó en su tiempo pasiones por toda Europa, también por América y hasta en Filipinas. El mismo Mao Tse-tung recomendaba, muy equivocadamente, que los comunistas chinos libraran varias batallas como la de Madrid. Pero en nuestro tiempo podríamos preguntarnos qué interés puede tener volver sobre este pasado. En España, desde luego, tiene un interés muy actual, porque una gran parte del actual discurso político se apoya en la falsificación sistemática del pasado."


    2) Otra tesis que parece confeccionada adrede para suscitar la indignación de los progresistas es la que España debería alegrarse de que la Guerra Civil la ganaran los franquistas en lugar del Frente Popular. ¿Por qué razón deberíamos pensar que la dictadura de derechas de Franco fuera preferible a una dictadura de izquierdas? El Frente Popular estaba armado y condicionado por Stalin, pero los nacionales tenían el apoyo de Hitler y de Mussolini. ¿No se trata de dos males parecidos?

    NO. SE TRATA DE UN TORTICERA TERGIVERSACIÓN MÁS.

    "Hay muchas razones, pero expondré aquí cinco, que me parecen suficientes:

    1. Stalin llegó a dirigir en la práctica al Frente Popular, mientras que Franco mantuvo su independencia con respecto a Hitler y Mussolini. En plena guerra civil, en 1938, con motivo de la crisis de Munich que estuvo a punto de desencadenar la guerra europea, Franco proclamó abiertamente que en caso de guerra entre las potencias fascistas y las democracias, él permanecería neutral. Esto causó pésima impresión en Roma y en Berlín, y demuestra la verdadera situación. Los jefes del Frente Popular jamás se habrían atrevido a algo parecido en relación con Stalin.

    2. Otra razón la expusieron Gregorio Marañón y Julián Besteiro. Marañón fue un intelectual liberal que influyó mucho para que llegase la república y por eso fue llamado "padre espiritual de la república", pero admitió: "Mi respeto por la verdad me obliga a reconocer que la República española ha sido un fracaso trágico". Y fue más allá: "Tendremos que estar maldiciendo durante años la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales (se refería así al Frente Popular), ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado (a los franquistas)?" En cuanto a Julián Besteiro, fue un dirigente socialista que se opuso a la deriva revolucionaria de su partido. Al terminar la guerra expresó que los franquistas, con su "cruzada antikomintern", y aun teniendo en cuenta sus defectos, habían librado a España del bolchevismo "que es quizá la aberración política más grande que han conocido los siglos". Estos dos intelectuales reflejaban la opinión de muchísima más gente: sopesando los pros y los contras, los franquistas habían librado a España de una auténtica pesadilla.

    3. Franco mantuvo a España fuera de la guerra mundial, no se dejó arrastrar a ella, como Mussolini. Esto fue un inmenso beneficio para España, porque la libró de una mortandad y unos sacrificios mucho más grandes que los de la guerra civil. Pero también fue un enorme beneficio para los Aliados, porque la entrada de España en la guerra habría supuesto el cierre de Gibraltar y del Mediterráneo occidental por los alemanes, lo cual, durante algunos meses de 1940 y 1941 habría podido cambiar el curso de la guerra. Y también con motivo del desembarco aliado en el norte de África. No puede extrañar la fuerte presión de Hitler para arrastrar entonces a Franco a la contienda, en 1940-41, en contra de lo que pretende hoy una serie de historiadores desorientados o desorientadores.

    4. Hay una diferencia radical entre una dictadura autoritaria, como fue la franquista, y una dictadura totalitaria como tantas otras del siglo XX. El intelectual polaco Leszek Kolakowski, antiguo comunista, reconoció que la España de Franco era mucho más libre que los regímenes del este de Europa, y también lo aclaró Solzhenitsin, para indignación de las izquierdas españolas. Un profesor polaco me lo expuso así: "En Polonia la oposición a la dictadura era mucho más difícil que en España, porque en Polonia lo primero que perdía el disidente era el trabajo, ya que el estado era el patrón general de todo el mundo, el propietario de todas las empresas". Eso en España nunca ocurrió. El número de empleados públicos y funcionarios fue siempre bajo y es hoy casi seis veces mayor que en el franquismo. Con un estado pequeño, como el del franquismo, el totalitarismo es imposible. El número de policías era también mucho más bajo que ahora y no existían policías privadas, autonómicas y demás. Y sin embargo hoy existen cinco veces más presos en las cárceles que entonces. En cuanto a los presos políticos, después de los primeros años 40 su número descendió rápidamente, y cuando llegaron las amnistías después de muerto Franco, había menos de cuatrocientos presos políticos en las cárceles para un país de 36 millones de habitantes. Y casi todos ellos comunistas y terroristas, es decir, estos sí eran totalitarios. En las cárceles de Franco no hubo prácticamente demócratas ni liberales, ni tampoco socialistas excepto en la primera posguerra. Hoy hay también más presos políticos que en el franquismo, pues los de la ETA son políticos, según admite el gobierno bajo cuerda, cuando habla de "soluciones políticas". Estos datos revelan que las pasiones y odios de la república y la guerra se habían olvidado, y España era un país reconciliado.

    5. Otra razón por la que fue mucho mejor que ganaran los franquistas fue el desarrollo económico. Claro que España partía de un nivel económico inferior al de los países ricos de Europa, también al de Italia, pero no recibió el Plan Marshall, que volvió a poner en marcha las economías europeas, y además fue sometida a un aislamiento internacional durante bastantes años. A pesar de todo ello, en los años 60 hasta el 75, los índices de crecimiento en España fueron los más altos de Europa, y le renta por habitante llegó al 80% de la media de la Europa rica, un porcentaje que no volvió a alcanzarse hasta finales del siglo XX. La prosperidad económica, y sobre todo el olvido de los odios del pasado, hizo posible una transición democrática sin muchos traumas, y a pesar de la oposición de terroristas y rupturistas. Lo cual también legitimó al franquismo desde el punto de vista democrático. Los propagandistas suelen comparan a Franco con Hitler o Mussolini, pero es absurdo. No solo el régimen de Franco fue comparativamente más liberal, sino que dejó un país reconstruido y no uno en ruinas como aquellos."


    "La Iglesia, como es sabido, padeció muchísimo en los tres años que duró la Guerra Civil Española. Miles de sacerdotes, monjas y monjes fueron asesinados, cientos de iglesias destrozadas. Y en casi todos estos casos los responsables formaban parte del Frente Popular. Sin embargo muchos observadores justifican esta tragedia por alinearse la Iglesia española abiertamente del lado de Franco.

    PERO, OTRA VEZ, ESTAMOS ANTE UNA FALACIA.

    "Fue al revés: la Iglesia se alineó con Franco porque fue furiosamente atacada por las izquierdas, y no solo durante la guerra, sino desde mucho antes. Tan pronto llegó la república, las izquierdas, como dije, quemaron más de cien iglesias y edificios culturales religiosos, con bibliotecas y obras de arte invalorables. Después introdujeron en la Constitución unos artículos antidemocráticos que reducían al clero a una ciudadanía de segunda, negándole libertad de enseñanza, restringiéndole la de asociación y otras, aparte de atacar la libertad de conciencia y los intereses de cientos de miles de familias españolas. Cuando las izquierdas se rebelaron contra un gobierno legítimo, en octubre de 1934, una de sus primeras ocupaciones fue asesinar a decenas de clérigos y personas religiosas. Después de las elecciones del 36 hostigaron sin cesar a la Iglesia y quemaron cientos de templos. Y en cuanto estalló la rebelión derechista de julio, sin esperar a que la Iglesia tomara posición alguna, empezó una de las persecuciones religiosas más sangrientas de toda la historia, con 7.000 clérigos asesinados y muchas otras personas simplemente por ser católicas. Fue lo más parecido a un genocidio que hubo durante la guerra civil. Es muy natural que muchos sacerdotes y obispos apoyaran a Franco, porque, en definitiva, los estaba salvando del exterminio físico. Sin embargo el apoyo oficial de la Iglesia, del Vaticano, a Franco, no se produce hasta un año después de comenzada la guerra. Eso aparte de que los gobiernos del Frente Popular ni eran legítimos ni defendían ninguna democracia. Hay que decir, además, que esta persecución tuvo unos rasgos de sadismo escalofriantes, que no se alcanzaron en la represión practicada por el bando contrario. Y la persecución no se limitó a las personas. Fueron quemadas o saqueadas innumerables iglesias y edificios religiosos, monasterios, a veces con bibliotecas antiguas y de enorme valor. Fueron destruidas las cruces de los cementerios y las lápidas con inscripciones religiosas, etc. Fue un intento de borrar de España, radicalmente, el cristianismo y su memoria. La Iglesia no fue perseguida por apoyar a Franco, sino que apoyó a Franco porque fue perseguida en los términos dichos."



    Sería muy conveniente que los entusiastas republicanos leyeran "Así cayó Alfonso XIII" de Miguel Maura, para que vieran la "salud" que se produjo en la República. Por cierto, en dicho libro, Maura, que fue el primer ministro de la Gobernación republicano, narra como en, creo que Vizcaya, ocho parejas de la guardia civil, formadas en dos filas en medio de la carretera, repelieron, por sus órdenes, un intento de "invasión revolucionaria", procedente de Santander y Asturias, a base de hacer fuego por descargas cerradas. Eran los primeros días de la "salutífera" república.

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  15. "Anónimo dijo...
    "ELECCIONES | Ex ministra de Fomento

    Magdalena Álvarez será la 'número tres' del PSOE en las europeas

    Acompaña a López Aguilar y a Jaúregi en la lista socialista
    Las elecciones tendrán lugar el próximo 7 de junio"

    (Leer más...
    www.elmundo.es/elmundo/2009/04/14/espana/1239730648.html)

    ¿Maleni a las europeas?

    Definitivamente, parece que el PSOE no sólo da por perdidas las elecciones europeas, sino que pretende sacrificar en ellas a todos esos "elefantes" inútiles y previendo un descalabro bestial, aprovechan y envían a lo peor de la fauna que se ha sentado en la bancada socialista. De otra forma no se entendería.

    De número uno, el canario fracasado, y hermano del calumniador insultante "Sorrocloco", famoso por viñetas ofensivas a la AVT; de número dos, el que fuera vice-lehendakari con el PNV, Ramón Jáuregui; y de número tres la incompetente, ignorante e iletrada Maleni.

    PD.: Se sabe también que entre los cinco primeros irá la ex-esposa de Tigrekán II, sí el de los GAL Filesa, Rumasa, Ibercorp, Roldán, Juan Guerra, o sea, Felipe González, (lo de la esposa) cuyos méritos más deslumbrantes se reducen a haberse quedado con un palmo de narices tras la marcha de su marido con una señorona del barrio de Salamanca, esto es, el prototipo de aquellas que eran en blanco perfecto de Alfonsito Guerra, la lengua viperina de González hasta que éste le dio la patada en la rabadilla al famoso por su "mienmano". Y como Carmen Romero se ha quedado con una cara que ni la Pantoja el día que murió Paquirri, pues parecen querer consolarla desde Ferraz con su inclusión en las listas a las elecciones europeas y para Bruselas que la mandan a ver si se alegra con algún eurodiputado polaco. No se conocen más méritos de la susodicha, salvo ejercer de "mujer de" -muy progre, eso sí, aficionado al Mariano de Forges, sileuta en que creía ver representado a su entonces marido, asiduo lector de Mortadelo y Filemón- durante el felipismo de la Guerra Sucia, la censura y el latrocinio, excepto que fue la precursora de Aído -la "miembra"- dando patadas al diccionario con su famoso "jóvenas"; y es que estas feministas rancias -tiorrillas como las llamaba Unamuno- otra cosa no, pero incurrir en errores y difundir la incultura de la que adolecen y su vasta ignorancia debe de ser unas de sus aficiones preferidas y que practican con ernoem frecuencia. Eso sí, siempre después de una recepción de caviar para hablar sobre la pobreza tercermundista y la cooperación al desarrollo, y luego posar con pieles o sin ella en alguna revista para darse a conocer y hablar de sus inexistentes virtudes pero siempre mencionadas, y eso sí, siempre "muy chic" como adalides vanguardistas de la modernidad, o de la "modernez".

    Vaya panorama y menuda lista con que se descuelga el PSOE. El batacazo va a ser apoteósico. Habrá que verlo.

    15 de abril de 2009 3:07"

    Ja, ja, ja... me he reído mucho con las relfexiones del comentario. Muy buenooo!!!

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  16. SALGADO SERVIL ANTE EL LOBBY SINDICAL:

    http://www.libertaddigital.com/economia/salgado-tiende-la-mano-a-ccoo-y-ugt-para-evitar-una-huelga-general-1276356318/


    LOS FETOS SUEÑAN, PERO LOS SOCIALISTAS QUIEREN IMITAR LAS PRÁCTICAS NAZIS EUGENÉSICAS PARA CARGÁRSELOS:

    http://www.libertaddigital.com/sociedad/un-estudio-revela-que-el-feto-humano-podria-sonar-en-fases-tempranas-de-gestacion-1276356312/


    MIGUEL SEBASTIÁN RECONCILIADO CON GALLARDÓN TRAS MOSTRARLE LA FOTO DE CORULLA. CONTRA ÉSTE EL ALCALDE MADRILEÑO NO SE QUERELLÓ. AL PARECER, ÉSTE NO LESIONÓ SU TAN SENSIBLE HONOR... Y DE HECHO SI ASÍ FUERA, PERDONADO ESTÁ.

    http://www.libertaddigital.com/nacional/gallardon-y-sebastian-gracias-miguel-te-lo-agradezco-alberto-1276356315/


    GONZÁLEZ-SINDE(SCARGAS) TIENE INTERESES ESPIROS Y GUARDANS ES UN TALIBÁN DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL. LLEGAN MALOS TIEMPOS PARA LA LIBERTAD EN INTERNET:

    http://www.libertaddigital.com/portada/enrique-dans-tiene-intereses-espurios-y-no-es-la-persona-mas-adecuada-para-el-ministerio-1276356336/

    CHAVES HUYE...

    http://www.libertaddigital.com/nacional/magdalena-alvarez-probable-numero-3-del-psoe-para-las-europeas-1276356316/

    Y MALENI A "UROPA"...

    http://www.libertaddigital.com/nacional/magdalena-alvarez-probable-numero-3-del-psoe-para-las-europeas-1276356316/

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  17. http://revista.libertaddigital.com/una-derrota-para-el-catolicismo-social-1276236476.html

    http://revista.libertaddigital.com/la-bondad-como-patologia-politica-1276236477.html

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  18. "Nuevo Gobierno
    El Proyecto socialista de Zapatero
    Alicia Delibes


    La secretaria de organización del Partido Socialista, Leire Pajín, explicaba la semana pasada ante los medios de comunicación la remodelación express que Zapatero ha hecho de su Gobierno y aseguraba que Zapatero ha formado el mejor Gobierno, no para resolver la crisis económica, como cualquier ciudadano ingenuo y con sentido común podría suponer, sino para llevar a cabo el "Proyecto Socialista". Y es que, según dijo Leire Pajín, para eso, para realizar el Proyecto Socialista, es para lo que los españoles han votado a Zapatero.

    El asunto está bastante claro, Zapatero tiene tres años escasos para cumplir la misión que dice, y seguro que cree, le han encomendado los ciudadanos y que consiste en implantar en España el Proyecto Socialista. Lo que ya no está tan claro, y ni siquiera creo que lo esté para quienes votaron a Zapatero, es qué es y en qué consiste ese Proyecto Socialista.

    Dada la afición de los socialistas a las utopías, a engatusar a la gente con discursos que anestesian la razón y conmueven los corazones, creo que es imprescindible que el presidente del Gobierno explique claramente cuál ese Proyecto y qué piensa hacer para llevarlo a cabo. Y, sobre todo, cuando –según la vicepresidenta De la Vega entramos en una nueva era– en la que debe reinar "la cultura de la cooperación". No vaya a ser que esa cooperación se pida, precisamente, para llevar a cabo el Proyecto Socialista."

    (Alicia Delibes LD)

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  19. La hipocresía de la SGAE diseccionada por el gran Gistau:

    "AL ABORDAJE|DAVID GISTAU

    De la manta a la cárcel

    EL TERMINO zelote, asociado al fanatismo, se refiere en su etimología al celo con el que un grupo sectario se erige en custodio de una esencia sagrada. En este sentido, no sería exagerado afirmar que los miembros de la SGAE, comandados por ese azote de manteros, pinchas e internautas que es Teddy Bautista, son los zelotes de la propiedad intelectual. La SGAE representa a uno de esos grupos de presión que se entiende con Zetapé mediante movimientos de la ceja. Tan insólitas son las parcelas de poder e influencia que así obtiene, que logró que la modificación del Código Penal de 2003 considerara la venta en la calle de DVD's ilegales un delito más punible que el menudeo de hachís, y que por tanto, a partir de entonces, acarrearía penas de cárcel. Sólo por depositar unas carátulas sobre una manta en la vía pública, uno ya es un criminal.

    Ocurre, sin embargo, que los turbios piratas a los que la SGAE define como enemigos públicos y saboteadores de la cultura nacional son en realidad inmigrantes que viven en precario rascándole apenas unos euros a la acera. De ellos, hay en las cárceles ahora mismo unos 60, y desde luego no constituyen trofeos de caza de los que debería enorgullecerse una conciencia progresista acostumbrada a salvar el mundo a la hora del café con leche desde la altura que confiere la soberbia moral. Los manteros son pobres abandonados a su suerte y criminalizados porque afectan, aunque sea levemente, a la cuenta corriente del equipo habitual de abajofirmantes.

    Sin embargo, la SGAE se está retractando ahora: pedirá indultos para los manteros encarcelados. Y hasta Ramoncín finge escándalo y compasión como si no hubiera pertenecido a la junta de la SGAE que influyó en la reforma del Código en 2003, como si no hubiera declarado a El País en julio de 2007 que siempre se enfrentaría «a los piratas de la calle». No se trata de que la SGAE tenga ahora remordimientos por la dureza del castigo que ella misma promovió. No es que haya recuperado una lucidez de principios que le recuerde que a los desheredados no han de tratarlos así unos progres de manual. Si de la SGAE dependiera, los negritos de la manta dibujarían un palito en la pared por cada día transcurrido en una celda o entrarían en los cauces subterráneos de la expulsión.Lo que ocurre es que a la SGAE se le han levantado los de su misma cuerda: artistas movilizados por la certeza de que la protección de la propiedad intelectual no justifica tanta miseria moral. Sólo entonces se ha apresurado a ponerse en primera línea de conciencia, procurando que no se note la paradoja de que protesta contra ella misma."

    (EL MUNDO - elmundo.es)

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  20. ZP gira a la izquierda, o sea, se radicaliza...

    El más avezado dice: -¿más?

    -Pues sí, todavía más... (portada de EL MUNDO)

    http://estaticos.elmundo.es/documentos/2009/04/15/portada.pdf

    El test de las europeas puede ser devastador para los del puño (cerrado) y la rosa (marchita). La gran mayoría de los analistas auguran una caras de funeral en Ferraz el próximo 7-J. Y lo peor, según algunos mentideros de la izquierda, es que en el PSOE ya se lo toman con resignación y esperan poder amortiguar el golpe "como sea", pero lo ven difícil. Y tirar por el camino de en medio, optar por el extremismo junto a la fagocitada iU, la ERC y el cabreado BNG parece la peor de las opciones. En vez de intentar el acuerdo (pacto de Estado ante situación de crisis) como en el País Vasco (para acabar con el nacionalismo reinante), o tener altura de miras y capacidad de hombre de Estado, ZP practica una huida hacia delante (o hacia atrás... http://www.elmundo.es/opinion/columnas/pedro-j-ramirez/2009/04/2628002.html). Ya lo han dicho algunos de sus correligionarios, están al borde del precipicio y el presidente les está pidiendo que den un paso al frente. Ya perdió su aura, ni siquiera sabe manejar los tiempos para los golpes de efecto que también se le daban como la remodelación/crisis ministerial. Y tirar de Chaves, del lobby del cine y la SGAE, de la antipática Salgado y del hermanísimo de Iñaki corporativista endogámico no ha sido lo más inteligente. Ya lo han dicho. Puede ser el principio del fin. El primer golpe: las europeas. Temen lo del 94, que fue el preludio del 96, sólo que esta vez puede haber mayor margen a favor para la derecha, y eso que está salpicada por diversas cuestiones y se decía que tenían un líder cuestionado y sin liderazgo. Y aun así, parece que tiene todo de cara, luego ya muchos hablan de que ZP puede estar acabado. Habrá que esperar.

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  21. No voy a ser yo quien entre al trapo en tu revisionismo histórico, pero sí en el del lenguaje: el adjetivo bíblico no es despectivo.

    Nos ayudaría a todos que eligiéses su nombre. Ya me imagino que el verdadero lo querrás guardar pero un seudónimo estaría genial para identificar tus intervenciones por algo más que por su bíblica -vaya, otra vez lo he hecho- extensión.

    También ayudaría que dejases a un lado el insulto fácil y la falta de respeto a quienes comparten comentarios pero eso me imagino que te será más difícil.

    Un afectuoso abrazo

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  22. No sé quién será ese anónimo tan "largo" como tampoco tengo el placer de conocer al que le responde ni al resto de participantes porque simplemente he leído algunos de los comentarios, pero desde luego el adjetivo "bíblico", máxime cuando está entrecomillado también es utilizado con un sentido claramente peyorativo -aunque el autor evidentemente no lo vaya a reconocer como es lógico-, luego es despectivo y ésa es la intención: descalificarlo, pero no rebatirlo. Despectivo no es el adjetivo per se, ¡faltaría más!, pero sí el uso que se hace de él, aunque hay algunos que a la ignorancia histórica suman el total desconocimiento del lenguaje como queda patente. Si a ello le sumamos luego algunas declaraciones desternillantes sobre el papel "aniquilador" de las libertades que se atribuye a la Iglesia que me han hecho reír a mandíbula batiente por su inconsistencia ya que constituye un reiterativo tópico manido, queda todavía más claro el matiz que se ha querido dar más allá de la extensión de ese comentario anónimo, pero yo también entiendo que resulte mucho más fácil -empezando por mí- no entrar a hacer valoraciones que se me escapan por no contar quizá con la información suficiente, sin embargo, y en mi modesta opinión, me parece mucho más simplista tacharlo de revisionismo sin explicar ni dar motivos. Pero de todo hay en la viña del Señor. Y cada uno es libre de criticar por criticar sin aportar más que la descalificación.

    Respecto a la cuestión de los insultos, ahí sí que estoy totalmente de acuerdo en que mejor están desterrados de cualquier comentario por mucha vehemencia que pueda caracterizar a quien escribe. Y también detesto las faltas de respeto. No obstante, más desagradable me resulta que se rasguen las vestiduras algunos porque hay comentarios en los que sí que se insulta o incluso se imputan delitos –no hay más que ver otras entradas-, pero nada se dice o se ha dicho de ellos, y es que, al parecer, los hay muy selectivos. Me recuerdan a esos alcaldes que ven lesionado su honor por las críticas independientes, pero se dan la mano con opositores que blandían ciertas fotos en debates televisados con un único fin de deslegitimar al interlocutor o adversario. Pero claro, haciendo caso a Marx, siempre ha habido clases. El caso es que esos que se las dan de damiselas ofendidas cual beaturronas pacatas dando pellizcos de monja sí que resultan insoportables, sobre todo, si no aportan nada intelectualmente útil.

    Una cosa que sí que es cierta es la proliferación de anónimos en muchos blogs, sin embargo, hay algunos que no los permiten y obligan a tener cuenta, pero pocos son los que se animan valientemente a ello y ello demuestra que la mayor parte de la bitácoras permita los anónimos con o sin censura previa, siendo ésta muchas veces una cortapisa que conlleva una menor afluencia de lectores. En otros casos, existe el seudónimo, pero no sería la primera vez que uno solo usa varios, o peor, que otro interviniente escribe con un seudónimo ya escogido por otro y no precisamente por casualidad, sino para perjudicarle de mala manera, razón por la que los anónimos y ahí están las estadísticas es lo más habitual en los blogs “libres”. Yo soy muy escéptico ante las mil máscaras que pueden darse tras la red. Supongo que es la cara y la cruz de esto.

    Simplemente y para terminar, quería felicitar al anónimo del 14 de abril de las 19:03 por su muy documentada intervención, pues aunque muy larga, a mí no se me ha hecho pesada, no cuento con los conocimientos suficientes como para poder aportar nada al debate, pero me ha parecido muy didáctico y enriquecedor el comentario, al tiempo que me permito aconsejarle que tampoco entre al trapo o dé juego a aquellos a los que no merezcan la pena y que sólo catalogan el comentario por el número de caracteres, pero no por el contenido expuesto que a mí, la verdad, me parece muy interesante, documentado y sobresaliente.

    Un saludo cordial

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  23. "Anónimo dijo...
    El error histórico que abocó a una guerra (in)civil y fraticida y a 36 años de camino por el desierto hasta la Transición que, a fin de cuentas, nos ahorraron la participación en la II Guerra Mundial, la conversión en un satélite de la antigua URSS como deseaban el Lenin español (Largo Caballero) y el felón Negrín que quiso enlazar una guerra con otra como denunciaron sus propios correligionarios, entre ellos, el dignísimo Besteiro.

    Error histórico que denunciaron los propios padres "intelectuales" de la República, desde Ortega y Gasset ("No es esto, no es esto") hasta Gregorio Marañón ("Mi respeto y mi amor por la verdad me obligan a reconocer que la República española ha sido un fracaso trágico") o el ya mencionado Besteiro, uno de los sublevados contra Negrín y los comunistas, diría: "Estamos derrotados por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizá los siglos. La reacción a este error de la república la representan genuinamente, sean cuales sean sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada antikomintern". Marañón hablaría en el mismo sentido: "Tendremos que estar maldiciendo varios años la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado (a los nacionales)?". No fueron los únicos, desde Ramón Pérez de Ayala hasta Miguel de Unamuno y Jugo denunciaron los excesos, el sectarismo y el caos que supuso la II República.

    Y es que, de todas formas, cabría hablar de dos guerras civiles: la general entre los nacionales y el Frente Popular y, dentro de éste, la de negrinistas y comunistas contra anarquistas, republicanos y la parte más democrática del PSOE. Esta última había conducido al final de la primera.

    Una superchería corriente es la pretensión de que los nacionales se rebelaron contra un Gobierno legítimo y una República democrática. Eso es una reducción simplista que falsea la historia. Fue muy diferente. El Gobierno legítimo fue precisamente el que arruinó lo que tenía de democrática la República. Y su legitimidad no deriva de unas elecciones normales y democráticas, como habitualmente se afirma, pues, aparte de las violencias que las acompañaron, nunca se publicaron las votaciones reales de los partidos.

    Resulta muy adecuado que el actual Gobierno se identifique con aquel Frente Popular: está arruinando, con una filosofía parecida, la democracia salida de la reforma del franquismo en la transición, y no de la ruptura que propugnaban y que pretenden enmendar rescribiendo la historia a golpe de decreto de BOE con leyes como la de la Desmemoria Histórica.

    Cuando llegó la transición, chocaron dos tendencias fundamentales: la reforma, que suponía, desde luego, legitimar el franquismo (pues la democracia salía de él) y la ruptura, con la pretensión de enlazar con el Frente Popular, pintando como democrático a aquel conglomerado de totalitarios, golpistas y racistas (tan aficionado a la guerra civil que no solo la organizó contra las derechas, sino que montó otro par de tales guerras entre sus mismos componentes). Los rupturistas de la transición integraban "un amplio espectro", como solía decirse, desde la ETA a ciertos democristianos, pasando por comunistas, socialistas, pacifistas, separatistas catalanes ligados o menos ligados al terrorismo, cristianos "progresistas" y muchos más. El carácter democrático de aquella enorme sopa de siglas era parejo al del Frente Popular que les inspiraba, pero por suerte no se impuso su "ruptura". Como decía Alfonso Guerra del "juicio al franquismo", no hubo entonces condiciones para hacerlo, pero ahora sí creen que pueden ir de una buena vez a por aquella ruptura a la que sólo permanecieron fieles la ETA y unos pocos más durante estos años.

    La actitud de este Gobierno queda más de relieve cuando estas medidas se completan con nuevas prebendas a los miembros de las Brigadas Internacionales, una especie de ejército particular de Stalin que contribuyó a alargar la guerra y en cuyas filas, como dentro del Frente Popular, tanto abundaron los asesinatos. Los socialistas se identifican, una vez más, con toda esta gente y todas estas cosas. Podríamos llamarlo, sin injusticia, "el Gobierno García Atadell", en memoria de aquel distinguido socialista tan elogiado por la prensa de izquierda hasta que tuvo el desliz de irse con el botín sin compartirlo con sus jefes. Sin duda un desliz menor para el partido de Filesa, Rumasa, el GAL y similares; el partido beneficiario, activamente beneficiario, del 11-M, el que llamaba asesino a Aznar y disculpaba a los causantes –según él mismo– de la matanza. Esta es la verdad irrebatible y alguien tiene que sostenerla si no queremos que la sociedad española se hunda en la basura y el deshonor.

    "La carta de despedida de Alfonso XIII decía:

    Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil.

    No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia me han de pedir un día cuenta rigurosa. Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos.

    También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria. Pido a Dios que también como yo lo sientan y lo cumplan todos los españoles.

    La carta es un perfecto contrasentido. Las elecciones no le habían demostrado que había perdido "el amor del pueblo", más bien lo contrario, prescindiendo del hecho de que en aquel momento no se conocían siquiera las votaciones totales, que la república nunca hizo públicas (¡y por algo!). La afirmación de que sus derechos son un irrenunciable depósito de la Historia choca con la evidencia de su renuncia práctica, máxime cuando asegura tener los medios de hacerlos valer eficazmente. En suma, dice huir de sus derechos (y responsabilidades) por temor a una "guerra fratricida", entonces extremadamente improbable y cuya responsabilidad recaería en todo caso sobre quienes la desataran, es decir, los republicanos. A los enemigos de la monarquía (y de la democracia y las libertades, muchos de ellos) les bastaba amenazar, ni siquiera amagar, con la guerra civil, para que el rey abandonara al "depósito de la Historia" y "el amor de su pueblo".

    El pueblo, la gran mayoría de él, percibió de forma algo confusa, pero intensa, la abyección de la conducta de los monárquicos y del propio monarca, y entonces fue cuando realmente "se despertó republicano" y los condenó a todos ellos. En las elecciones siguientes los partidos monárquicos desaparecieron y la derecha en pleno casi se vino abajo. Solo los desmanes perpetrados una y otra vez por las izquierdas fueron haciendo cambiar a gran parte de la opinión pública, que en menos de tres años dio la victoria al centro derecha. Pero no a los monárquicos. Y en 1936 el levantamiento militar y popular no se hizo en absoluto por el trono, salvo en minorías ínfimas. Sin el franquismo, la monarquía jamás habría vuelto, o habría llegado al terminar la guerra mundial impuesta por los tanques anglosajones, y seguramente habría durado muy poco. Solo la situación de prosperidad, reconciliación y olvido de las viejas pasiones resultante del franquismo ha permitido una monarquía democrática relativamente estable, y hoy nuevamente en posición dudosa.

    La legitimidad de la República nace, por tanto y precisamente, de la renuncia del rey y de los monárquicos. Debido a sus pretensiones "revolucionarias", los republicanos pretendieron negar el hecho y legitimarse por las votaciones municipales del 31, lo cual es una obvia falacia. Incluso llevaron su necio sectarismo hasta perseguir sañudamente al rey que les había regalado el poder, como recuerda Miguel Maura.

    No solo tuvo la República esa legitimidad de origen, también la tuvo de ejercicio: amplió las libertades, estableció una constitución en principio democrática, a pesar de su sectarismo, y abordó problemas que se arrastraban de lejos, aunque la izquierda lo hizo con su tradicional demagogia e ineptitud. La gran masa de la derecha relegó la monarquía a un impreciso e improbable futuro, aceptó la democracia republicana y se propuso la reforma de la misma dentro de la ley; un programa coherente. Y los monárquicos volvieron a la carga... renunciando a su propia tradición liberal.

    Quienes destruyeron el proyecto de democracia republicana, hoy está bien documentado, fueron las izquierdas y los separatistas. El hecho de que, ante tal experiencia, las derechas –el mismo Franco que en 1930 defendía la democratización del país– concluyeran que la democracia no podía funcionar en España (y no podía funcionar en aquellas condiciones) e instauraran un régimen autoritario ha provocado un extremo confusionismo, permitiendo presentarse como republicanos y demócratas a las mismas izquierdas y separatismos que arruinaron las libertades y la república.

    De esa tremenda confusión nacen muchos de los peores males políticos de hoy, y por eso clarificar la historia constituye una labor urgente para sanear y afianzar nuestra convivencia en libertad."

    "El franquismo no sostuvo que la revolución del 34 hubiera deslegitimado a la República: ¡si fue el mismo Franco y la derecha quienes entonces defendieron la República y vencieron a los revolucionarios! ¿Y se puede llamar "un error" a la planificación de una guerra civil y al intento de llevarla a cabo con la máxima amplitud, como hicieron el PSOE y la Esquerra? Por supuesto, aquello fue un fracaso de la democracia republicana, porque ninguna democracia puede sostenerse si algunos de sus principales partido resuelven echarla abajo, como pasó entonces con el PSOE y los nacionalistas catalanes, apoyados por casi todo el resto de las izquierdas. Fue, desde luego, un enorme fracaso. Pero no necesariamente un fracaso definitivo.

    La situación habría podido enderezarse si aquellas izquierdas hubieran corregido a fondo las ideas y posiciones que les habían llevado a rebelarse contra la República. Sin embargo, el estudio de su trayectoria posterior revela que no hubo ninguna corrección. Todas ellas, empezando por Azaña, justificaron y aplaudieron aquel comienzo de guerra civil, realizaron maniobras desestabilizadoras y desataron una campaña masiva de falsedades que envenenó de odio a gran parte de la población. Por estas razones, cuando la izquierda, unida en el Frente Popular, volvió al poder en febrero de 1936, tras unas elecciones que ya no cabe calificar de democráticas, lo que se produjo fue un doble proceso destructivo de la República: desde el poder, la demolición de la legalidad republicana con el fin de implantar un régimen parecido al del PRI mejicano e impedir la vuelta de la derecha al Gobierno; y desde la calle y los campos, un violento proceso revolucionario (mucho, muchísimo más que "un desorden público preocupante"). Contra ese doble proceso, y con la convicción de que en España la democracia había llegado a ser inviable, se levantaron Franco y las derechas.

    Por eso la insurrección de octubre del 34, que pudo quedarse como un suceso aislado, un fracaso superable, fue en realidad, como bien lo vio Brenan, "la primera batalla de la guerra civil". Guerra que en 1936 se reanudó cuando quienes habían defendido y mantenido la República y la democracia en 1934, se vieron muy cerca de un completo aplastamiento. La República y la democracia empezaron a derrumbarse en febrero del 36. Por eso la guerra civil, sólo interrumpida en un octubre, se reanudó en un julio: hay un lazo de hierro entre ambas.

    Tampoco tiene base, por tanto, la tesis de que la rebelión de julio del 36 "provocó un verdadero proceso revolucionario". El proceso venía de bastante atrás y en aquel momento sólo perdió los últimos frenos. Y quien rompió esos frenos fue, en todo caso, el Gobierno del Frente Popular al armar a los sindicatos."

    "También está acreditado suficientemente que, ya antes de constituirse en Frente, los citados partidos organizaron o colaboraron en el asalto a la república en octubre de 1934, con propósito textual de guerra civil, fracasando tras causar 1.400 muertos en 26 provincias; y que, tras las anómalas elecciones de febrero de 1936, demolieron la legalidad, la separación de poderes y el derecho a la propiedad y a la vida, proceso revolucionario culminado en el intento de asesinar a líderes de la oposición, cumplido en uno de ellos. Esa destrucción de los elementos democráticos de la legalidad republicana hundió las bases de la convivencia nacional y causó la guerra y las conocidas atrocidades en los dos bandos y entre las propias izquierdas.

    La Ley de Memoria Histórica alcanza extremos de perversión ética y legal al igualar como "víctimas de la dictadura", a inocentes, cuyo paradigma podría ser Besteiro, y a asesinos y ladrones de las checas, cuyo modelo sería García Atadell. Así, la ley denigra a los inocentes y pretende que la sociedad recuerde y venere como mártires de la libertad a muchos de los peores criminales que ensombrecen nuestra historia. También erige en campeones de la libertad a las Brigadas Internacionales orientadas por Stalin, a los comunistas que en los años 40 intentaron reavivar la guerra civil o a los etarras que emprendieron en 1968 su carrera de asesinatos. ¿Cabe concebir mayor agravio a la moral, la memoria y la dignidad de nuestra democracia?

    La falsificación del pasado corrompe y envenena el presente. Nos hallamos ante una clara adulteración de nuestra historia agravada por la pretensión de imponerla por ley, un abuso de poder acaso compatible con aquel Frente Popular, pero no con una democracia moderna. La sociedad no puede aceptarlo sin envilecerse: los pueblos que olvidan su historia se condenan a repetir lo peor de ella. Que el silencio no nos condene."

    "El estalinismo, como el nazismo, tiene también sus mártires, pero no debemos dejarnos embaucar por la pretensión de los herederos del Frente Popular, empezando por el Gobierno actual, de que eran mártires de la libertad. Eran mártires de la tiranía. Ni tampoco debemos hacer mucho caso a los rasgados de vestiduras moralistas de estos sujetos, pues si alguien entiende de asesinatos legales son precisamente ellos. A qué se dedicaron, si no, sus "tribunales populares" durante la guerra. La política, bajo el grotesco Gobierno actual, se ha convertido en la farsa permanente.

    Ahora, los autoproclamados legatarios del Frente Popular se salen con la declaración de ilegalidad para los juicios del franquismo. Y es natural. Unos partidos corruptos hasta el tuétano, enemigos de la Constitución, guerracivilistas y que colaboran con el terrorismo, ya sea islámico o etarra, solo pueden tener el mayor interés en una cosa así. Porque con ello lavan la cara a sus dirigentes de entonces, empezando por Negrín, el "estadista" de Viñas y similares. Lavan la cara de aquellos líderes políticos que tomaron las máximas precauciones para huir de España con inmensos tesoros robados –literalmente– al patrimonio español y a los particulares, pero no hicieron la menor previsión de salvamento para los miles de seguidores suyos, a quienes abandonaron en manos de sus enemigos. Al declarar ilegales los juicios a sus gentes abandonadas ocultan estos hechos; pero ellos, los ilegalizadores, se revelan a plena luz, como dignos continuadores de tales líderes.

    Aun queda más claro el interés de la maniobra considerando que bastantes miles de aquellos izquierdistas estaban complicados en crímenes realmente atroces. La forma como se llevaron a cabo los juicios de posguerra –con pocas garantías, aunque ciertamente muchas más que en los tribunales populares de la izquierda– hizo sin duda que cayeran muchos inocentes al lado de los culpables. Pero a los herederos de Negrín no les interesa, claro está, distinguir entre inocentes y culpables, porque ello pondría de relieve las innumerables fechorías de aquel Frente Popular al que veneran. Para ellos, culpables e inocentes, los Peiró y los García Atadell, van juntos en el mismo saco bajo el membrete de "víctimas del franquismo". Tales cosas, repito, solo pueden interesar a unos políticos que buscan la "paz" en compañía de los asesinos etarras o islamistas, que intentan resucitar las pasiones de la guerra, y que están demoliendo la Constitución, y convirtiendo a la justicia en prevaricadora.

    La democracia actual viene del franquismo y no del antifranquismo. Y no por casualidad los máximos peligros que ha corrido, intensificados hoy en grado muy peligroso, provengan de estas legiones de antifranquistas... de después de Franco en su mayoría, sin excluir los muchos que entonces trepaban en el aparato de la dictadura. Esos peligros son la corrupción generalizada, el terrorismo, el separatismo y el ataque a la división de poderes. Y la falsificación sistemática del pasado. Todo ello obsequio de tales "antifranquistas" a la sociedad española."

    "En la crisis de la bolchevización del PSOE en 1933-34, Prieto no tomó partido por el legalista Besteiro, sino que contribuyó a liquidarlo políticamente, en alianza con Largo Caballero. Preparó con este la guerra civil y la intentó en octubre del 34. Ideó el putsch a lo Dollfuss con el que, imitando el golpe nazi en Viena, quería eliminar a los gobernantes legítimos. También propuso sabotajes para dejar a Madrid sin abastecimiento de agua.

    Fracasada la insurrección, contribuyó como quien más a la campaña de infundios sobre la represión de Asturias, la cual envenenó al pueblo español y le predispuso para la guerra civil, a la que en 1934 solo habían estado dispuestos los dirigentes socialistas, comunistas y nacionalistas catalanes. Organizó con Azaña una coalición demagógica y antidemocrática, que derivó rápidamente hacia un Frente Popular de estilo soviético, ya antes de reanudarse la guerra en julio del 36. Formó un grupo de pistoleros guardaespaldas, "la Motorizada", que sembró el terror durante la repetición de las elecciones en Cuenca, deteniendo arbitrariamente a personas de derechas para impedirles votar. Fueron sus guardaespaldas y policías ligados a él quienes organizaron el secuestro y realizaron materialmente el asesinato de Calvo Sotelo.

    Durante la guerra, Prieto tomó parte en el envío del oro a Rusia, se alió con los comunistas para defenestrar a su antes amigo Largo Caballero, participó en la corrupción organizada por su partido con las compras de armas –corrupción que pagaban los propios soldados socialistas en el frente– y organizó el siniestro SIM a sugerencia de Orlof, el representante del NKVD soviético, y a imagen y semejanza de este. Hay indicios sólidos de que, cuando se desengañó de los soviéticos, quiso atraerse a los ingleses ofreciéndoles a cambio de su ayuda la ría de Vigo y Menorca... Y al terminar la guerra, y por no entrar en más detalles, birló a Negrín el tesoro del Vita, saqueado a su vez al patrimonio artístico e histórico español y a miles de particulares, incluyendo personas humildes; y con ese tesoro prosiguió su labor corruptora.

    A Prieto le ha tratado muy bien la derecha, desde los falangistas a los monárquicos, y todo porque, en su oportunismo sin límites, el jefe socialista les hizo algún favor alguna vez. Lo pintan incluso como el gran ministro de Hacienda que no fue. Para Ansón, lo que parece pesar decisivamente en la balanza es que, en su ilimitada vocación intrigante, Prieto buscara el pacto con los monárquicos contra Franco, después de la guerra. Comparado con ese mérito, ¿qué es todo lo demás?

    Pasa aquí algo semejante a lo ocurrido con Negrín: sus partidarios encuentran perfectamente aceptable su corrupción, su prolongación inútil de la guerra, su intento de multiplicar el número de víctimas enlazando con la guerra mundial, sus ilegalidades constantes, su servicio a la política de Stalin, incluso su brutal represión de las izquierdas desafectas... Nimiedades, según parece, comparadas con su mérito sin par: ¡todo lo hacía para derrotar a Franco!

    Es una forma de escribir la historia. Reduciéndola a una farsa idiota, claro. A quien nunca reivindican tales "demócratas" es a Besteiro, el dirigente realmente moderado del PSOE."

    "Y por qué, entonces, Azaña eligió aliarse con los marxistas y los separatistas (no todos lo eran pero sí una gran parte) catalanes, y luego también con los comunistas? ¿Por qué impuso una Constitución por rodillo abiertamente anticatólica, que no simplemente laica? ¿Por qué replicó a la victoria electoral de las derechas en 1933 con intentos golpistas? ¿O por qué Largo Caballero ostentó el ilustre título de El Lenin español y predicó la dictadura del proletariado, defenestró al moderado (este sí) Besteiro y organizó la guerra civil en 1934? Y así sucesivamente. En fin, ¿lo harían todo por puro afán reformista y hasta contrarrevolucionario?

    Y, puestos a ello, ¿quién atacó violentamente, desprestigió y terminó por hundir a Azaña en el primer bienio: el "bloque oligárquico" o el sindicalismo "popular" de la CNT? ¿Y de quiénes se queja constantemente Azaña en sus diarios si no es, principalmente, de sus propios correligionarios, de quienes pinta un retrato como ni Arrarás hizo? nada mejor que leer los diarios de Azaña para descartar los enredos de sus hagiógrafos; y también para entender algo de lo que fue aquella república.

    Y sobre las "reformas imperativas y modernizadoras", ¿cómo explican estos brillantes historiadores el hecho de que el pueblo, supuestamente su gran beneficiario, rechazase a Azaña y los suyos por muy amplia mayoría en 1933, después de dos años de experimentar sus provechosos efectos? ¿Constituía esa mayoría popular el "bloque oligárquico"? ¿O dejaba de ser popular por haber votado al centro derecha?

    Estas y otras muchas cuestiones parejas asaltan a cualquier historiador... que no pertenezca al refinado gremio de los lisenkos y afines. Realmente el proceso modernizador de España venía acelerándose desde comienzos de la Restauración, y había experimentado un especial impulso bajo la dictadura de Primo de Rivera. Hay una creciente bibliografía al respecto, En cambio, los republicanos de izquierda, con habitual demagogia, y luego nuestros marxistas y marxistoides, han vendido la imagen de una sociedad estancada y absolutamente atrasada antes de la llegada de la república y sus salvíficas reformas.

    Por supuesto, varias reformas de la república estaban bien concebidas en principio, sobre todo la institución de una democracia liberal. Pero entonces, de nuevo, ¿por qué la población rechazó a las izquierdas en 1933? Por una razón muy simple, aunque incomprensible para nuestros "científicos" agremiados: porque la democracia había sido rebasada por las izquierdas en medio de una creciente violencia, casi toda ella también de izquierdas y gubernamental, y porque la alianza de la presunta inteligencia republicana y los gruesos batallones populares emprendió las reformas con tal carga de sectarismo e ineptitud, que abocó al país a una crisis radical. Así ocurrió con la reforma del ejército o la agraria, o la expansión de la enseñanza pública, que no resolvieron nada y en cambio crisparon al límite a la sociedad. Por esa razón. Y de ahí, también, que las poco o nada democráticas izquierdas, desde Azaña a los comunistas, pasando por el PSOE, la CNT y casi todos los republicanos de izquierda, rechazasen violentamente, a su vez, el veredicto de las urnas, pretendiendo, en frase de Azaña, que solo ellas tenían "títulos" para gobernar. Se deeberían leer con mayor atención a Azaña y no pasar por alto sus observaciones, a menudo agudas, como "palabrería", según las califica nuestro crítico. Aprenderían mucho."

    "Un rasgo del PSOE es su capacidad para corromper cuanto toca. Ha degradado la universidad y la enseñanza, hace tiempo utilizó el Museo del Prado para presentar como una hazaña de “la república” el mayor expolio y saqueo de obras de arte sufrido por España en el siglo XX; y ahora le toca el turno a la Biblioteca Nacional, donde una exposición “informa” sobre los méritos de la república en pro de las bibliotecas y la cultura. Pocas cosas hay más lamentables que la instrumentación de instituciones prestigiosas para manipular la historia y la política.

    Hubo durante la república, e incluso durante la guerra, iniciativas de personas y grupos de izquierda por elevar el nivel cultural popular. Y también por salvar el patrimonio cultural y artístico español, pero no de los bombardeos “fascistas”, como se decía, sino de las masivas destrucciones y saqueos organizados por los republicanos y luego por el Frente Popular. El hecho está hoy perfectamente documentado, pero una táctica izquierdista-separatista consiste en repetir tópicos y consignas de forma machacona, haciendo oídos sordos a los desmentidos y derrochando al efecto el dinero público. Saben que quien llegue a más gente gana la batalla de la propaganda, y ellos llegan hoy por hoy a mucha más gente que nadie. Tal situación sólo puede contrarrestarla el esfuerzo tenaz de cuantos respetamos la verdad sobre nuestro pasado, y defendemos la democracia y unidad de España.

    Así pues, hubo por entonces iniciativas culturales muy loables, y bien está recordarlas siempre que, por honradez intelectual, se las sitúe en su contexto histórico. Y el contexto izquierdista fue más bien de auténtica barbarie. Ya empezó en 1931 con la “quema de conventos”, cuando ardieron dos importantes bibliotecas y trabajos de investigación, además de escuelas y edificios, pinturas y esculturas de enorme valor. El gobierno republicano lo consintió, y la izquierda justificó la oleada criminal como “obra del pueblo”.

    Luego el gobierno planeó una expansión de la enseñanza pública, intento muy encomiable, si bien la cifra de escuelas construidas fuera muy inferior a la pregonada por la propaganda y repetida por historiadores descuidados. Pero incluso esa labor modesta, aunque apreciable, quedó en gran medida neutralizada por la prohibición de la enseñanza religiosa, muy especialmente la de los jesuitas, que contaban con centros muy prestigiosos. Por citar un caso harto indicativo, el gobierno cerró el único centro de enseñanza de ciencias económicas de España, en Deusto. Los políticos republicanos entendían poco de economía, cosa nada rara, pero además le mostraban desprecio, bien manifiesto en el fruto de sus medidas, que agravaron la incidencia de la crisis mundial en el país y volvieron el hambre a los niveles de principios de siglo.

    El “respeto” por las bibliotecas volvió a manifestarse durante el movimiento guerracivilista de 1934, cuando las izquierdas dinamitaron la de la universidad de Oviedo, e incendiaron el palacio Salazar, en Portugalete, albergue de una espléndida biblioteca y colecciones de arte valiosísimas. Y tan pronto volvieron las izquierdas al poder, en 1936, volvió el destrozo de obras de arte. Calvo Sotelo detalló en las Cortes: “Esculturas de Salzillo, magníficos retablos de Juan de Juanes, lienzos de Tiziano, tallas policromadas, obras que han sido declaradas monumentos nacionales, como la iglesia de Santa María de Elche, han ardido en medio del abandono, cuando no de la protección cómplice del gobierno”. Los diputados de izquierda recibieron sus denuncias con chirigotas y frases como “¡Para la falta que hacían…!”.

    Recomenzada la guerra en julio de aquel año, el destrozo de bibliotecas y archivos públicos, eclesiásticos y particulares, se volvió entre las izquierdas un verdadero deporte, cantado por Alberti en unos versos repugnantes. Bibliotecas como la franciscana de Sarriá, con cien mil volúmenes, o la de Guadamur, una de las mayores de Europa conservadas en castillos, quedaron destruidas, y fueron pasto de las llamas otras muchas con decenas de miles de libros, a menudo únicos, conservados de siglos atrás.

    Este gigantesco estrago no aparece para nada en la indecente exposición propagandística de la Biblioteca Nacional, donde, para mayor injuria, se presenta como democrático al régimen del Frente Popular, constituido por tales demócratas y amantes de la cultura como los estalinistas, los marxistas del PSOE, los anarquistas, los racistas del PNV o los golpistas de Azaña y de Companys. Todos bajo la protección de Stalin.

    Fue Azaña quien mejor retrató a los republicanos y su política: “tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Y también sin ninguna idea clara salvo un anticristianismo obsesivo, no muy diferente en sustancia del odio obsesivo de los nazis a los judíos.

    Actitudes tan bien descritas por Azaña, a la vez causante y víctima de ellas, vuelven a imponerse con el desgobierno del Iluminado de la Moncloa: falsificación de la historia, ataque al espíritu reconciliador de la Transición, o degradación de instituciones como la Biblioteca Nacional, que debieran ser instrumentos de investigación de alta calidad, y no sedes de la propaganda más unilateral y ramplona."

    "Franco, durante la república, no era un demócrata, se limitaba a acatar el régimen, y no pensaba rebelarse contra él a menos que tomara una vía revolucionaria. Así, no entró en el golpe de Sanjurjo, frenó en tres ocasiones posibles un golpe de estado, y en octubre de 1934 defendió la legalidad contra los partidos izquierdistas que la asaltaban. Cuando él se sublevó, en julio de 1936, se habían alzado contra la república, además de Sanjurjo, los anarquistas, los socialistas, los nacionalistas catalanes y… Azaña.

    Los panegiristas del político alcalaíno lo presentan como paradigma de demócrata y liberal, pero las pruebas que aducen se limitan a frases y expresiones del propio político al margen de su conducta práctica, la cual intentaré resumir aquí.

    Azaña entró en la política republicana con un cántico al extremismo. Miembro del Pacto de San Sebastián, que trató de imponer la república mediante un golpe militar o pronunciamiento, expuso sus intenciones en varios discursos, poco antes de que el golpe fracasara, en diciembre de 1930. En ellos se proclamó orgullosamente “sectario”, anunció que no promovería la moderación, y definió el futuro régimen como una república “para todos los españoles, pero gobernada por los republicanos”. Para él, sólo los partidos autoproclamados republicanos poseían “títulos” para gobernar. Esta idea remite al despotismo ilustrado, no a la democracia, y menos aún si recordamos que los llamados republicanos eran pocos, divididos y mal avenidos entre sí. ¡Asombrosamente, el propio Azaña los ha retratado en sus diarios como una caterva de botarates!

    No obstante, la república llegó como un régimen representativo de casi todas las tendencias, pues tanto el movimiento antimonárquico como la toma efectiva del poder, el 14 de abril, habían sido dirigidos por los conservadores católicos Alcalá-Zamora y Miguel Maura, y el primero de ellos era el presidente del Gobierno provisional. Parecía, y muchos así lo creían, que esta Segunda República iba a tener poco en común con la convulsa Primera. Pero esa esperanza inicial cayó por tierra ante de un mes, en mayo, por obra de la quema de iglesias, bibliotecas, centros de enseñanza, obras de arte, etc., a manos de turbas de exaltados. Las izquierdas identificaron a aquellos grupos de delincuentes con “el pueblo”, identificándose así implícitamente con ellos. Azaña, desde el Gobierno paralizó la reacción ante tal delincuencia, y presionó, en cambio, en pro del castigo a las víctimas, empezando por disolver a los Jesuitas, aunque la medida no se cumpliera de momento.

    El alcalaíno influyó decisivamente en los rasgos más antirreligiosos y sectarios de la nueva Constitución, haciéndola no simplemente laica, como se dice, sino hostil a las creencias y sentimientos de la mayoría de la población. Sólo esto ya la volvía muy poco democrática, y peligrosa para la convivencia. No fue una constitución elaborada por consenso, como la actual, sino por el rodillo aplastante de la izquierda, método que Azaña loó. Al disolver a los Jesuitas y tratar de asfixiar a las órdenes religiosas, prohibiéndoles la enseñanza y cualquier actividad económica, la ley atentaba contra los derechos de asociación y expresión, y contra la voluntad de los padres en la enseñanza de los hijos. Consciente de ello, Azaña lo justificó en razones de seguridad del nuevo régimen, cuando los católicos no lo habían amenazado, y ni aun en las jornadas incendiarias de mayo habían respondido violentamente. La Constitución invitaba a la guerra civil, en palabras de Alcalá-Zamora, que había contribuido mucho más que Azaña a traer la república, y que dimitió por estos hechos.

    La república nacía así como una democracia a medias, mal concebida, ajena a la realidad histórica y social del país. El hecho de que hubiera republicanos más extremistas que Azaña no disminuye la responsabilidad de éste en la formación de aquella democracia contrahecha. La realidad empeoró la teoría, pues la Ley de Defensa de la República, promovida también por Azaña (como la de Vagos y Maleantes, que muchos han creído franquista), permitía al Gobierno actuar al margen de la Constitución, dejando en papel mojado los artículos referentes a las libertades y la seguridad ciudadanas. Esa ley produjo innumerables detenciones sin acusación, deportaciones a las colonias, cierre de cientos de periódicos, más que en cualquier período equivalente anterior, etc. En sus diarios, Azaña explica cómo ordenó sofocar las rebeliones anarquistas fusilando sobre la marcha a quienes fueran cogidos con armas, actitud que desembocaría en la matanza de campesinos de Casas Viejas, a cargo de la republicana Guardia de Asalto. Pero, según sus admiradores, Azaña gobernaba “con la razón, la virtud y la palabra”.

    Su concepción de que sólo los llamados republicanos tenían derecho a gobernar no quedaba en frase. En noviembre de 1933, el voto popular redujo a casi nada a los partidos republicanos, y el mismo Azaña pudo salir diputado gracias a haberse presentado por las listas del PSOE en Bilbao. Entonces intentó volver al poder por medio de un golpe de estado, proponiendo no convocar las nuevas Cortes y organizar nuevos comicios con garantía de victoria izquierdista. Este suceso, aunque a menudo ocultado, es conocido. No lo era en cambio otro intento golpista unos meses más tarde, en verano de 1934. En su libro Mi rebelión en Barcelona, Azaña dice haber mantenido una postura legalista, tratando de calmar a Companys, que entonces preparaba su propio golpe contra un Gobierno legítimo y democrático. Pero documentos de la dirección socialista prueban que el alcalaíno mintió, pues había tratado de que el PSOE apoyara un golpe con base en Barcelona. Los líderes socialistas rechazaron la propuesta, ya que estaban organizando su propia insurrección y no pensaban supeditarse a los partidos “burgueses”: estos partidos podían, si querían, apoyar en plan auxiliar al PSOE.

    Y así fue. Azaña niega haber participado en la insurrección de octubre del 34, comienzo real de la guerra civil, pero su partido propugnó entonces públicamente el empleo de “todos los medios” para derribar al Gobierno salido de las urnas. Procesado el político republicano, su caso fue sobreseído, detalle sin importancia, pues la justicia era tan grotesca que absolvió por “falta de pruebas” a Largo Caballero, principal y reconocido líder de la insurrección. Azaña trató entonces de recomponer una alianza de izquierdas con el PSOE. Sus célebres discursos de 1935 cumplen su intención inicial de no predicar la moderación, y hay en ellos una verdadera apología de la insurrección de octubre, a la que iguala, en valor democrático, a las elecciones que le habían expulsado a él del poder. Apoyó también la campaña sobre la supuesta represión de Asturias, provocadora de un clima de guerra civil antes inexistente —por inexistente habían fracasado en octubre los llamamientos a las armas por parte del PSOE y los nacionalistas catalanes—. Y, en fin, tomó parte sin duda en la maniobra del straperlo, que liquidó al principal partido centrista, el de Lerroux, agravando los extremismos en el país.

    De todo ello nació la coalición conocida en la historia como Frente Popular. Se componía de un sector relativamente moderado, el de los seguidores de Azaña y los socialistas de Prieto más los nacionalistas catalanes, y de un sector más fuerte y abiertamente revolucionario, el PSOE-UGT de Largo Caballero y los comunistas. La poderosa y revolucionaria CNT también apoyó con sus votos al Frente Popular. El sector “moderado” perseguía la llamada “republicanización del Estado”, consistente en eliminar la independencia judicial y condicionar las instituciones para impedir una vuelta de las derechas al poder. Proyecto antidemocrático muy próximo al del corrupto régimen del PRI mejicano, considerado modélico por los republicanos españoles. Apenas ganó las elecciones, Azaña proclamó que el poder no saldría ya de manos de la izquierda. Nuevamente, “un régimen para todos los españoles, pero gobernado por los republicanos”.

    Para su desgracia, sus poderosos aliados pensaban de otro modo. Comunistas y socialistas de Largo instauraron un doble poder, imponiendo la ley desde la calle. Los comunistas presionaban a Azaña para obligarle a aplastar a la derecha, disolviendo sus organizaciones y encarcelando a sus líderes, en lugar de dejarlos como una apariencia justificatoria de una seudodemocracia. Los socialistas de Largo trataban de desgastar al Gobierno para heredarlo “legalmente”, sin el coste de una nueva insurrección. Y los anarquistas empujaban con fuerza hacia su propia revolución. El efecto fue el caos sangriento de aquellos meses. Azaña se había hecho la ilusión de dirigir a tan peligrosos amigos, y en realidad se vio arrastrado por ellos y por su propia demagogia. Finalmente hizo destituir, ilegítimamente, al presidente Alcalá-Zamora, cuyo puesto ocupó.

    ¿Ignoran estos hechos los panegiristas de Azaña? Muchos sí, pero otros muchos no. Bastantes de ellos, pervirtiendo el sentido de las palabras, llaman democracia a las actuaciones de su ídolo, y aspiran a repetir en España algo por el estilo. La experiencia histórica no les sirve de nada."

    "En la república de 1931 hubo dos tendencias principales. Una aspiraba a una democracia liberal, y la otra venía impregnada de mesianismo revolucionario y, por tanto, de demagogia. La primera la auspiciaron los llamados Padres espirituales de la República, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, así como los organizadores del movimiento republicano, Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura.

    La tendencia mesiánica dominaba en la izquierda, desde Azaña, que tenía una concepción despótica (un régimen para todos los españoles pero gobernado forzosamente por los autoproclamados republicanos, es decir, los afines al propio Azaña), hasta el Partido Socialista, que tras haber colaborado con la dictadura de Primo de Rivera pasó a exigir la dictadura del proletariado, es decir, del propio PSOE; pasando por los separatistas vascos y catalanes, o los anarquistas, sistemáticamente violentos.

    Cabe interpretar la evolución de aquel régimen como la pugna entre esas dos concepciones, la democrático-liberal y la despótico-revolucionaria. Desde muy pronto la segunda desbordó a la primera con agresiones brutales, como la quema de iglesias, bibliotecas y centros escolares, y una Constitución sectaria, no laica sino antirreligiosa. Tales abusos expulsaron del ideal republicano a una gran masa de la población, representada en la CEDA, la cual aceptó pacíficamente al nuevo régimen y sus leyes pero no pudo identificarse con él. Ello debilitó el proyecto de una democracia moderna y pluralista donde cupieran todos los españoles.

    En 1933, luego de dos años de experiencia de gobierno de izquierdas, una amplia mayoría de la población votó al centro-derecha, que llegó al poder pacífica y legalmente. Pero la decisión popular fue rechazada por las izquierdas y los separatismos, los cuales intentaron varios golpes de estado, desestabilizaron el Gobierno legítimo y, finalmente, planearon, en sus propias palabras, la guerra civil. La derecha defendió la legalidad republicana, pese a disgustarle, contra el asalto de las izquierdas, que ocasionó una guerra en octubre de 1934 con 1.400 muertos en 26 provincias, y enormes daños materiales.

    Pese a este fracaso, la corriente despótico-revolucionaria, atribuyéndose con pleno fraude la legitimidad republicana, consiguió unirse y volver a la carga. En los comicios de 1936, repletos de irregularidades, ganó, en principio, en diputados, empatando en votos (si bien los supuestos vencedores nunca publicaron los datos fehacientes de las elecciones). Su victoria originó un rápido proceso de descomposición social y política, con cientos de muertes, incendios y destrucciones, culminados en el secuestro y asesinato de Calvo Sotelo, uno de los jefes de la oposición, y el intento fallido contra otros. Este crimen, perpetrado por la policía y milicianos socialistas, prueba la extrema degradación de un Estado cuyos aparatos de seguridad actuaban como grupos terroristas.

    La legalidad había sido destruida por completo desde el Gobierno y desde la calle, y ello causó la Guerra Civil; o, más propiamente, la reanudación de ella después de los episodios de 1934. Vale la pena recordar las invectivas de los "Padres espirituales de la República", y de tantas personas sensatas, contra "los desalmados mentecatos", "los canallas" que habían traído la ruina al régimen y la guerra a España

    Hoy contemplamos con alarma cómo un presidente del Gobierno se declara "rojo", es decir, afín a la ideología más mortífera y tiránica del siglo XX, en rivalidad con la nazi; y reivindica los "valores republicanos", entendiendo por tales los de la corriente despótico-revolucionaria. Le oímos hablar de "Paz, piedad, perdón", pervirtiendo el lenguaje de forma inaudita. Para él, la paz se obtiene liquidando la Constitución; la piedad la dedica a los asesinos y la aparta de sus víctimas; y el perdón, grotesco perdón, consiste en la legalización del asesinato como forma de hacer política y obtener ventajas inadmisibles."

    "Desde el mismo comienzo de la República las izquierdas promovieron el acoso a las derechas y la demolición de la ley, a partir de las jornadas de quema de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza. A continuación la CNT declaró abierto el período revolucionario, con sus reiteradas insurrecciones. Pero ninguna de estas dos tendencias significaba un peligro inminente para la República, por cuanto las jornadas incendiarias no se repitieron con semejante amplitud y porque los anarquistas, aunque numerosos, eran incapaces de coordinar un movimiento generalizado.

    La situación se agravó desde el verano de 1933, cuando el sector mayoritario del PSOE impuso la preparación de una guerra civil para instaurar la "dictadura proletaria" e intentó, en octubre del 34, el asalto a la República, con participación de los nacionalistas catalanes, los comunistas, un sector anarquista y el apoyo político de los republicanos de izquierda.

    Como hemos visto, las izquierdas acudieron a las elecciones de febrero de 1936 unidas mayoritariamente en el Frente Popular, con el apoyo externo de la CNT. Tras los peculiares comicios pasaron a gobernar los republicanos, quedando fuera del Gobierno sus aliados socialistas y comunistas. La cuestión era: ¿se habrían moderado lo suficiente los insurrectos del 34, o utilizarían su éxito para la revancha? La segunda opción resultó la real. Desde el primer momento las masas revolucionarias pasaron a imponer la ley desde la calle, en particular la amnistía y la ocupación de ayuntamientos, sin esperar a que sus propias autoridades izquierdistas siguiesen los trámites legales. Las nuevas autoridades se vieron arrastradas por las turbas y reconocieron los hechos consumados.

    Los autores de la sangrienta intentona guerracivilista del 34 pasaron a convertirse en héroes, fueron repuestos en sus anteriores cargos con todos los honores y los empresarios, obligados a readmitirlos, lo que en muchos casos significaba despedir a los trabajadores pacíficos que habían contratado en sustitución de los insurrectos. Se dio el caso de alguna viuda forzada a readmitir a los triunfantes asesinos de su marido.

    Recomenzaron de inmediato los incendios de iglesias y los asaltos a sedes políticas derechistas, así como los asesinatos. El 17 de marzo, apenas un mes después de las elecciones, Azaña consignaba:

    "Hoy nos han quemado Yecla: 7 iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de la derecha y el registro de la propiedad. A media tarde, incendios en Albacete, Almansa. Ayer, motín y asesinatos en Jumilla. El sábado, Logroño, el viernes Madrid: tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas… Han apaleado a un comandante, vestido de uniforme, que no hacía nada. En Ferrol, a dos oficiales de artillería; en Logroño acorralaron y encerraron a un general y a cuatro oficiales. Creo que van más de doscientos muertos y heridos desde que se formó el Gobierno, y he perdido la cuenta de las poblaciones en que se han quemado iglesias".

    El 25 de marzo la UGT organizó la invasión simultánea de 3.000 fincas en Badajoz, acompañada de talas y violencias, marcando con ello los rumbos que iba a seguir una "reforma agraria" que el Gobierno legalizaba ilegítimamente.
    Muchos esperaban que tras los primeros "desahogos" la situación se calmase, pero ésta no hizo más que empeorar durante los meses siguientes. Salvador de Madariaga lo describe:

    "Ni la vida ni la propiedad contaban con seguridad alguna. No era sólo el dueño de miles de hectáreas quien veía invadida su casa y desjarretado el ganado sobre los campos donde las llamas devoraban las cosechas. Era el modesto médico o abogado de Madrid con un hotelito de cuatro habitaciones y media y un jardín de tres pañuelos, cuya casa ocupaban obreros del campo ni faltos de techo ni faltos de comida, alegando su derecho a hacer la cosecha de su trigo, diez hombres para hacer la labor de uno; era el jardinero de la colonia de casas baratas que venía a conminar a la muchacha que regaba los cuatro rosales del jardín a que se abstuviese de hacer el trabajo que pertenecía a los obreros sindicados; era la intentona de prohibir a los dueños de los automóviles que condujeran ellos mismos, obligándoles a tomar un conductor sindicado; era la huelga de albañiles de Madrid, con una serie de demandas absurdas con evidente objeto de mantener abierta y supurando la herida del desorden, y el empleo de la bomba y el revólver por los obreros contrarios al laudo contra los obreros que lo habían aceptado".

    El 1 de mayo, mientras por numerosas poblaciones desfilaban miles de milicianos izquierdistas, uniformados y en formación marcial, el mismo Prieto, asustado, peroraba en Cuenca:

    "¡Basta ya! ¡Basta, basta! La convulsión de una revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un país; lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin una finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su Poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir espíritus simples que ese desasosiego, esa zozobra, esa intranquilidad, la padecen sólo las clases dominantes. Eso, a mi juicio, constituye un error".

    Pese a sus razonables palabras, Prieto se hallaba en plena campaña electoral en Cuenca, donde sus guardaespaldas de la Motorizada imponían el terror en los pueblos, arrestando arbitrariamente a gentes de derechas hasta después de la jornada electoral, entre otras tropelías.

    La inseguridad retraía a la iniciativa privada, que antes había ido superando, poco a poco, el estancamiento del primer bienio. Con ello aumentaban rápidamente el desempleo y la miseria, y a finales de mayo Largo Caballero denunciaba en un discurso la existencia de "un millón de obreros parados, lo que viene a representar cuatro millones de personas hambrientas". Sin embargo, para él y la izquierda en general, tal situación no tenía nada que ver con sus violencias, sino con la maldad congénita de los propietarios, que huían con sus capitales para sabotear a "la República". Y así, los revolucionarios explotaban el paro para soliviantar todavía más a las masas y aumentar sus exigencias, en un círculo vicioso que multiplicaba las huelgas y el caos económico.

    En sólo cinco meses hubo unos 300 muertos, cientos o miles de incendios, asaltos a locales y domicilios de derechistas, daños gravísimos al patrimonio artístico y una constante imposición de la ley desde la calle. Tal fue, muy resumido, el proceso revolucionario de aquellos meses, organizado por las izquierdas, y de ningún modo espontáneo.

    La derecha percibía la amenaza con cierta confusión, considerándola, en general, comunista. La historiografía de izquierda ha sacado mucho partido de ese equívoco, señalando la poca importancia del Partido Comunista por entonces e insistiendo en que éste no pretendía imponer su revolución de la noche a la mañana. Lo cual no pasa de ser una mixtificación.

    En realidad había tres tendencias revolucionarias en marcha, en colaboración y rivalidad simultáneas. Los anarquistas, como de costumbre, practicaban la "gimnasia revolucionaria", extremando y alargando las huelgas y chocando a veces con la UGT, hasta llegar al asesinato mutuo entre sus pistoleros. En mayo la CNT, eufórica ante la efervescencia social, celebró un magno congreso, planteándose ya una próxima liberación revolucionaria de todo el país.

    Respecto de los socialistas, se ha acusado al grupo de Largo Caballero de practicar una política alocada, al desestabilizar el Gobierno de izquierdas. Pero esa desestabilización perseguía el objetivo, muy racional, de llevar dicho Gobierno a una crisis, para poder heredarlo el PSOE como parte del Frente Popular triunfante en las elecciones. Con ello los socialistas pasarían a imponer su dictadura proletaria desde el poder, aplastando con él todos los obstáculos y sin correr el riesgo de otra intentona insurreccional como la del 34. El sector minoritario del partido, el de Prieto, prefería colaborar con el Gobierno, y las tensiones intrasocialistas llegaron al intento de linchamiento de Prieto por los partidarios de Largo en el famoso mitin de Écija.

    La política del PCE parecía la más sutil. No aspiraba al poder inmediato, sino a organizar la presión revolucionaria desde la calle para obligar al Gobierno a realizar una serie de medidas ilegales que allanasen el camino a la revolución. Se trataba principalmente de prohibir y liquidar todas las organizaciones de derecha ("fascistas"), especialmente la moderada CEDA, y de encarcelar o ejecutar a sus líderes. Lo explicaron por activa y por pasiva en aquellos días. La Pasionaria dijo:

    "Vivimos una situación revolucionaria que no puede ser demorada con obstáculos legales, de los que ya hemos tenido demasiados desde el 14 de abril. El pueblo impone su propia legalidad y el 16 de febrero pidió la ejecución de sus asesinos. La República debe satisfacer las necesidades del pueblo. Si no lo hace, el pueblo la derribará e impondrá su propia voluntad".

    Podemos hacernos otra idea de la política "respetuosa con la democracia" del PCE, según tantos historiadores de izquierda, citando estas palabras de Mije, el 19 de mayo:

    "Yo supongo que el corazón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente desde esta mañana, al ver cómo desfilan por sus calles con el puño en alto las milicias uniformadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de jóvenes obreros y campesinos, que son los hombres del futuro ejército rojo. Este acto es una demostración de fuerza es una demostración de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas en los partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esta gente que sigue en España dominando de forma cruel y explotadora".

    Que tantos historiadores se las hayan arreglado durante tantos años para negar las evidencias y ocultar las frases de los líderes izquierdistas no deja de tener mérito, a su modo."

    "Una leyenda profusamente difundida pretende que, desde las mismas elecciones del Frente Popular, la derecha, particularmente Gil-Robles y Franco, intentaron el golpe de estado contra ellas. Así, no habrían actuado de modo distinto de Azaña y demás republicanos cuando perdieron las elecciones de 1933.

    Sin embargo, la realidad es muy otra, aun dejando de lado el hecho de que las elecciones del 33 fueron democráticas, mientras que las del 36 en ningún país se considerarían como tales. En la misma noche electoral, y a la mañana siguiente, Gil-Robles y Franco presionaron a Portela Valladares, jefe del Gobierno, y a otras autoridades para que declarasen el estado de guerra. El objetivo no era propiciar un golpe de estado, sino impedir que las turbas continuasen adueñándose de las calles y de los propios colegios electorales, ante la defección de las autoridades. De hecho, Alcalá-Zamora firmó para Portela tanto el estado de guerra como el de alarma, si bien recomendó no usar el primero en la medida de lo posible, criterio que siguió Portela. Y así el estado de alarma, que traía consigo la censura de prensa y otras restricciones a los derechos ciudadanos, permanecería en vigor hasta la reanudación de la guerra, en julio.

    Consumada la imposición del Frente Popular, la CEDA reconoció el resultado de las elecciones, lo que han invocado charlatanes tipo H. Southworth para demostrar la legalidad y normalidad de las mismas. Ese reconocimiento, pese a las evidentes y graves anormalidades de los comicios, podía testimoniar, una vez más, el talante moderado y legalista de la CEDA, capaz de aceptar la alternancia política.

    Pero su aceptación obedeció a sentimientos menos loables: el pánico. Habían ganado los mismos rebeldes del 34, jactanciosos de su hazaña y que habían amenazado en su propaganda electoral con exterminar a la derecha. Ésta, desde la CEDA a la Falange, procuró no "provocar" a los eufóricos y agresivos ganadores, y se aferró a Azaña como última esperanza frente al renovado impulso revolucionario. Pues no parecía imaginable que Azaña, un burgués, fuera a seguir la ruta de sus amigos revolucionarios, los cuales pensaban prescindir cuanto antes de la burguesía, aunque fuera la progresista.

    La CEDA mantenía posibilidades de presión, pues mientras no se reunieran las Cortes, a mediados de marzo, seguía siendo mayoritaria en la Diputación Permanente. Pero renunció a cualquier oposición, aprobando el 21 de febrero la amnistía impuesta por las turbas en la calle; también aprobó el restablecimiento de la autonomía catalana, suspendida desde 1934 y asimismo repuesta por Companys y los suyos, para enfado de Azaña, sin esperar el trámite legal de la reunión de Cortes.

    Con la misma mansedumbre, la derecha aceptó la readmisión de los empleados despedidos por huelgas políticas o por la sublevación de octubre del 34, pagándoles además una indemnización, de hasta seis meses de paga, que ponía a muchas empresas al borde de la quiebra y les obligaba a despedir, además, a empleados que habían respetado la ley.

    En sus diarios y cartas a su cuñado Rivas Cherif, Azaña se jactaba de haberse convertido en un "ídolo nacional", un "ídolo de las derechas", las cuales "sienten estupor ante nuestro triunfo y respeto ante nuestra autoridad". Y se recreaba, con desprecio: "¿Causa profunda de todo esto? El miedo. Te divertirías mucho si estuvieras aquí".

    Ese miedo le daba gran satisfacción. A Gil-Robles, comenta, "la Pasionaria le ha cubierto de insultos. No sabe dónde meterse, del miedo que tiene". "Tienen un miedo horrible. Ahora quieren pacificar, para que las gentes irritadas se calmen y no les hagan pupa". Él mismo no ahorraba desplantes a los banqueros y empresarios, o a quienes, como Batet, habían salvado la República en Barcelona, en octubre de 1934; o se complacía en el arresto de López Ochoa, defensor de la República en Asturias en la misma ocasión: "Ya hay otro generalote preso".

    También el líder de la Falange, José Antonio, ordenó a los suyos discreción, "evitar todo incidente" e impedir "actitud alguna de hostilidad hacia el nuevo Gobierno o de solidaridad con las fuerzas derechistas derrotadas". De nada iba a valerles. Enseguida, el 27 de febrero, el Gobierno clausuró centros falangistas, y unos días después cerró su periódico, Arriba, mientras recomenzaban, como en 1934, los atentados mortales contra jóvenes del partido. Acosada, la Falange comenzó a replicar, también como en 1934, con otros atentados, empezando con uno fallido, el 12 de marzo, contra Jiménez de Asúa.

    Al revés de lo que ocurría en los actos de terrorismo contrarios, la pesada mano del poder se descargó entonces, sin prestar mucha atención a las normas legales. Fue prohibido el partido, cerrados todos sus centros, encarcelada casi toda su directiva, incluido José Antonio, y detenidos otros muchos militantes. Sin embargo, bastantes jóvenes derechistas, cansados o indignados con la actitud sumisa de la CEDA, acudieron a nutrir las filas de la Falange.

    A continuación, el Gobierno y las izquierdas asestaron un golpe devastador a la CEDA, reduciendo fraudulentamente, entre injurias, la presencia parlamentaria de la derecha moderada (le arrebataron 37 escaños). En protesta, la CEDA se retiró de las Cortes, a finales de marzo, bajo una tormenta de denuestos y amenazas de ser tratada como "golpista". Pocos días más tarde volvió, humillada.

    A las quejas por las constantes violencias, Azaña replicó, el 3 de abril: "Dejemos llegar a nuestro ánimo el sentimiento de la misericordia y de la piedad. ¿Es que se puede pedir a las muchedumbres irritadas o maltratadas, a las muchedumbres hambreadas durante dos años, que tengan la virtud que otros tenemos de que no trasparezcan en nuestras conductas los agravios de que guardamos exquisita memoria?".

    Azaña falseaba los hechos: había sido durante su anterior Gobierno, en el primer bienio, cuando el hambre había alcanzado sus mayores cotas, que resurgían aceleradamente con el Frente Popular. Pero, sobre todo, su peculiar "misericordia y piedad" legalizaba el crimen. Escribiría Lerroux: "¿Maltratadas? ¿Agraviadas? Se habían rebelado, habían sido vencidas, fueron juzgadas y sentenciadas. ¿Qué otra cosa hizo Azaña con el general Sanjurjo y sus compañeros sublevados en agosto de 1932?". Además, Azaña había aplicado una represión feroz, como también señala Lerroux: "Nosotros no deportamos a sus jefes a los desiertos africanos, ni aplicamos la ley de fugas a sus obreros maniatados, ni exterminamos a sus campesinos rebeldes como en Casas Viejas".

    El deprimido Gil-Robles se alejó por unas semanas de la primera fila de la política, adquiriendo protagonismo el más enérgico Calvo Sotelo, monárquico y partidario de acabar con una república a la que consideraba antesala de la revolución. Calvo centró su actividad en la denuncia de la oleada de crímenes y disturbios que se habían adueñado de la sociedad española, procurando que el Gobierno cumpliese e hiciese cumplir la ley, con lo cual lo legitimaba. Sin embargo, pospuso el tratamiento de las denuncias derechistas hasta después de cumplir dos designios fundamentales: asegurarse una mayoría aplastante en las Cortes y destituir al presidente de la República, obstáculos legales a su completa dominación.

    Una vez logrados esos objetivos, la cuestión del orden público se trató los días 15 y 16 de abril, en simultaneidad con la primera manifestación masiva de protesta a la que se atrevían las derechas, y que fue atacada a tiros por las izquierdas, causando numerosos muertos. Calvo Sotelo habló en las Cortes, entre burlas y amenazas de "arrastrarlo" a él y a otros dirigentes derechistas, especialmente por parte de la Pasionaria y de Margarita Nelken. También Gil-Robles recibió amenazas de muerte por parte del jefe comunista José Díaz y por la Pasionaria.

    Calvo dio los datos, muy graves y probablemente incompletos a causa de la censura, de los muertos, asaltos e incendios en sólo un mes y medio. Azaña, pese a la timorata, más que moderada, actuación de la derecha, le espetó: "¿No queríais violencia? ¿No os molestaban las instituciones sociales de la República? Pues tomad violencia. Ateneos a las consecuencias". Con estas frases renunciaba, sencillamente, a toda pretensión de legitimidad para el Frente Popular.

    Dos meses más tarde, el 18 de junio, con una situación muy empeorada, las derechas presentaron una proposición no de ley para intentar que el Gobierno cumpliera sus obligaciones –lo que, por otra parte, lo habría legitimado–: "Las Cortes esperan del Gobierno la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversión en que vive España". Entre amenazas e insultos gravísimos, una vez más, Gil-Robles dio nuevos datos: 269 muertos y 1.267 heridos en sólo cuatro meses, innumerables incendios de iglesias y centros políticos derechistas, huelgas constantes y a menudo violentas, etc. Denunció la llamada "republicanización de la justicia", es decir, la supeditación de ésta al Frente Popular.

    Calvo Sotelo, por su parte, citó frases revolucionarias de Largo Caballero, el Lenin español, a quien estaba unido el Gobierno por un "cordón umbilical". El Ejército no podía adoptar una actitud subversiva, pero "sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse a favor de España y en contra de la anarquía, si ésta se produjese". Casares Quiroga, el jefe de Gobierno tras haber subido Azaña a la presidencia de la República, pintó un panorama social casi idílico, y amenazó a Calvo con hacerle responsable de cuanto pudiera ocurrir. Calvo replicó con sus famosas palabras:

    "Yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para el bien de mi patria. Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: 'Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis'. Y es preferible morir con honra a vivir con vilipendio".

    Concluyó previniendo a Casares contra la eventualidad de convertirse en un Kérenski o un Karoli, que habían abierto el paso al comunismo en Rusia y Hungría, respectivamente."

    "La llamada "Ley de la Memoria Histórica" es un fraude esencial, del que se deriva una larga serie de otros embustes o estafas políticas. El fraude esencial consiste en la identificación de la República con el Frente Popular y en la pretensión de que éste representaba la democracia, cuando los partidos que lo componían socavaron la República en el primer bienio, la asaltaron en el segundo y arruinaron su legalidad desde febrero del 36.

    Eran grupos fundamentalmente totalitarios (PCE, PSOE, CNT), más algunos golpistas (los de Azaña y Companys) y el ultrarracista PNV. Todos ellos bajo la sabia guía de Stalin. Esa clamorosa falsedad invalida por sí sola todas las pretensiones de esta ley.

    He aquí un fraude derivado del esencial: "La Transición se hizo sobre el olvido de lo ocurrido en la guerra y el franquismo". Por el contrario, nunca se habían hecho tantos libros, artículos, películas, etcétera, sobre esos temas como desde la Transición, con neto predominio de la orientación izquierdista. La Transición se hizo sobre otro fundamento implícito: el de no utilizar el pasado como arma política en el presente, acuerdo claramente vulnerado por la "Ley de la Memoria Histórica".

    Un tercer fraude: "Las víctimas del franquismo han estado olvidadas o se ha menoscabado su dignidad". Desde finales del franquismo, casi las únicas víctimas recordadas y homenajeadas han sido las de izquierda. Valga como modelo el caso de García Lorca (reivindicado por las izquierdas como si fuese de los suyos, cosa dudosa), comparado con los de Maeztu, Muñoz Seca y tantos más, sometidos al olvido y al menosprecio sistemáticos. Tal insistencia desvergonzada ha obligado, finalmente, a recordar también los muchos asesinatos del Frente Popular.

    Las únicas víctimas realmente olvidadas han sido las causadas por las izquierdas a las izquierdas. Hubo torturas, detenciones ilegales, asesinatos. Es hora de ir recordándolo, por el bien de la veracidad histórica.

    Otro más: la identificación de todos los fusilados de posguerra como "víctimas del franquismo". Ello significa meter en el mismo saco a los inocentes que sin duda cayeron y a los culpables de crímenes terroríficos, que también abundaron entre los ajusticiados. Esta identificación ya revela todo el carácter y contenido de semejante "memoria histórica".

    Un quinto embuste: "Los promotores de esa memoria histórica son los demócratas y antifranquistas". Ni mucho menos: no sólo se identifican con el antidemocrático Frente Popular, y no con el proyecto de democracia liberal que fue la República en sus inicios, sino que, en su inmensa mayoría, no lucharon contra el franquismo; y una gran parte de ellos colaboraron activamente con la dictadura o medraron en sus organismos y administración; incluso fueron confidentes de la policía, como algunos altos cargos del PSOE.

    Recientemente se ha comentado la medida polaca, a mi juicio poco sensata, de poner en evidencia a quienes colaboraron con la tiranía comunista impuesta por la URSS. Si eso se hiciera aquí, los primeros afectados serían muchos de esos antifranquistas… de después de Franco.

    Y tampoco se puede comparar la dictadura totalitaria polaca con la autoritaria española. Un profesor polaco me lo explicaba: "Aquí, cualquier rebeldía llevaba consigo la pérdida del puesto de trabajo, y con ella la miseria. Porque no podías acudir a ningún sitio, ya que el patrón universal era el Estado. Aquí era muchísimo más difícil y perjudicial rebelarse que en España". Sin contar con que en España existía muchísima más libertad personal y más posibilidades de expresarse, como bien señaló Julián Marías.

    Mezclado con este fraude encontramos un sexto (y basta, de momento): la identificación entre antifranquismo y democratismo. Prácticamente no había demócratas en las cárceles de Franco, sino, sobre todo, comunistas y terroristas, ambos totalitarios. Ni el PSOE ni los separatistas no terroristas hicieron oposición alguna digna de tal nombre, y se reorganizaron en los últimos tiempos del franquismo con autorización de la Guardia Civil. Misteriosamente, cuando el régimen cayó, todos ellos se radicalizaron, y ahora pretenden imponernos una memoria histórica cuyo parecido con la realidad es mera coincidencia.

    Estamos ante el fraude sistemático como modo de hacer política. A mi juicio, ese empeño se debe a la pérdida de fundamento ideológico de la izquierda tras la ruina del marxismo. Intentan sustituirlo por un fundamento histórico tan falso como aquél."

    "La transición a la democracia: Con un franquismo y un antifranquismo no democráticos, una transición parecía imposible, o tenía gran probabilidad de recaer en las convulsiones de antaño. Sin embargo, la transición se produjo con bastante orden, y debe ser explicada.

    De hacer caso a versiones aún muy difundidas, si bien la transición contó con la colaboración de un sector franquista, habría consistido básicamente en el triunfo de una oposición que llevaba años enarbolando la bandera de las libertades. Pero ya conocemos el valor de aquella bandera en manos de nuestras izquierdas. Además, se trataba de una oposición fragmentada en grupos rivales y de escasa representatividad. La versión recuerda un poco a la que pinta al Frente Popular como continuación de la república democrática; y no sobra resaltar que la mayoría de dicha oposición se identificaba –lo sigue haciendo– con el Frente Popular. Y esperaba el pronto derrumbe de la monarquía, con Juan Carlos a la cabeza, según el modelo de 1930-31.

    Pasma comprobar cómo algunos mitos persisten contra las pruebas más contundentes. Pues nadie ignora que la transición la diseñaron y orientaron sobre todo un rey nombrado por Franco, Juan Carlos; un jefe del Movimiento Nacional, Suárez, y el intelectual del régimen Torcuato Fernández Miranda; con respaldo o aceptación de la gran mayoría de la clase política franquista y del ejército. Y que se hizo por reforma "de la ley a la ley", frente a las pretensiones rupturistas de la oposición.

    ¿Cómo fue posible? Seguiremos sin entenderlo si persistimos en la imagen de un franquismo rígido y férreamente dictatorial. Ni aun en los años 40 fue así. De hecho demostró flexibilidad y capacidad de adaptación muy notables, sin las cuales habría subsistido breve tiempo. Aparte del difícil, pero logrado, equilibrio entre sus familias, pueden discernirse en el franquismo, desde sus comienzos, dos concepciones opuestas. La primera, largos años mayoritaria, consideraba al régimen una superación tanto del marxismo como de la democracia liberal, y, por tanto, un modelo para los demás países, según expresaba Franco:
    Los regímenes del mundo futuro serán más parecidos a los que nosotros concebimos y tenemos en marcha que a cualquiera de las fórmulas políticas ya experimentadas.
    La segunda concepción veía en el régimen la respuesta a una crisis histórica excepcional, y, por tanto, destinada a desaparecer por evolución. Pasaría un tiempo prolongado, previsiblemente hasta la muerte del dictador, pues pocos parecían deseosos de desplazarlo, y nadie capaz de hacerlo. A esta segunda postura podemos llamarla reformista o liberalizante. Muy minoritaria al principio, cobraría fuerza con los años, mientras la contraria iría retrocediendo hasta concentrarse en el bunker, así llamado por sus adversarios.

    Durante los años 60 el franquismo fue liberalizándose política y económicamente, pero su éxito en ambos campos, realmente extraordinario, en lugar de asegurar su futuro, presionaba hacia la democratización. Y, más importante aún, los odios típicos de la república se habían diluido de tal modo que también perdían fuerza las reacciones sociales defensivas de entonces. La retórica de antaño, nacida de la lucha contra un peligro extremo, sonaba innecesaria o anacrónica en los años 60-70, y el régimen la usaba cada vez menos, aun si el peligro de los totalitarismos comunistas distase de ser una falacia. Hechos como su tanteo de ingreso en el Mercado Común, en 1962, indican mucho sobre esta evolución.

    Pero creo que es a finales de 1973, tras el asesinato de Carrero Blanco, cuando la evolución quedó despejada [...] El mismo Franco había expresado poco antes al enviado de Nixon, Vernon Walters, su convicción de que España se democratizaría más o menos, en un proceso ordenado, gracias a la clase media que él había creado.

    Parecía volver a sus ideas de 1930. Ese optimismo de Franco resulta algo excesivo: él no creó la clase media, pues ya antes existía una muy considerable, pero sin duda su régimen la desarrolló hasta hacerla mayoritaria; y la idea de que ella garantizaría la estabilidad debe tomarse con cautela. Antes de la guerra, Cataluña, la región española con mayor clase media, era también la más convulsa, debido a la acción combinada del anarquismo y el nacionalismo. Y las Vascongadas saldrían del franquismo como las provincias de mayor renta per capita de España, para convertirse luego en la región más violenta y menos democratizada, asimismo por la combinación de terrorismo y nacionalismo. Con todo, parece razonable esperar que una abundante clase media ayude a estabilizar a un país, aun si no lo garantiza. El éxito de la transición obedecerá en muy alta medida al previo éxito socioeconómico franquista.

    Fallecido el dictador en 1975, el proceso se aceleró, y en el verano de 1976 entró en la recta final tras un primer ensayo inconcluyente con Arias Navarro. La decisión de evolucionar por reforma, de la ley a la ley, aseguraría una transición nada parecida a la desastrosa que siguió a la dictadura de Primo de Rivera en 1930.

    En cambio, la oposición no anhelaba la transición, sino una "ruptura" radical, con denuncia y proceso político del franquismo y repulsa a cuarenta años de historia con un balance visiblemente fructífero. E intentó dirigir ella el cambio, aprovechando las libertades ya en marcha tras la muerte de Franco. A ese fin, la mayoría de los antifranquistas creó dos variopintas formaciones rivales: la Junta Democrática, bajo el mando del PCE, y la Plataforma Democrática, bajo el del PSOE.

    Las dos albergaban variados grupos y siglas: maoístas, trotskistas, separatistas, cristianos radicales, socialdemócratas y algún que otro liberal despistado, al estilo de la Asamblea de Cataluña. En ambas los elementos decisivos eran marxistas o marxista-leninistas. Una transición protagonizada por tal amalgama tenía la máxima probabilidad de abocar a un nuevo caos, al renunciar a la sensatez preconizada tiempo antes por Tarradellas, un antiguo extremista, de los pocos que había reflexionado a fondo en el exilio. Tarradellas había expresado a Josep Pla su intención de, si algún día gobernase, "no destruir nada de lo hecho por Franco que fuera positivo para el país y la estabilidad general". Postura no compartida, repito, por el resto de la oposición.

    Pese a su rivalidad, la Junta y la Plataforma llegaron a unir fuerzas en un organismo conocido popularmente por la Platajunta, y trataron de impulsar un movimiento de masas bajo la consigna "Libertad, amnistía y estatutos de autonomía". Organizaron al respecto considerables manifestaciones, pero nada capaz de asustar al régimen.

    Debe recordarse, además, que tanto el PSOE como el PNV, los nacionalistas catalanes y otros, venían reorganizándose en serio tan sólo desde 1971, con autorización implícita, pero indudable, del gobierno. Sin embargo, el PSOE llegaba con un radicalismo verbal más estridente que el propio PCE; el PNV parecía querer rivalizar con la ETA en demagogia; y los nacionalistas catalanes ya empezaban con la cantinela de que los catalanes no son españoles. Todos, además, reivindicaban la versión frentepopulista de la Guerra Civil, exhibiendo un resuelto antifranquismo en agudo contraste con la casi nulidad de su resistencia u oposición a la dictadura, y con la evidencia de que muchos de ellos procedían de la administración del régimen.

    Fue mucho más positiva, sin duda, la reforma proyectada por el sector liberalizante del régimen y la autodisolución de las Cortes franquistas en aras del cambio a la democracia, ocurrida a mediados de noviembre de 1976. El debate al respecto enfrentó, por última vez, a los sostenedores del régimen y a quienes daban por concluida su tarea histórica. El procurador Fernández de la Vega denunció a la "misérrima oposición que con su resentimiento a cuestas ha recorrido durante cuarenta años el camino de las cancillerías europeas denunciando el pecado de la paz y el progreso de España, alimentando los viejos y al parecer eternos prejuicios antiespañoles con la sucia leña de la tiranía de Franco". Le replicó Fernando Suárez:
    No trate de demostrarnos que para ser leales a Franco hay que impedir en estos momentos que sea el pueblo de España (…) el que decida su propio destino. Quienes hemos dictaminado este proyecto no vamos a intentar disimular con piruetas de última hora nuestras ejecutorias en el Régimen. Pero hemos pensado siempre (…) que los orígenes dramáticos del actual Estado estaban abocados desde sus momentos germinales a alumbrar una situación definitiva de concordia nacional (…), porque habremos sido capaces de rebajar el concepto de enemigo irreconciliable al más civilizado y cristiano concepto de adversario político, pacífico (…) sin (…) nuevos desgarramientos y nuevos traumas.
    La postura de Fernando Suárez triunfó, y el otro Suárez, Adolfo, pudo afrontar el referéndum subsiguiente y a la oposición rupturista, que venía recrudeciendo su ofensiva. El 12 de noviembre de 1976 esa oposición había organizado la huelga general, de carácter revolucionario por naturaleza, para frustrar la transición reformista. La prueba de fuerza se había saldado con el fracaso de la huelga y la consiguiente victoria del gobierno. Aun así, la oposición persistió en boicotear el referéndum, realizado el 15 de diciembre, si bien lo hizo ya con poco aliento. La excepción fue el PCE(r)-GRAPO, que secuestró a Antonio de Oriol, y más tarde al general Villaescusa, para echar por tierra la maniobra fascista, fracasando a su vez.

    Desde entonces la oposición hubo de aceptar la transición y colaborar, de mejor o peor fe, en la reforma promovida desde el propio régimen. Ello permitió una democratización en orden, "dentro de la ley", como propugnaba el mismo Franco en 1930. Sólo ahora, casi treinta años después, se ha formado una nueva y nebulosa Platajunta entre izquierdistas y secesionistas para imponer una "segunda transición", es decir, volver a la ruptura, contra la Constitución y la libre convivencia construida desde 1975. E intentando resucitar de paso, y no por azar, las antiguas propagandas y rencores, so pretexto de "memoria histórica". Esta inaudita pertinacia en los viejos errores merecería un estudio aparte.

    [...]

    Una observación final: las libertades han llegado a España con algún retraso con respecto a la Europa occidental. Observación que debe completarse con otras dos: gracias a ello la democracia ha resultado, hasta ahora, más firme que si hubiera llegado antes; y la debemos a nosotros mismos, no a Usa como la mayoría de los demás países europeos. A la objeción de que España no habría esquivado tampoco el totalitarismo nazi o comunista de no ser por la intervención useña en Europa, cabe responder que esa deuda indirecta queda saldada con la neutralidad española en la guerra mundial, tan valiosa para los Aliados aun si no fue mantenida con intención de favorecerlos."

    "El 16 de marzo de 2005, diversos políticos, comunicadores, periodistas, cantantes y otra gente significada, hasta un número de cuatrocientos, homenajearon en un hotel madrileño a Santiago Carrillo, ex jefe del Partido Comunista, con motivo de su 90 cumpleaños.

    La figura principal y más representativa fue el presidente del gobierno, Rodríguez, que abrazó al viejo líder y lo calificó de "ejemplo" político. "Ésta es una mesa larga y unitaria", dijo a Ibarreche, político que no oculta su ambición separatista, dirigente del PNV fundado por Sabino Arana, racista violento bien explícito en sus escritos. Juan José Ibarreche aseveró que él y toda la sociedad vasca aprecian a Carrillo por su trayectoria política. Asistió el político Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón –premio Sabino Arana–, ministros de José Luis Rodríguez, empezando por la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, junto con ex ministros y líderes autonómicos como Jordi Pujol y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que calificó al festejado como "patriota que se sacrificó por la democracia"; José Barrionuevo, relacionado con el terrorismo del Gobierno de Felipe González y encarcelado por ello; periodistas como Fernando G. Delgado; cantantes como Víctor Manuel, Ana Belén y Joaquín Sabina... El Rey hizo llegar una misiva transmitiendo al anciano comunista su respeto y su amistad "fraguada durante muchos años". El entonces ministro de Defensa José Bono, ausente, le remitió un soldadito de plomo, quizá en recuerdo del maquis.

    Organizaron el festejo los periodistas María Antonia Iglesias e Iñaki Gabilondo, este último el comunicador más afamado del grupo mediático Prisa e inventor o difusor del bulo de los terroristas suicidas hallados en los trenes de la matanza del 11-M. No faltaron personajes de la derecha y ex falangistas, como Rodolfo Martín Villa; ni Gregorio Peces Barba, intelectual-político socialista encargado por entonces de silenciar a la Asociación de Víctimas del Terrorismo a fin de facilitar los tratos del Gobierno con la ETA, bajo el título paradójico –o acaso burlesco– de Alto Comisionado para el Apoyo a las Víctimas del Terrorismo. Los líderes del PP prefirieron abstenerse del llamativo banquete, por lo que Peces Barba aseguró que al acto asistían "los buenos y faltaban los malos". Varios admiradores, periodistas como Susana Olmo, Amalia Sánchez Sampedro, María Antonia Iglesias e Iñaki Gabilondo, regalaron a Carrillo un libro de recortes de prensa con la firma de los asistentes: Noventa años de historia y vida. Ya entrada la noche, la fiesta culminó con la retirada de la estatua de Francisco Franco del edificio madrileño conocido como Nuevos Ministerios, lugar donde permanecen las estatuas de los socialistas Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, principales jefes de la guerra civil de 1934. Un nutrido grupo de homenajeantes acudió alborozado a presenciar dicha retirada, entre ellos el cantante Víctor Manuel, que en su juventud había compuesto una canción dedicada a la paz de Franco.

    El homenaje a los "noventa años de vida e historia" de Carrillo, coronado por el ultraje a Franco, simboliza inmejorablemente una nueva situación política en España. Para entenderla, resumiré aquí esa larga trayectoria del primero, por lo demás bien conocida de todos los admirados asistentes a su gran fiesta de aniversario.

    Santiago, hijo de Wenceslao Carrillo, un dirigente del PSOE, era en 1933-1934, con diecinueve años, uno de los jefes de la Juventudes Socialistas, las cuales, a juicio del también socialista Prieto, realizaron acciones intolerables. Estas acciones consistieron en el asesinato de algunos miembros del partido derechista moderado CEDA, que no replicó del mismo modo, y de varios militantes falangistas, hasta provocar las represalias de éstos. Como líder de dichas juventudes, cuyas publicaciones llamaban abiertamente a la máxima violencia, participó en el comité secreto del PSOE encargado de preparar una insurrección considerada textualmente guerra civil, con el fin de aplastar la república burguesa e imponer una dictadura semejante a la soviética de Stalin, como también proclamaban sin vacilación.

    Vencida la insurrección, Carrillo, desde la cárcel, se acercó más a los comunistas y exigió "bolchevizar" el PSOE, es decir, convertirlo en un disciplinado aparato para tomar el poder por la fuerza cuanto antes. Tras reanudarse la guerra en 1936, pasó al PCE, organización por completo dependiente de Moscú (y orgullosa de ello). El PCE aprovechó las circunstancias bélicas para crearse rápidamente un aparato militar (el Quinto Regimiento) que le permitiera prevalecer sobre sus aliados del Frente Popular, y para organizar, junto con el Gobierno y los demás partidos de izquierda, un terror mortífero contra las derechas y, a veces, también contra sus aliados.

    Carrillo se dedicó a la segunda tarea, y cuando ocurrió la batalla de Madrid, en noviembre de 1936, presidía el aparato represivo de la Junta de Defensa de la capital. Ha sido acusado, por ello, de numerosos asesinatos y en especial de la mayor matanza de toda la guerra, realizada en Paracuellos del Jarama y otros puntos de la provincia de Madrid. Carrillo ha alegado durante mucho tiempo ignorar tales hechos y hasta el nombre de Paracuellos; pero recientemente su memoria mejoró, y afirmó "haber hecho todo lo posible para evitar la matanza que se produjo –según él– cuando grupos incontrolados asaltaron un convoy de militares prisioneros". Mejora parcial, porque la matanza no tiene los rasgos de la improvisación de supuestos incontrolados –que casi nunca lo fueron–, sino los de un planeamiento cuidado, de estilo soviético; y no se trató de un convoy de militares prisioneros, sino de todo tipo de gente, incluidos adolescentes, prácticamente niños. Los testimonios del diplomático Félix Schlayer, las investigaciones de Ricardo de la Cierva, César Vidal, José Manuel Ezpeleta, las del mismo Ian Gibson, que ha asegurado "entender" la masacre (El País, 22-9-2005), etc., apuntan claramente a Carrillo. A duras penas podría ser de otro modo, estando él a la cabeza del orden público, que en aquellas circunstancias no significaba otra cosa que la aplicación del terror; sin olvidar su considerable experiencia en la dirección de actos terroristas desde 1934. Recientemente un historiador pro comunista, Jorge Martínez Reverte, ha querido desviar la responsabilidad hacia los ácratas –una tradicional táctica del PCE–, pero ha sido desmentido, y fue en esta ocasión el anarquista Melchor Rodríguez quien detuvo las matanzas asumiendo un serio riesgo personal. Las excusas, justificaciones, pérdidas de memoria y cambios de opinión de Carrillo hablan por sí solos, y hay muy pocas dudas sobre su responsabilidad. Los asistentes al homenaje conocían perfectamente esta faceta del antiguo jefe de las Juventudes Socialistas.

    Terminada la guerra española con la derrota de los suyos, el homenajeado pasó la mayor parte de la guerra mundial en América, desde donde trataba, en vano, de organizar nuevas acciones en la España de Franco. Su mejor ocasión llegó hacia el final de la contienda en Europa, cuando casi todo el mundo esperaba la caída del dictador gallego. Entonces Carrillo, ya un destacado jefe comunista, dirigió desde Francia el maquis, que intentaba explotar las muy favorables circunstancias internacionales y el presumible descontento dentro de España para reiniciar la guerra civil, con la natural esperanza de vencer esta vez. Las guerrillas debían cundir por el país, desestabilizar al régimen y provocar una intervención de los Aliados en último extremo. También este proyecto volvió a fallar, no sin dejar detrás varios miles de muertos.

    La derrota del maquis obedeció, ante todo, a su escaso apoyo en la población, indicio de una considerable popularidad del régimen a pesar de las duras condiciones de vida existentes. Además, el terror practicado por los comunistas durante la guerra civil contra sus propios aliados, para meterlos en vereda, dificultaba la captación de gente de otras tendencias. Por las armas, pues, no había salida.

    La realidad impuso un cambio de táctica y, con la anuencia de Stalin, el PCE volvió a la línea, antaño provechosa, de los frentes populares: infiltración en los sindicatos, las universidades, el mundo artístico, empleo masivo de la consigna de "libertades", de "reconciliación nacional" y de una retórica de paz, con objeto de atraerse a sectores descontentos y llegar a una "Huelga Nacional Pacífica", dirigida por los comunistas, pero en la que debía participar casi todo el país. Consignas poco sugestivas para la población, pues casi todo el mundo consideraba la guerra cosa pasada, ya había paz y reconciliación para la gran mayoría, y las libertades, en boca de los comunistas, convencían a pocos.

    Por ello los progresos del PCE, plenamente mandado por Carrillo desde mediados de los cincuenta, fueron muy lentos; aunque no inexistentes, sobre todo cuando logró hacerse con las Comisiones Obreras, independientes en teoría pero en la práctica férreamente controladas por los carrillistas. Las maniobras de Carrillo para hacerse líder indiscutible incluyeron las habituales purgas, a veces asesinatos de camaradas desafectos, y provocaciones diversas, como han expuesto Líster y otros. El mismo Carrillo declaró lo siguiente en una entrevista a una de sus admiradoras, la citada María Antonia Iglesias:
    Y las leyes de la clandestinidad significan que este partido es un pequeño Estado dentro del Estado, con sus leyes propias, y que algunas veces, para proteger al partido, tienes incluso que cometer injusticias, como dejar de lado o separar a las gentes que no sabes si están o no colaborando con la policía. Yo eso lo he asumido, con todas las consecuencias. Incluso, en algún caso, yo he tenido que eliminar a alguna persona, eso es cierto; pero no he tenido nunca problemas de conciencia [subrayado mío], era una cuestión de supervivencia, porque estaba en juego también la vida de muchos militantes, que muchos de ellos acabaron en la cárcel o ejecutados (El País, 9-1-2005).
    Próxima la muerte de Franco, el PCE seguía siendo pequeño, con menos de diez mil afiliados; pero era el único con una organización algo seria y disciplinada, que podía jactarse de haber llevado a cabo una lucha sostenida contra el régimen de Franco y de haber sufrido más cárceles y sacrificios. Para ampliar sus alianzas, Carrillo formó la Junta Democrática, y el PSOE, que renacía con todas las bendiciones de la burguesía como rival del PCE, fundó la Plataforma de Convergencia Democrática. Junta y Plataforma. A ambas les unía un rechazo frontal al franquismo, a Juan Carlos I y a las reformas democráticas planteadas desde la dictadura, frente a las cuales alzaban la bandera de la "ruptura", para enlazar legal e ideológicamente con el Frente Popular. Durante el año 1976, en situación práctica de libertades, Junta y Plataforma coordinadas desplegaron una intensísima y bien financiada agitación, que, sin embargo, no les dio el resultado apetecido y fracasó, una vez más.

    Carrillo había inventado con otros partidos correligionarios el eurocomunismo, distanciándose algo de Moscú en una versión ampliada de los frentes populares y sin dejar la ideología marxista. Pronto comprendió que su partido y la oposición carecían de fuerza suficiente para liderar los cambios, y, más alarmante aún, que el franquismo pensaba legalizar al PSOE, pero vacilaba en hacerlo con el PCE, mientras Felipe González no hacía ascos a mantener a su competidor comunista fuera de la ley. Ante tal debilidad y tal amenaza, Carrillo dio ejemplo de moderación: como la mayoría de los demás, aceptó la reforma auspiciada por los franquistas, incluida la monarquía de Juan Carlos y la bandera tradicional, bajo la que había sido vencido el Frente Popular. Fue legalizado, y la ruptura –sostenida después por la ETA y otros grupos terroristas o extremistas– quedó como un sueño inalcanzado, aunque quizá alcanzable algún día.

    La democracia condujo con bastante rapidez a la crisis del PCE y del propio Carrillo: su invocación a su larga lucha contra el franquismo atrajo a pocos votantes. El gran beneficiado fue el PSOE, que no había combatido a la dictadura, había sido tolerado por ella en sus últimos años, y gozaba del apoyo financiero y mediático de importantes fuerzas españolas y extranjeras. En las elecciones de 1977, el PCE, presentando a figuras como la Pasionaria y el poeta Rafael Alberti, sólo obtuvo 19 escaños y menos del 10% de los votos, frente a 118 diputados y un 30% de votos del PSOE. El homenaje al ex dirigente comunista cobraba así un tinte de irónico desagravio: durante el franquismo él había representado la única alternativa política real (que quizá por ello no llegó a realizarse)... para verse burlado al final por los representantes de la dictadura y por unos socialistas que habían colaborado con ella, activa o pasivamente. Y que ¡en 2005!, treinta años después de muerto el dictador, exhibían una combatividad antifranquista nunca antes vista.

    Sin estos datos, hoy tan a menudo olvidados o tergiversados, no entenderíamos la historia reciente. ¿Qué significaba la fiesta a Carrillo y la retirada de la estatua de Franco en aquel aniversario redondo? Ni más ni menos que la vuelta a aquella ruptura frustrada durante la transición, y que los festejantes consideraban posible, por fin, con un gobierno surgido en buena medida del manejo de la matanza del 11-M, manejo que desvió del terrorismo islámico la culpa del crimen para descargarla sobre Aznar y el PP. Se trataba de una segunda transición, aunque el término dejó de usarse pronto. La primera transición había sido desde el franquismo a la democracia; la segunda, sería desde la democracia a otra cosa, y esa otra cosa la simbolizaban mejor que nadie Carrillo y un presidente que se declaraba "rojo", palabra tan reveladora.

    El homenaje está ligado a la entonces prevista ley conocida como de Memoria histórica (Ley 52/2007, de 26 de diciembre), instrumento para imponer a la sociedad una visión determinada del pasado; a las "negociaciones" con la ETA a costa del Estado de Derecho, de la Constitución y de las víctimas directas con el supuesto fin de conseguir una paz ya existente desde 1939; se liga al ensalzamiento del Frente Popular y de Juan Negrín, a la actitud comprensiva hacia dictaduras como la de Fidel Castro, al extraño juicio por la matanza del 11-M y a otros fenómenos bien conocidos.

    Son sorprendentes las pasiones que sigue levantando la figura del viejo Caudillo más de treinta años después de su muerte, y la dificultad de reconducir el debate a un plano más objetivo y centrado en los hechos. Pasiones sostenidas a menudo por una crasa ignorancia sobre nuestro pasado reciente."

    14 de abril de 2009 19:13"


    Me ha encantado. Sublime. A ver dónde están esos listillos progres y pedantes que se las dan de intelectualoides cuando no son sino analfabetos funcionales que apenas saben redactar… No hay quien te rebata nada, algunos sólo sirven para descalificar con discursos panfletarios precocinados y repetir cual disco rayado los eslóganes y las consignas partidistas de la corrección política cuando ni tan siquiera saben hilvanar un texto mínimamente coherente que no esté plagado de errores y erratas. Muy buena intervención. Me ha gustado mucho el comentario. De verdad. Muchas gracias.

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  24. "A propósito del 14 de abril

    La nostalgia de la II República, una patología cultural

    El 14 de abril de 2009 se cumplían 78 años de la proclamación de la II República. No faltan nostálgicos para celebrar la efeméride. Sin embargo, la II República fue un fracaso sin paliativos. En buena medida fue ella, por el sectarismo de sus líderes, la que frustró cualquier posibilidad de democracia en España. Objetivamente mirado, el régimen del 14 de abril no vale tanto por sus logros como por lo que pudo ser y no fue. Su imagen, hoy, no puede ser la de un paraíso perdido, sino más bien la de aquello que no hay que hacer.

    Uno escucha a los nostálgicos y cree soñar: resulta que un día existió en España un feliz mundo de Utopía donde todos los hombres eran libres y las fuentes públicas manaban limonada. Pero, entonces, ¿cómo pudo ser que se acabara aquella bicoca? Es muy interesante subrayar los argumentos de los nostálgicos de la II República y confrontarlos con la realidad. Es interesante porque uno constata que todos esos argumentos son absolutamente ficticios. Vayan tres ejemplos.

    El nostálgico invoca la democracia: entre la oligarquía alfonsina y la dictadura franquista, el régimen del 14 de abril fue un oasis democrático. Ahora bien, la II República fue una democracia extremadamente imperfecta, donde la voluntad popular fue violada desde el primer momento y hasta el final: desde las propias elecciones municipales que dieron lugar al cambio de régimen (y que, recordemos, ganaron los monárquicos), hasta el falseamiento masivo de actas en las elecciones del 36, pasando por la prohibición de gobernar al partido que ganó en 1933 y por la ausencia de sanción a los auténticos responsables del golpe revolucionario de 1934. Como democracia, la II República distó de ser ejemplar. Más aún: no fue realmente democrática.

    El nostálgico invoca también la obra social republicana: entre las tiranías de los dictadores, he aquí que al fin alguien se preocupa por la justicia social. Pero la política social de la República fue una calamidad, desde la reforma agraria hasta la regulación de la jornada laboral, hasta el punto de que en 1936, después de cinco años de gobierno republicano, sobrevivían condiciones de explotación objetivamente insoportables. La política social de la República no estuvo inspirada por el deseo de crear una sociedad más integrada, mejor cohesionada, sino que adquirió tintes de venganza de clase y, sobre todo, fue de una incompetencia extrema. El gran drama del movimiento obrero en España, y de la izquierda española en general, es que las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco presentan mejor balance social que la II República en materias concretas como la protección del desempleo, la cobertura sanitaria o la evolución de los salarios. Es una verdad dolorosa, pero es así.

    El nostálgico, en fin, enarbola la preocupación de la República por la educación: la figura del “maestro republicano” sigue funcionando como tópico romántico, envuelta en el halo sublime de la promoción de la cultura. Pero lo cierto es que la República, más por razones de sectarismo que otra cosa, empezó cerrando centros escolares en masa –los de la Iglesia- y sólo después procedió a crear escuelas y plazas de maestros que, por un lado, se pusieron en marcha a un ritmo lentísimo, y por otro, beneficiaron sobre todo a militantes republicanos con carné de partido que se convirtieron en maestros de un día para otro. Aquí es donde más amargo es el balance republicano, por contraste con el proyecto inicial: las ambiciones eran muchas; los logros, muy escasos.

    “No es esto, no es esto”

    Son sólo tres ejemplos, pero son ilustrativos. En gran medida, la nostalgia republicana es un puro sentimiento construido sobre la base de tópicos retóricos sin correspondencia con la realidad. La nostalgia de la República es, en rigor, una nostalgia de lo que no fue; la nostalgia de un enorme fracaso.

    La II República, en efecto, es menos sugestiva por lo que fue que por lo que pudo ser. Era verdad que el régimen de la Restauración estaba podrido; tanto que se hundió desde dentro sin el menor gesto de resistencia. Era verdad que España necesitaba un cambio en profundidad. La República pudo aportarlo: hacía falta renovar las elites sociales y políticas, incorporar a las masas a la vida ciudadana (la “nacionalización de las masas”, en el lenguaje orteguiano), revitalizar las instituciones populares, corregir una democracia inexistente de puro artificiosa, poner a la Iglesia al paso del tiempo, solventar situaciones de crónico atraso económico en el campo y en las fábricas… Se necesitaba un amplio programa de educación nacional, de participación social en la vida pública, de reestructuración del sistema económico. Pero, en vez de eso, la II República aportó unas elites políticas muy mediocres, una política social y cultural sectaria, una política económica incompetente y perezosa… En ese sentido, la crítica falangista a la II República parece hoy más acertada que la crítica de tipo conservador o tradicionalista: la República no fue tan funesta por lo que destruyó como por lo que no supo construir.

    Ortega lo dijo –y muy pronto- con su habitual plasticidad: “No es esto, no es esto”. Efectivamente, no era eso. Y lo que hoy rememoran los nostálgicos, envueltos en la bandera tricolor, tampoco es. Nuestros nostálgicos del 14 de abril nos están hablando de una República virtual o, para ser más exactos, espectral. La realidad de la historia fue otra: fue la República que acabó en guerra civil. Y no, por cierto, por culpa de las torvas asechanzas del fascista eterno, sino por culpa del sectarismo, el fanatismo, la irresponsabilidad y la frivolidad de sus líderes."



    "Antonio Manuel Barragán-Lancharro ―nacido en Monesterio (Badajoz) en 1981― es Licenciado en Historia por la Universidad de Extremadura (2004 y actualmente, también estudiante de 3º de Derecho. Ha participado en varias Jornadas de Historia (Llerena, Fuente de Cantos, Coloquios Históricos de Extremadura…) con interesantes aportaciones sobre el pasado local y provincial. En el verano de 2008 ha publicado «República y Guerra Civil en Monesterio» que, afortunadamente, no es una monografía de historial local al uso.

    Aunque se estudia este periodo (1931-1939) referido a una localidad de la provincia de Badajoz, los planteamientos de esta obra quedan al margen de la habitual propaganda oficial patrocinada por el Gobierno, la Junta de Extremadura y la Diputación de Badajoz. Originariamente es un trabajo de grado defendido en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura y que trajo no pocas polémicas en el acto académico. Polémicas en el sentido de plantear nuevas propuestas de investigación o la puesta de manifiesto de los endebles argumentos de la Memoria Histórica. Los ataques también se plantearon por el hecho de que en un trabajo universitario se citara a reconocidos historiadores como César Vidal o Pío Moa.

    La República nació subvirtiendo la legalidad vigente. El primer acto relevante del Ministro de la Gobernación, Miguel Maura, fue dictar una serie de circulares en relación a las elecciones del 12 de abril. A partir de este momento comenzaron a caer los ayuntamientos con mayoría monárquica y a nombrarse comisiones gestoras afines al Gobierno Provisional de la República. En el ámbito de la provincia de Badajoz fue la manera en la que las emergentes casas del pueblo socialistas fueron adquiriendo el poder local.

    En ese momento comenzaron unos años de tensiones motivadas especialmente por la crisis agraria, el paro persistente, la inhibición de las autoridades centrales en la solución de los problemas de los campesinos, la oposición del socialismo a la mecanización del campo, atentados contra las cosechas y contra los bienes privados, huelgas, motines, prohibición de manifestaciones públicas de la religiosidad, la imposición en muchos casos de entierros civiles si no había una voluntad previa y por escrito de una ceremonia católica, impuestos por el toque de campanas de las iglesias…

    A partir de 1934, mediante la Ley Municipal monárquica de 1877 y previa investigación gubernativa (hecho que no ocurrió tras las elecciones de 1931), fueron sustituidas las corporaciones socialistas por el matiz Republicano Radical y por militantes de Acción Popular. En esta situación se llegó hasta febrero de 1936, que tras las elecciones generales fueron rehabilitados los Ayuntamientos de 1931.

    En la primavera de 1936 se intensificó un ambiente de desorden público masivo más acusado aún que en el periodo 1931-1934. Las Juventudes Socialistas se «constituyeron» en lo que ellas mismas llamaban «Guardias Rojos» para propinar palizas a los contrarios políticos. En esos meses previos a la contienda se produjeron asaltos de fincas, detenciones arbitrarias, control de todos los aspectos de la vida social y laboral por las casas del pueblo. El Diputado a Cortes socialista Nicolás de Pablos manifestó en un mitin en Badajoz el 14 de abril de 1936 que en pocas fechas habría que «exterminar a las derechas». En mayo en una concentración de milicias socialista en Badajoz hablaron en el mismo sentido Margarita Nelken y Antonio Mitje.

    Paradójicamente, en Monesterio los militantes de Izquierda Republicana y Unión Republicana, partidos integrantes en el Frente Popular, eran acosados y agredidos por los jóvenes de la Casa del Pueblo por ser considerados por éstos como «derechistas». Era llevar a la práctica las consignas del enfrentamiento como medio revolucionario. A pesar de las súplicas de los republicanos de Monesterio al mismísimo Presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, el acoso, las palizas y agresiones se intensificaron días antes del estallido de la Guerra Civil.

    Al producirse la sublevación, fracasaron los planes golpistas en la capital pacense y el 19 de julio se desencadenó la revolución en numerosas localidades de la provincia. Se practicaron detenciones ilegales, ataques a la Guardia Civil, incendio de iglesias, asesinatos, etc. En Monesterio en el asedio al cuartel de la Benemérita murieron un agente y dos paisanos, y en el cerco a la vivienda del presidente del Partido Agrario (de Martínez de Velasco), aquél mató a un revolucionario que llevaba una cuba de gasolina para ser arrojada a la puerta de su casa. Las sedes de Unión Republicana y de Izquierda Republicana fueron saqueadas e incendiadas.

    La provincia de Badajoz quedó así bajo la autoridad nominal del Gobierno de Madrid. Autoridad nominal, porque la inmensa mayoría de los municipios fueron regidos por comités que se adueñaron ilegalmente del poder local. En los primeros días de la Guerra se cursaron telegramas desde el Gobierno Civil, pero ya no se hablaba en nombre de las Autoridades de Madrid, se hacía en nombre del «Comité del Frente Popular» de la provincia. En este sentido son gráficas las palabras de Salvador de Madariaga, el cual afirmó que la España gubernamental se fragmentó en múltiples «reinos de taifas».

    En esta localidad pacense el poder pasó al «Comité de UHP», del cual dependían los comités de «Guerra» y «Enlace». Se detuvieron a los dirigentes del Partido Republicano Radical, de Unión Republicana e Izquierda Republicana, propietarios agrícolas, obreros, médicos, músicos, comerciantes, funcionarios… Ninguno afín a la Casa del Pueblo. Se ensayaron fórmulas inútiles de abastecimiento que significaron una merma de la ganadería y de otros recursos, se establecieron controles en la salida de la localidad, así como patrullas de «guardias rojos» por las calles, saqueo de lo no destruido en la iglesia de Monesterio, llegándose a arrancar los baldosines de la parroquia para venderlos a cinco céntimos. Milagrosamente el Archivo Parroquial se salvó íntegramente, conservando entre sus documentos más destacados la partida matrimonial de 1588 de Luis de Zurbarán e Isabel Márquez, padres del pintor Francisco de Zurbarán.

    El 2 de agosto de 1936 salen de Sevilla los primeros efectivos de la más tarde conocida como «Columna Madrid». En apenas dos días el entonces Teniente Coronel Carlos Asensio Cabanillas hace una marcha de 100 kilómetros y toma la localidad en nombre de Gonzalo Queipo de Llano. El día anterior había huido el «Comité de UHP» poniendo en libertad a los detenidos. De esta forma, se ha reconstruido a partir de los documentos las operaciones militares de la Columna Madrid en el paso de Andalucía a Extremadura. Tras la toma de la localidad, Asensio nombró a una comisión gestora en funciones de Ayuntamiento compuesta por los dirigentes de Unión Republicana y del Partido Republicano Radical.

    Desde agosto a noviembre de 1936 se producen fusilamientos. Después, en 1937, se encauza la represión a través de la Justicia Militar. En un Consejo de Guerra celebrado en 1938 se enjuiciaron a 38 vecinos. Nueve fueron condenados a muerte, pero más tarde conmutada por la pena de prisión mayor de 30 años. Los que no murieron por enfermedad en las cárceles, fueron excarcelados en 1943-44. También se analiza la vida en la retaguardia, la formación del Auxilio Social, la movilización de quintas, el Subsidio al Combatiente, operaciones militares, la integración de destacados izquierdistas en la vida institucional del primer franquismo, o incluso los recitales del poeta Luis Chamizo en los pueblos de la retaguardia pacense en 1937.

    El lector podrá comprobar que se encuentra ante un relato construido objetivamente, desde la libertad investigadora, sin tutelas de ningún tipo y basándose únicamente en las fuentes, no en suposiciones ni en presupuestos ideológicos como los de la historiografía neo-socialista al uso.

    República y Guerra Civil en Monesterio
    Antonio Manuel Barragán-Lancharro, Licenciado en Historia.
    Prólogo de Ángel David Martín Rubio.
    Badajoz, Sociedad Extremeña de Historia, 2008.
    548 páginas. ISBN: 978-84-612-3254-3"

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  25. Un libro interesante:

    "Así cayó la Monarquía"
    Subtítulo:Cinco días que conmovieron a España
    de José Antonio Navarro Gisbert


    Sinopsis:
    “España se acostó monárquica y se levantó republicana.” Es una de las frases más citadas de la Historia española, pero por muy sobada que haya sido, conserva la limpieza de la verdad. En unos pocos días, un régimen se desploma sin que ninguno de sus partidarios ni de los agraciados por él salga en su defensa y casi sin que nadie lo empuje.

    José Antonio Navarro describe en Así cayó la Monarquía una crisis que se remonta a los albores de la Restauración canovista y que culmina entre el 11 de abril, víspera de la convocatoria a elecciones municipales, y el 15 del mismo mes, fecha en que la familia real partió de Madrid rumbo al destierro. Las elecciones municipales las ganaron las listas monárquicas, pero el desprestigio del rey entre sus partidarios y la desmoralización del propio Alfonso XIII, permitieron a un puñado de audaces irrumpir en el Palacio de Gobierno. En cuanto Miguel Maura y Niceto Alcalá-Zamora se sentaron en las mesas de los ministros de la Monarquía, el Estado entero se puso a sus órdenes.

    Esos días de abril del 31 siguen presentes en la política española como una amenaza, un enigma o una esperanza. En esas crisis afloraron todos los problemas arrastrados desde décadas antes: el caciquismo, la cuestión obrera, los nacionalismos, la violencia como vía legítima para alcanzar el poder, la decrepitud del sistema parlamentario y de los partidos…

    Como señala José Javier Esparza en su prólogo a Así cayó la Monarquía, “el autor ha conseguido transmitir con una calidez casi biológica el pulso real, cotidiano, vital, de los españoles de ese momento, ese abril de 1931. No sólo de los españoles que ostentaban responsabilidades políticas, sino, sobre todo, de los españoles de a pie, los que cruzaban calles aún poco pobladas de automóviles o roturaban campos aún pobremente mecanizados; los que se hacían limpiar las botas en la terraza de un café y también los que, agachados, limpiaban las botas en cuestión”.

    La conclusión de José Antonio Navarro es que a Alfonso XIII le tocó, más que reinar, presidir una sociedad en lenta descomposición.

    Muy recomendable. (Editorial Áltera)

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  26. ... y un libro revelador:

    "La Prensa en la Segunda República española. Historia de una libertad frustrada

    Autor:SINOVA, Justino
    Editorial:Debate, Barcelona
    Págs:512 págs

    El Gobierno socialista y sus aliados quieren reescribir la Historia. De acuerdo con sus proyectos y los debates parlamentarios, la nueva versión oficial establece que hay una línea de continuidad entre la II República y la Monarquía de Juan Carlos I. Basta leer libros como éste para darse cuenta de la memez que nos presentan como verdad.

    El periodista -de vasta cultura, no como otros- Justino Sinova ha estudiado los problemas de la prensa en diferentes períodos. En su último libro trata el tema en los años republicanos, entre 1931 y 1936, y las sorpresas para nuestros diputados, desde José Luis Rodríguez Zapatero al charnego (Jordi Sevilla dixit) Montilla, pueden ser indescriptibles. En ningún momento de ese lustro, que conoció el bienio de izquierdas (republicano-socialista, presidido por Manuel Azaña), el bienio radical-cedista y la ‘primavera sangrienta’ del Frente Popular, existió libertad de prensa. Existían los gabinetes de censura en el Ministerio de Gobernación, en la Generalidad de Cataluña y en los gobiernos civiles, que mandaban la recogida de periódicos y el cierre de éstos. En momentos de crisis, incluso ordenaban las palabras que podían usar los periodistas: por ejemplo, prohibieron que se usase “asesinar" y “asesinado" para referirse al secuestro y muerte del diputado José Calvo Sotelo por un comando terrorista socialista, de los muchos que hubo y cuyas actuaciones han sido miserablemente silenciadas.

    Entre las agresiones a la prensa que narra Sinova –perfectamente documentadas-, como cierres ordenados verbalmente y sin control judicial alguno y una multa al ‘Heraldo Alavés’ por publicar una lista de masones de la provincia, destaca el cierre de más de un centenar de periódicos perpetrado en agosto de 1932 por Manuel Azaña cuando era presidente del Gobierno y su amigo Casares Quiroga, ministro de Gobernación. La sanjurjada dio pie Azaña para privar a media España de sus medios de comunicación y liberar al Gobierno de la fiscalización de unos periodistas que consideraban desafectos mediante la aplicación de la antidemocrática Ley de Defensa de la República. Sinova calcula que el cierre afectó a 127 cabeceras. ¡La mayor represión contra la prensa jamás ocurrida en España!

    De las 512 páginas del volumen, 52 corresponden a las notas y 68 a anexos documentales. Una prueba demoledora contra el movimiento sectario de la Memoria Histórica. Como sin libertad de prensa, no hay libertad, la II República no puede calificarse de régimen democrático; se corresponde más bien con los regímenes liberales de mediados del siglo XIX: jacobinos, sectarios, despóticos…

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  27. Unos sencillos apuntes sobre el tema:

    "I. LA CUESTION

    La guerra civil sigue dando pie a polémicas en casi todos sus detalles y aspectos, desde las cifras de la represión al talento militar de Franco o la intervención extranjera. Pero en el fondo de esas discusiones se encuentra una cuestión esencial, que, en la medida en que sea resuelta, da sentido a las demás o las vuelve irrelevantes: la cuestión de cuáles fueron las causas de la guerra. Esto lo expresa el nacionalista catalán Joan Sales: «Por pueril que pueda parecer la pregunta ¿quién empezó? es moralmente decisiva.» El daba por supuesto que habían empezado los militares sublevados en julio de 1936, pero la cuestión tiene mayor complejidad.

    Trataré el asunto sólo desde la historiografía, dejando al criterio de cada uno la valoración moral. Desde este punto de vista, las diferentes preguntas sobre el origen de la guerra pueden reducirse a una: ¿llegó la guerra civil como consecuencia de una presión «fascista» a la cual se vio obligada la izquierda a resistir, o, por el contrario, se trató de una presión revolucionaria que la derecha hubo de repeler? Esta podría ser la traducción de la pregunta de Joan Sales en términos historiográficos. A esas presiones las llamaré «peligros» o «amenazas», no en un sentido peyorativo o descalificador, sino en el sentido de que hacían peligrar a un régimen que se presentaba como democrático, y de que eran percibidos como amenazas por sus contrarios. Naturalmente, para un revolucionario sus ideas y actos no constituían una amenaza, sino una promesa de redención, y lo mismo los suyos para los contrarrevolucionarios.


    II. LA INTERPRETACION FRENTEPOPULISTA


    La primera versión, es decir, que se trató de un peligro fascista, es hoy día la más divulgada, y puede resumirse así: la República llegó pacíficamente y, de manera generosa, prescindió del «cortejo sangriento de la represalia y la venganza», como decía Prieto, instaurando una democracia parlamentaria progresista, pero moderada. Sin embargo, la vieja oligarquía reaccionaria vio en aquellos proyectos de modernización del país un riesgo inminente para sus privilegios, y comenzó desde el primer momento a conspirar contra el régimen, abusando de su generosidad democrática.

    Que así fue lo demostraría una serie de hechos. Los monárquicos organizaron enseguida conjuras en el ejército, los carlistas volvieron a armarse y a preparar milicias, y la Iglesia inspiró un partido fascista o fascistoide, Acción Popular, luego la CEDA, para acosar a la república utilizando torcidamente su legalidad y defendiendo los intereses oligárquicos. La importancia y el peligro de esa reacción quedaría de relieve en el golpe del general Sanjurjo, en agosto de 1932, apenas un año y medio después de instaurado el nuevo régimen.

    Vencido Sanjurjo y fracasada por el momento la vía violenta, los enemigos de la república habrían intensificado la demagogia, sobre todo por medio de la CEDA, la cual, explotando los sentimientos religiosos populares, atraía a masas considerables, a fin de ocupar legalmente el poder, y desde él abolir el Parlamento y la democracia. De paso entró en liza un partido más abierta y violentamente fascista, la Falange. La CEDA tuvo bastante éxito al principio, y consiguió una lucida votación en las elecciones de 1933, elecciones perdidas por las izquierdas a causa de haber acudido desunidas a las urnas. El peligro «fascista» se hizo inminente cuando en octubre de 1934, la CEDA entró en el gobierno, con tres ministros. Ante esta situación, los socialistas y la Esquerra catalana, secundados moralmente por las izquierdas republicanas, tuvieron que reaccionar con una insurrección precipitada, muy posiblemente provocada por la propia derecha, y abocada a la derrota. La «reacción» sacó partido del desastre para desatar una feroz e inhumana represión, en particular contra los mineros de Asturias.

    Siguiendo con este esquema, al fracasar políticamente el «bienio negro», dominado por la reacción, las izquierdas volvieron a presentarse a las urnas, pero esta vez unidas en el Frente Popular, y cosecharon un gran triunfo. Su programa seguía siendo progresista, aunque básicamente moderado, pero los partidos de la oligarquía decidieron recurrir ya, de manera general, a la subversión violenta. La mayoría de los historiadores reconoce excesos de las izquierdas en los meses siguientes, excesos lógicos, dada la brutal represión que habían sufrido en el «bienio negro», pero en conjunto consideran la situación soportable y que lo que más enturbiaba el ambiente eran las provocaciones y violencias principalmente a cargo de la Falange. Así, provocando deliberadamente la inseguridad y la subversión, y conspirando sin descanso en el Ejército, se llegó a la rebelión militar de julio, que dio comienzo a la guerra civil.

    ¿Por qué reaccionó desde un principio la oligarquía de manera violenta o al menos subversiva, en lugar de defenderse con moderación, como en otros países? Una razón estaría en el carácter de la oligarquía española, egoísta, falta de ilustración y acostumbrada a usar una represión brutal.

    En todos los países existe una literatura sobre la bajeza de las clases altas, la innobleza de las aristocracias y la miseria de los ricos. Aunque estas críticas tienen, seguramente, un amplio fondo de verdad, probablemente también exageran un poco, como advirtió Madariaga. Después de todo, España había progresado de forma lenta, pero constante, desde hacía sesenta años, y eso se debía en cierta medida a la iniciativa de los capitalistas. En todo caso, ha prevalecido la anterior imagen de ellos.

    Habría otra razón para que la oligarquía financiera y terrateniente, como se la ha solido llamar, recurriera al fascismo o algo parecido en defensa de sus intereses, y es que los regímenes autoritarios se extendían rápidamente por Europa, desde Finlandia a Italia, hasta que en 1933, con su triunfo en Alemania, daba la impresión de que el futuro era suyo. Nada más natural y europeísta, que la alta burguesía española viese la mejor defensa de sus intereses en un régimen de fuerza, libre de las para ella inútiles y peligrosas formalidades democráticas. Ello explicaría tanto la subversión derechista bajo la república como la guerra y el régimen venido después.

    Este viene a ser en esquema la teoría que, con unos u otros matices y complicaciones, han defendido Tuñón de Lara, Preston, Jackson y otros, y es hoy día aceptada en amplios círculos de la izquierda e incluso de la derecha. Tiene un aspecto convincente por dos razones: en primer lugar, porque se apoya en algunos hechos reales. Pero lo que la hace más convincente no es tanto esos hechos como la teoría general que los envuelve. Según esa teoría, el fondo de la historia fue un conflicto de intereses muy comprensible: los republicanos y las izquierdas en general aspiraban a modernizar el país defendiendo a los trabajadores y a los desfavorecidos por medio de reformas que perjudicaban a los poderosos y a los privilegiados. Y éstos reaccionaron con brutalidad. Así todo encajaría.


    III. ANALISIS


    El esquema, analizado de más cerca, muestra fallas sobre las que vale la pena hacer algunas observaciones, centrándonos primero en los hechos, y luego en la teoría.

    A) Una primera observación ha de dirigirse a la llegada pacífica de la República. Sin duda llegó ésta en paz en abril de 1931…; pero sólo después de haber intentado imponerse por la violencia cuatro meses antes, mediante el pronunciamiento militar de Jaca. Fracasado el golpe en diciembre de 1930, el nuevo régimen triunfó por medio de unas elecciones. Por lo tanto no fueron los republicanos, sino sus adversarios los que actuaron de modo pacífico y permitieron la llegada tranquila de la república. Todavía hay más: aquellas elecciones tuvieron carácter municipal, no parlamentario, y fueron perdidas por los republicanos. Sin embargo, los monárquicos se apresuraron a entregar el poder a sus enemigos. No importan aquí las causas del hecho, sino señalar el hecho indudable, reconocido por todos los historiadores y testimonios, empezando por Miguel Maura, principal promotor entonces de la abolición monárquica. Sorprendentemente, la oligarquía habría abierto el paso a la república.

    ¿Cómo puede, en estas condiciones, sostenerse la tesis de la generosidad republicana por no haber preparado el «cortejo sangriento de la venganza y la represalia»? Parece poco razonable que fueran a tomar represalias contra quienes les habían entregado el poder, se lo habían regalado, como dice Maura. La generosidad, si tal es la palabra adecuada, estuvo en este caso del lado monárquico, y por el contrario, los actos siguientes de los republicanos tienen mucho de persecución y venganza, por fortuna no sangrientas de momento. Así al declarar al monarca fuera de la ley y confiscar sus bienes, o al procesar a políticos por colaboración con la dictadura de Primo, con la cual habían colaborado también varios de los ahora republicanos, empezando por Largo Caballero y el PSOE.

    Enseguida ocurrió, además, otro suceso al que no cabe atribuir generosidad ni ánimo pacífico: la gran quema de iglesias, bibliotecas, escuelas, centros de formación profesional y obras de arte a poco más de tres semanas de proclamarse la República, y antes de que los conservadores hubieran mostrado la menor hostilidad al régimen. Es difícil ver en aquellos incendios otra cosa que una explosión de fanatismo antireligioso, pero también antidemocrático y anticultural, cosas que suelen olvidarse. La actitud de los gobernantes ante los sucesos, permisiva primero y de castigo a las víctimas después, tampoco hay modo de entenderla como democrática, ni de respeto a la legalidad o a los derechos ciudadanos. Si a algo recuerda el acontecimiento es a la noche de los cristales rotos, protagonizada por los nazis.

    B) Como segunda observación al esquema, debe señalarse que si bien los monárquicos empezaron entonces a conspirar en el ejército, y los carlistas a formar milicias en Navarra, la respuesta muy mayoritaria de los conservadores no fue violenta, sino al contrario, pacífica y legalista, e iba a encontrar su cauce en la CEDA. Hay que subrayar, en confirmación de lo anterior, que la rebelión de Sanjurjo quedó casi completamente aislada en la derecha, la cual no la secundó en ningún momento, aunque algunos sectores simpatizaran con ella. Por esa razón fracasó enseguida, dejando 10 muertos, casi todos de los sublevados. Y también por esa razón Azaña se felicitó abiertamente en las Cortes por dicha rebelión, ya que ella había dado ocasión a desbaratar a los enemigos de la república, y a fortalecer al régimen. Así pues, no cabe argüir que Sanjurjo representase a la «reacción», sino sólo a una mínima parte de ella. Sin olvidar, por lo demás, que Sanjurjo había tenido un papel decisivo en el pacífico advenimiento del régimen, al negar el empleo de la guardia civil contra las manifestaciones en la calle después de las elecciones.

    En cuanto a la CEDA, ciertamente no era republicana ni demócrata, pero sin serlo, aceptaba la legalidad, y poseía una cualidad que hubiera permitido la convivencia ciudadana y el funcionamiento del sistema. Esa cualidad era la moderación. Sus adversarios acusaban y acusan a Gil-Robles de actuar con hipocresía y aspirar a destruir el régimen desde las urnas. La experiencia indica algo muy diferente. Así, por ejemplo, la CEDA no formó milicias, ni predicó la violencia, ni respondió de la misma manera a los atentados que sí sufrió de las izquierdas. Por otra parte, cuando la izquierda se sublevó, en octubre de 1934, la CEDAtuvo la mejor oportunidad posible para replicar con un contragolpe, desde el poder y con las mejores garantías de éxito, contragolpe justificado, además, porque los otros ha-bían recurrido primero a las armas. Pero no hizo nada de eso. Al contrario, defendió y mantuvo la legalidad republicana, que tan poco le gustaba, invocó la defensa de las libertades y ni siquiera pidió ilegalizar a los partidos rebeldes. Comportamiento demostrativo y decisivo, a juicio de Madariaga, juicio que comparto y creo que compartirá cualquier persona sin prejuicios. Quedó en claro la falsedad de las acusaciones de fascismo hechas a Gil-Robles, falsedad bien sabida de los acusadores, según creo haber demostrado en un libro reciente1. Los monárquicos pensaron en aprovechar la ocasión para derribar el régimen, y según Ansaldo se lo propusieron a Franco, el cual no aceptó.

    A estas alturas puede relegarse a la categoría de mitos propagandísticos el de la sanguinaria y brutal represión en Asturias después de la revolución del 34. Que se produjeron entonces algunos excesos es seguro, y que ellos fueron inferiores a los cometidos por los revolucionarios, también. En un libro que preparo examino con algún detenimiento este asunto, y aquí me limitaré a recordar que al volver las izquierdas al poder en 1936 no aparecieron por ninguna parte las reclamaciones por daños que tendrían que haberse producido si hubieran tenido lugar los tan pregonados asesinatos, saqueos y torturas masivos. Es más, las izquierdas se negaron tenazmente a investigar las supuestas atrocidades de Asturias, a pesar de que Gil-Robles insistiese en ello. Se formó una comisión, integrada por Dolores Ibárruri, Matilde de la Torre y otros dos políticos menos conocidos; pero de ella nunca más se supo, e Ibárruri la olvida discretamente en sus memorias. Sin embargo, la campaña sobre la represión en Asturias tuvo una importancia política fundamental, pues creó un clima de odio y revancha antes inexistente, y se convirtió en el eje de la alianza de partidos conocida por Frente Popular.

    Lo indicado permite establecer que los conservadores, en
    su mayoría, no obstaculizaron, sino que facilitaron la instauración republicana y que mantuvieron una actitud moderada y legalista, a pesar de agresiones como la quema de iglesias y bibliotecas, y otras muy graves. No se percibe en esos primeros años ningún peligro fascista o golpista real, pues la Falange y los monárquicos constituían grupos minoritarios. Baste decir que en las elecciones de 1933, la derecha moderada obtuvo más de 190 escaños en las Cortes, 115 de ellos la CEDA, mientras que los monárquicos de ambas ramas no pasaron de 36, incluyendo el del falangista José Antonio.

    Así pues, el levantamiento militar de julio del 36 no puede verse como la culminación de una larga y sorda subversión antirrepublicana empezada con el mismo nacimiento del régimen, sino como una rebelión in extremis ante una situación juzgada insostenible. Que fue esto último lo indican dos cosas: primera, que , al revés que en octubre de l934, cuando un golpe así tenía casi la garantía de imponerse, en 1936 la mayoría de los factores estaba en contra: el poder en manos de la izquierda y el ejército más dividido que nunca; fue, por tanto, un movimiento, si no a la desesperada, sí con probabilidades de fracasar. Segunda, que, por primera vez, la conspiración implicó de manera directa o indirecta a los principales partidos de la derecha, incluida la CEDA; a diferencia del golpe de Sanjurjo, la sublevación militar fue asumida rápidamente como propia por buena parte de la población. Por consiguiente, hay que buscar las causas de esta sublevación, no en la República misma, como sostiene el esquema que estamos analizando, sino en los sucesos posteriores al triunfo del Frente Popular, en febrero del 36.

    ¿Justificaban tales sucesos una rebelión armada? Para los rebeldes sí, pero debemos buscar un criterio menos partidista. En su momento, algunos de los sublevados argumentaron que los comunistas tenían preparado un golpe para fechas próximas y que, por lo tanto, los militares no habían hecho otra cosa que adelantárseles. Copias de los planes comunistas circularon por entonces ampliamente. Hoy sabemos que se trata de una falsificación. Pero el punto principal no está en aquellos planes ficticios, sino en la situación de conjunto y en los proyectos generales de las izquierdas, que examinaremos.

    Hay pocas dudas de que la situación era caótica, como reconocen el socialista Prieto, el republicano Martínez Barrio y otros. Los datos disponibles, expuestos en las Cortes por Gil-Robles y Calvo-Sotelo, sin que nadie los contradijese, contabilizaban una serie interminable y creciente de asesinatos, incendios de iglesias, asaltos a locales políticos y periódicos, y a domicilios particulares, huelgas violentas, etc. Y los disturbios y atentados no daban señales de remitir, sino que iban en aumento, hasta culminar en el asesinato del jefe de la oposición, Calvo Sotelo, por fuerza pública y elementos socialistas.

    Con respecto a estas convulsiones, que evidentemente nadie niega, cabe una interpretación también muy circulada: la de que eran los propios conservadores quienes, por lo bajo, fomentaban los desórdenes con el fin de crear la situación propicia para el golpe. Prueba de ello serían los atentados realizados por la Falange. Esta tesis, sin embargo, es difícil de sostener. Diversos autores dan a entender que la Falange inició los asesinatos, pero sabemos que no fue así. Al ganar las elecciones el Frente Popular, Primo de Rivera ordenó a los suyos mantenerse en actitud calmada y discreta. Pero, al igual que había ocurrido en 1934, varios falangistas fueron asesinados, y de ahí vinieron los contraataques. Por otra parte, la inmensa mayoría de los incendios y asaltos a periódicos y locales políticos tenía como objetivo los de signo conservador.

    Fueron Gil-Robles y Calvo-Sotelo quienes insistentemente propusieron en las Cortes que el gobierno reprimiese la oleada de crímenes. ¿Cómo iban a pedir eso si fueran ellos quienes la promovían? Y un dato probatorio de que las izquierdas conocían el origen de los desmanes, aunque pretendiesen a veces lo contrario, es la respuesta del Frente Popular a dichas peticiones: rechazarlas, con amenazas públicas a sus promotores, incluidas amenazas de muerte. Si los desmanes proviniesen de la derecha, indudablemente el gobierno los habría reprimido, y así lo hacía con la Falange, a la que persiguió con dureza que incluso vulneraba la legalidad. No perseguía, en cambio, a los grupos revolucionarios, evidentes autores de la gran mayoría de los atentados.

    Ya el 1 de mayo, Prieto había clamado, en su célebre discurso de Cuenca, por lo demás extremadamente demagógico: «¡Basta ya! Basta, basta. La convulsión de una revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un país; lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta un país es el desgaste de su poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir espíritus simples que este desasosiego, esta zozobra, esta intranquilidad la padecen sólo las clases dominantes. Eso, a mi juicio, constituye un error». Estas palabras encierran un reconocimiento cabal de lo insostenible de aquella situación, y de su origen izquierdista. La exhortación de Prieto no fue atendida por los suyos.

    Parece, pues, claro que la derecha no realizó o provocó el desorden caótico de aquellos meses con el fin de justificar el golpe de Estado, sino que, por el contrario, hizo reiterados intentos de que el propio gobierno izquierdista le pusiera coto. Y que fue el fracaso de esos intentos el que terminó por convencer a muchas personas, incluso a la mayoría de los más pacíficos y legalistas dirigentes de la CEDA, de que, antes de ser completamente aplastados era preferible sublevarse, aunque fuera en condiciones muy azarosas. A partir de ahí, por el apasionamiento de la lucha, la crisis mundial que por entonces sufría el liberalismo, y el influjo de los totalitarismos y autoritarismos europeos, la revuelta conservadora cobró algunos rasgos más o menos fascistas, sin serlo nunca realmente al estilo alemán o italiano. Pero eso ocurrió muy a última hora, y como reacción contra los avances revolucionarios, que ya nadie esperaba poder frenar mediante la democracia liberal.


    IV. LA INTERPRETACION REVOLUCIONARIA


    Y con esto encontramos la segunda teoría sobre las causas de la guerra: si no existió en aquellos años un peligro fascista, ¿existió, al menos en 1936, un peligro revolucionario? E. Malefakis ha escrito: «No había en la España de 1936 revolución social alguna ni inminente ni inevitable. Prevalecía, sin duda, un espíritu revolucionario, pero de haber querido imponerse por su propia fuerza, habría sido aplastado por el Gobierno republicano de clase media exactamente igual que había acabado con las revueltas obreras de 1933 y 1934. Era mucho más probable que Azaña reaccionara como un Ebert que como un Kerenski. Por una suprema ironía histórica, fue la misma insurrección militar lo que posibilitó la revolución social». Esta versión se ha extendido en los últimos años, pero creo que tiene poca consistencia y su especulación sobre la posible actitud de Azaña presta insuficiente atención a los hechos.


    V. ANALISIS


    En primer lugar, si, como señala Malefakis, prevalecía un espíritu revolucionario, la revolución estaba entonces en el orden del día, aunque es verdad que eso no la hacía inevitable. En segundo lugar, lo que la desató directamente no fue la rebelión militar, sino el reparto de armas a los sindicatos, realizada por Giral, hombre de confianza de Azaña y de acuerdo con éste. El reparto no era necesario, puesto que, como se vería enseguida, la mayor parte de los medios militares, de la aviación, la marina, casi la mitad de las tropas de tierra, casi toda la industria, las principales ciudades y comunicaciones y la práctica totalidad de recursos financieros quedaron en manos del gobierno. Para colmo, las tropas de Africa, única ventaja real de los sublevados, se hallaban aisladas en Marruecos, por lo que a la apabullante superioridad material del gobierno se unía una superioridad no menor de posición estratégica. En estas circunstancias, el reparto de armas constituyó precisamente una reacción a lo Kerenski, el político que abrió el paso a la revolución bolchevique, y no a lo Ebert, el socialdemócrata alemán que aplastó sin piedad las revueltas comunistas después de la primera guerra mundial.

    La actitud kerenskiana de Azaña y su gobierno venía ya por lo menos desde febrero, cuando ganaron las elecciones e inmediatamente se vieron desbordados por sus aliados revolucionarios. Estos impusieron, desde la calle, la suelta de presos y la invasión de fincas, y el gobierno no hizo más que legalizar, a rastras, esas medidas. Y cuando los disturbios y crímenes políticos subieron de tono, Azaña, y luego Casares Quiroga, se negaron a reprimirlos, como les pedía la derecha. Al contrario, los justificaban de diversos modos y contemporizaban con ellos. Ningún Ebert hubiera actuado así, quizá ni siquiera un Kerenski. Hay, además, otro dato en contra de la tesis de Malefakis, y es la extraordinaria rapidez y facilidad con que, una vez repartidas las armas, se vinieron abajo los restos de la legalidad republicana. Este hecho demuestra hasta qué punto estaba avanzado el proceso revolucionario ya antes de julio.

    En el Frente Popular, antes de la guerra, existían tres estrategias revolucionarias: la de los anarquistas, consistente en debilitar el sistema burgués de manera persistente y sin tregua, para aprovechar un momento favorable y destruirlo, como explica el dirigente ácrata García Oliver; el de los socialistas de Largo Caballero, que, como aclara el socialista Vidarte, actuaban de manera similar a los anarquistas, pero con el propósito de forzar una crisis que hiciera dimitir a los republicanos y les llevara a ellos al poder sin el riesgo de una insurrección como la del 34; y la de los comunistas, la más elaborada, expuesta abundantemente por su líder José Díaz. Esta consistía en presionar al gobierno republicano, desde la calle y desde las Cortes, para que destruyese, so pretexto de fascismo, a la CEDA y a toda la derecha, y depurase a fondo el ejército. Logrado eso, sería luego fácil dar cuenta del propio poder republicano. En la guerra estas tres estrategias se sucedieron una a la otra. El primer movimiento revolucionario, desde julio, tuvo un carácter marcadamente anarquista o anarquizante; a continuación dimitió el gobierno republicano, dando paso a Largo Caballero; y finalmente, los comunistas lograron la hegemonía, hasta el fin de la guerra.

    Todo indica que el elemento conservador del país se rebeló en 1936 contra una amenaza revolucionaria real y muy avanzada, y que su postura no puede equipararse a la de la izquierda en 1934, sublevada contra un peligro fascista que no existía y que ella sabía que no existía.

    La República, por estas razones, se hundió en julio, y no debe despistar el hecho de que, por motivos propagandísticos y de apoyo internacional, el Frente Popular siguiera presentándose como continuador del régimen fenecido. Santos Juliá da esta interpretación: «No es que la República fuera liquidada, sino que el Gobierno carecía de los recursos necesarios para imponer su poder (...). Sólo lentamente, y tras levantar de la nada un ejército en toda regla, pudo el Estado republicano recomponerse». El aserto se apoya en ficciones. El ejército del Frente Popular fue abiertamente político, y sin nada o casi nada en común con el diseñado por Azaña al comenzar la República. Y suena verdaderamente extraño pretender que el Régimen hundido en julio fuera recompuesto en septiembre o en noviembre gracias a los esfuerzos de anarquistas -inconciliables con la República, a la que asestaron durísimos golpes desde su implantación-, de los socialistas -que hicieron otro tanto, y con mayor gravedad, desde 1934-, o de los comunistas, peones del totalitarismo staliniano, como ha quedado probado desde la derecha y desde la izquierda; sin olvidar a la Esquerra catalana, coautora del golpe revolucioinario de 1934 o al propio Azaña, que en 1933 intentó oponerse al veredicto de las urnas con un golpe de Estado. Esto desafía a la lógica y a la inteligencia. Juliá tiene derecho a presentar a esas fuerzas como ardientes paladines de la democracia y de la república, pero tiene menos derecho a esperar que se le tome en serio. No, la república acabó de morir en julio de 1936, en los dos bandos, y ya no resucitó.

    Veamos ahora otro punto: la presión revolucionaria ¿se condensó de súbito en 1936, o venía de antes? En realidad, ya en octubre de 1934 había estallado un movimiento revolucionario con el objetivo explícito de organizar una guerra civil, destruir la República e imponer la dictadura del proletariado. Esa intentona fue la mejor armada y organizada, y la más sangrienta ocurrida en Europa desde la revolución rusa, y alimentó un comprensible nerviosismo en las fuerzas conservadoras, tanto más cuanto que después de ser derrotada, la agitación revolucionaria no cesó, y las organizaciones subversivas se desarrollaron todavía más que antes. Por ello puede afirmarse que en octubre de 1934 empezó, literalmente, la guerra civil, por iniciativa de los nacionalistas catalanes de izquierda y el PSOE. Queda así contestada la pregunta de Joan Sales con que iniciamos este estudio.

    Otro fenómeno clave fue que entre octubre del 34 y febrero del 36 el ambiente popular cambió, en gran medida, a causa de la campaña sobre la represión de Asturias, alimentada con enormes exageraciones y abiertas falsedades. En 1934, la gente había hecho fracasar la insurrección al desoír los llamamientos socialistas y de la Esquerra, porque no había un clima de enfrentamiento lo bastante generalizado. En 1936 el odio se había extendido mucho.

    La insurrección de 1934 culminaba, a su vez, un proceso revolucionario comenzado con los grandes incendios de mayo de 1931 y los atentados anarquistas contra obreros desafectos, atentados consentidos por los nacionalistas catalanes. Casi desde el primer momento se produjo en la República una subversión sistemática por parte de los anarquistas, con varias insurrecciones sangrientas. En el primer bienio, Azaña, respaldado por el PSOE, respondió a esa subversión no al estilo de Kerenski, sino de Ebert, es decir, mediante una represión muy dura. No obstante, la matanza de anarquistas y campesinos por la fuerza públicas en Casas Viejas sumió al gobierno en una crisis que llevaría a perder el poder meses más tarde. Por lo tanto, no fueron las derechas las que acosaron y debilitaron a Azaña en el primer bienio, sino los anarquistas.

    La subversión empeoró, hasta hacerse demoledora, desde mediados de 1933, cuando los líderes del PSOE, a excepción de Besteiro, optaron por la revolución. Entonces Azaña ya nunca más fue un Ebert, sino un perfecto Kerenski, por seguir con el tópico que atribuye a éste, no sé si con plena justicia, haber favorecido la revolución bolchevique. En noviembre de 1933, al ganar el centro derecha las elecciones, por gran mayoría, Azaña mismo tomó una postura subversiva al proponer un golpe de Estado que impidiera cumplir la decisión ciudadana. Volvió a intentar un golpe en el verano del 34, y su partido adoptó ante la insurrección de octubre una actitud más que equívoca, favorable a los sublevados. Derrotada la insurrección, los republicanos de izquierda, con el fin de recuperar el poder, trataron de resucitar su alianza con un PSOE que ya no era el del primer bienio, participaron en la campaña sobre la represión de Asturias y justificaron la pasada rebelión contra la legalidad republicana. Elaboraron, finalmente, el programa de Frente Popular, que a menudo es presentado como moderado, pero que no lo fue, ya que proponía la revancha de los golpistas de la revolución de octubre, con amnistía para ellos y procesamiento de quienes habían defendido la legalidad, y una llamada «republicanización de las instituciones», destinada a romper la independencia de los poderes del Estado e impedir así, definitivamente, la vuelta de la derecha al poder. El resultado, de haberse cumplido el programa, habría sido un régimen al estilo del PRI mejicano, con la oposición limitada a un papel testimonial y justificador de una democracia ilusoria.

    En los últimos años ha sido tan ensalzado Azaña como supuesto liberal y demócrata, que estas cosas sorprenderán a muchos. Pero la posición de Azaña, extensible a Companys y a las izquierdas republicanas en general, se inscribe en la tradición del liberalismo jacobino, muy distinto del liberalismo moderado o conservador. El siglo XIX fue, una vez descartados los carlistas al perder la guerra, el siglo de la querella entre los liberales moderados y los jacobinos (exaltados, luego llamados progresistas y derivados en republicanos). Los períodos de mayor influencia jacobina, como el trienio liberal, la época de Mendizábal y la de Espartero, el sexenio posterior a la expulsión de Isabel II, y algún otro, resultaron convulsos, violentos y muy poco productivos. La experiencia culminó en la I República, que estuvo a punto de acabar con la existencia de España como nación. Los períodos de liberalismo conservador, como el de Narváez y, sobre todo, la Restauración, fueron mucho más estables, y permitieron un progreso mucho mayor en todos los órdenes. Al margen de las buenas intenciones que invocara la tradición jacobina, en España ha fomentado la división y la violencia, y sistematizado la intervención del ejército en la política. Uno de sus legados característicos fue, contra lo que algunos creen, el pronunciamiento militar. Bajo la Restauración, los jacobinos intentaron nuevos pronunciamientos y no vacilaron en aliarse con el terrorismo ácrata y con el marxismo socialista, para derrocar aquel régimen liberal. Por las razones que sean, el jacobinismo español ha sido un movimiento de planfleto, proclama y pólvora, que no ha producido una sola obra de pensamiento político de alguna envergadura.

    La II República, iniciada con un pronunciamiento fallido, adoptó muy pronto, en rigor desde los incendios de iglesias y bienes culturales, un tono jacobino, bien representado en Azaña, cuyas ideas y las de las izquierdas republicanas no pueden considerarse democráticas en el sentido corriente. Ellos consideraban la República un régimen de su propiedad, no una democracia normal, con alternancia en el poder. Como decía Azaña en frase expresiva, la República era para todos los españoles, pero sólo debía ser gobernada por los republicanos. No aceptó la victoria electoral de sus adversarios en 1933, lo que hizo de los partidos jacobinos un factor revolucionario más, pese a que, contradictoriamente, se proclamaban parlamentarios y burgueses. Sin tener esto en cuenta no se podrá entender nada de lo ocurrido aquellos años.

    En conclusión, es razonable sostener que existió una presión revolucionaria muy fuerte y violenta desde el comienzo de la República, por parte de distintos y poderosos partidos de masas y de las propias izquierdas republicanas. Esa presión no fue, por tanto, un pretexto urdido por las fuerzas conservadoras para justificar su propia subversión.


    VI. LA TEORIA DE LA OLIGARQUIA


    Trataré ahora la teoría del peligro fascista, según la cual los conservadores representaban los privilegios de una oligarquía, mientras que las izquierdas defendían al pueblo trabajador. Desde luego, la propaganda izquierdista sacralizaba al pueblo, o a la clase obrera, y varios de esos partidos se proclamaban representantes de ambos, aunque les votara sólo una fracción de los supuestos representados. Además, la literatura de esos partidos ha puesto enorme empeño en denunciar las injusticias y miserias que sufrían los trabajadores, y que ciertamente sufrían, como ocurría en casi todo el mundo con la crisis económica de la época.


    VII. ANALISIS


    Sin embargo, este tipo de denuncias en boca de los políticos no siempre es veraz, y se convierte en simple demagogia si no va acompañado de propuestas razonables para solucionar los males denunciados. Porque puede ocurrir, y ocurre muy a menudo, que los remedios propuestos sean peores que la enfermedad. Esta contradición y demagogia quedan inmejorablemente expresadas en unas frases de dos estudiosos, Villarroya y Solé, autores, junto con otros, de un libro, Víctimas de la guerra, elaborado con criterios de propaganda y no de historiografía. Los autores mencionados, al tratar los crímenes de la guerra, afirman en otra obra: «La represión ejercida por jornaleros y campesinos, por trabajadores y obreros y también por la aplicación de la ley entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que indudablemente se cometían, pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y más justa. La represión de los sublevados y de sus seguidores era para defender una sociedad de privilegios.»

    Desde luego, dichos autores tienen derecho a identificarse, si quieren, con la minoría de asesinos ultrapolitizados que aprovecharon el hundimiento de la ley para asesinar y robar a mansalva. Pero no tienen el más mínimo derecho a identificar con aquellos asesinos a los trabajadores y al pueblo en general. Y mucho menos a pregonar que con tales métodos defendían una sociedad libre y justa. No sólo porque resulta absolutamente miserable defender tal cosa, sino porque, en los países donde triunfaron ideas como las de los revolucionarios españoles de la época, no advino nada parecido a una sociedad libre y justa, sino un régimen policíaco en que el pueblo perdió todas sus libertades y derechos, y fue sometido férreamente al dictado de una casta burocrática. Esto, después de la caída del emblemático muro de Berlín, debería estar claro para todo el mundo, pero al parecer algunos siguen añorando tales paraísos, y opinan que el crimen es una buena vía para alcanzarlos. Siento expresarme con dureza, pero esas falacias se me hacen insoportables porque no dejan de confundir a algunos.

    En un terreno menos dramático, hay que decir que la República empezó por elevar los salarios, sobre todo en el campo, pero también es cierto que, por desatender la productividad y crear inseguridad general, produjo un aumento del paro y una parálisis de la iniciativa privada. De hecho, la miseria aumentó, y esto lo revela bastante bien la cifra oficial de muertos por hambre, que subió rápidamente hasta 260 en 1933, cifra que volvía a las de principios de siglo. Precisamente en el llamado «bienio negro», los muertos por esa causa comenzaron a descender, indicio, junto con otros, de que las condiciones de vida de la población mejoraron, siquiera fuese ligeramente. También es verdad que la República llevó a la práctica la reforma agraria, de la que se venía hablando desde tiempo atrás, pero lo hizo con reconocida torpeza y demagogia, sin solucionar nada y fomentando unas tensiones extremas en el campo. Y así podría-mos seguir con muchas otras medidas. Las denuncias sobre la situación de los jornaleros y campesinos pobres son bien expresivas, y demostrativas de la baja calidad moral y empresarial de las clases pudientes; pero el remedio propuesto entonces, con seguridades de mejorar drásticamente y de la noche a la mañana las condiciones de vida, fue una mezcla explosiva de oportunismo e ignorancia.

    Tampoco resulta admisible la idea de que los millones de personas de ideas conservadoras se identificaban con la dichosa oligarquía. La inmensa mayoría de ellas eran de condición modesta, incluyendo un número importante de obreros, aunque en el medio obrero se centraba con especial ahínco la propaganda revolucionaria, y lógicamente conseguía más prosélitos. Los conservadores, en general, no defendían los intereses de los grandes capitalistas, sino la religión, la propiedad privada, la familia y el Estado, precisamente las instituciones que querían abolir los revolucionarios. Para éstos, todas ellas constituían formas burguesas de dominación, que mantendrían al hombre alienado y explotado, sometido a mil males. Abolirlas permitiría formar al «hombre nuevo», desalienado y emancipado de las viejas taras. Los conservadores, en cambio, veían en el Estado un instrumento necesario y perfectible de ordenación colectiva, capaz de dar salida no violenta a los conflictos propios de cualquier sociedad humana, y no un simple aparato de dominación de una clase social; consideraban a la familia como el núcleo básico de la sociabilidad, transmisora de una moral que, bajo formas variables, encerraría una ley fundamental, y no como un medio de dominación sexual y transmisión de ideología; encontraban en la propiedad privada la base de la economía, y en su eliminación una vía segura hacia la barbarie y la misera; entendían la religión, no como una fantasmagoría nacida de la ignorancia y el miedo, «opio del pueblo» para enturbiar la conciencia de las masas con una moral servil, sino como expresión de una verdad esencial. Para ellos, la impotencia humana ante el mundo y el tiempo sería, no una situación históricamente superable por la ciencia, sino una manifestación de la propia condición humana, a la que la religión aportaría un sentido y un consuelo veraz, no ilusorio.


    CONCLUSION


    No vamos a decidir aquí quién tenía razón en estas apreciaciones, si los revolucionarios o los conservadores. Lo que sí cabe ya establecer con pocas dudas es que fueron los revolucionarios los que, en nombre de sus ideas, empujaron a la República hacia la guerra civil, mientras que los conservadores mantuvieron mayoritariamente una actitud moderada y proclive a la convivencia con las izquierdas, hasta que la amenaza que sentían por parte de éstas se les hizo cuestión de vida o muerte.

    Hoy en día a casi toda la gente le horroriza la guerra civil, pero en aquel tiempo buena parte de la izquierda la consideraba algo necesario y útil y, al emprenderse las hostilidades, también muchos conservadores le cantaron alabanzas como una empresa purificadora e inevitable. También fuera de España, desde Estados Unidos a Rusia, ha tenido la guerra civil sus entusiastas.

    Actualmente existe una tendencia a despreciar a las generaciones que hicieron la guerra, por fanáticas, sectarias u obcecadas. Es una necedad. Nosotros no podemos juzgarlas, desde el momento en que no tenemos que soportar las enormes tensiones psicológicas, ideológicas y económicas que ellos sufrieron. Además, la tranquilidad y el bienestar considerables que hoy disfrutamos son bienes que hemos recibido sin especial mérito nuestro. La mayor parte del mérito corresponde, precisamente, al esfuerzo y al sacrificio de los españoles de aquella época, con todos sus errores y sus pasiones, en un bando y en el otro, y lo mejor que podemos hacer es no echar a perder su legado. Si no queremos vernos sometidos a una situación parecida a la de ellos, nos conviene, entre otras cosas, tratar la Historia como Historia, buscando comprenderla y acercarnos lo más posible a la verdad, pero sin usar el pasado como arma arrojadiza o para envenenar la aceptable convivencia cívica que hoy tenemos. Debiera ser innecesario decirlo, pero por desgracia no lo es." (LPM)

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    "DOS INTENTOS GOLPISTAS DE AZAÑA
    Azaña intentó un primer golpe de Estado cuando la izquierda perdió las elecciones, en noviembre de 1933. Entonces presionó al jefe de Gobierno, Martínez Barrio, y al presidente de la República, Alcalá-Zamora, para que no convocaran las Cortes resultantes de los comicios, burlando así la decisión ciudadana, y en cambio formasen un gobierno izquierdista que organizara nuevas y más convenientes elecciones. El presidente recuerda en sus Memorias que «Azaña, Casares y Marcelino Domingo dirigieron a Martínez Barrio una carta de tenaz y fuerte apremio (...) en la que el llamamiento tácito a la solidaridad masónica se transparentaba clarísimo, a pesar de lo cual, en aquella ocasión, Martínez Barrio no cedió, cumpliendo su deber oficial, quizá no con agrado, pero sí con firmeza, al ver también la de mi actitud». Martínez Barrio también da cuenta en sus Memorias de esta y otras maniobras.

    El episodio es bien conocido, aunque a menudo olvidado o minimizado. Santos Juliá, por ejemplo, descarta el intento del golpe: «Claro está (...) no suelen proponerse golpes de Estado por carta». El comentario es frívolo, y además no sólo hubo la carta, sino también reuniones y todos los medios entonces al alcance de Azaña. De haber cedido Alcalá-Zamora, la república, o al menos la democracia, se habría venido abajo en aquel momento, acarreando probablemente la guerra civil. ¡Qué diría Juliá si la intriga hubiera partido de la derecha!

    Pero existe otra intentona golpista de Azaña, generalmente desconocida, que tuvo lugar hacia junio-julio de 1934. Por entonces se produjo una gravísima crisis por un conflicto de competencias entre el Gobierno y la Generalidad, a causa de la ley catalana de contratos de cultivo. La Esquerra, que dominaba la Generalidad, colocó a ésta en abierta rebeldía frente a las instituciones republicanas, mientras Companys hacía llamamientos apenas disimulados a la violencia y, para preparar la rebelión armada, constituía un comité encabezado por Dencás, jefe de Estat Catalá, sector separatista de la Esquerra. Prieto anunció en el Congreso: «este conflicto va a adquirir proporciones (...) gigantescas», y Azaña se refirió a «la inmensa desdicha que se avecina sobre España»; pese a lo cual ambos expresaron su completo apoyo a la Esquerra.

    Azaña envió por esos días a Cataluña a Carlos Esplá, hombre de su confianza, a fin de tranquilizar a la Esquerra, según afirma en su libro Mi rebelión en Barcelona. Pero las declaraciones del propio Azaña en Madrid eran todo menos tranquilizadoras. El 1 de julio declaró en el cine Pardiñas, lugar de tantos discursos de la época: «Vamos a colocarnos en la misma situación de ánimo en que estábamos frente al régimen español en 1930», es decir, en situación de rebeldía. Y para aclararlo, aludió al fracasado golpe militar con que intentó imponerse la República aquel año: «Unas gotas de sangre generosa regaron el suelo de la República, y la República fructificó». Esto sonaba a preanuncio de sublevación.

    Dencás desmiente la versión azañista sobre el cometido de Esplá: éste habría ido a Barcelona a «ayudarnos a preparar la revuelta», asistiendo a las reuniones del comité creado por la Esquerra, con participación de varios militares, entre los que menciona a Pérez Farrás. Pero, además de éste figuraban en dicho comité los comandantes Jesús Pérez Salas y Arturo Menéndez, que habían de permanecer al lado de Dencás, como asesores, la noche fatídica del 6 al 7 de octubre, cuando estalló la revuelta. Tanto Pérez Salas como Menéndez eran de los (escasos) militares de confianza de Azaña, y el segundo había sido director general de Seguridad cuando la matanza de Casas Viejas.

    Pues bien, Pérez Salas explica en su libro Guerra en España, que por entonces Azaña preparaba un golpe de Estado que se iniciaría en Barcelona: «Se daría a conocer al pueblo el nuevo Gobierno formado. Simultáneamente, en Madrid y en el resto de España habría de estallar una huelga general, como adhesión al nuevo Gobierno». Sin embargo, el proyecto no cuajaría: «no existió completo acuerdo entre los partidos ni entre las personas que habían de formar ese Gobierno, por lo que Azaña desistió de su propósito».

    ¿Qué hay de realidad en todo ello? Azaña refiere vagamente en el Cuaderno de La Pobleta que el 14 de junio (debió de ser julio) había hablado, en vano, con hombres del Partido socialista y de la Esquerra para buscar la unidad y el «acuerdo sobre un fin común», que no especifica, pero que él presenta como un fin político no subversivo. Sin embargo, existe un documento mucho más explícito: el acta de una reunión conjunta de las ejecutivas del PSOE y la UGT, el 2 de julio, para tratar la dimisión de
    Alcalá-Zamora, que se daba por inminente, y responder a la pregunta de Azaña, transmitida por Prieto, sobre qué harían en tal caso los socialistas. (En Fundación Pablo Iglesias, AFLC XXII, p. 88 a 91).

    Conviene recordar que, por aquellas semanas, Azaña, Martínez Barrio y otros, acosaban a Alcalá-Zamora para que derribase al gobierno centrista legal, presidido por Samper, y lo sustituyese por uno de izquierda, como medio para cortar la rebeldía esquerrista. El presidente de la República, desesperado, consignó en sus diarios: «Apena presenciar todo esto y seguir rodeado de gentes que constituyen un manicomio (...) porque entre su ceguera y la carencia de escrúpulos sobre los medios para mandar, están en la zona mixta de la locura y la delincuencia. La amargura que producen estas gentes impulsa a marcharse y dejarlos».

    Ante la eventualidad de la dimisión, las ejecutivas del PSOE y UGT acordaron lanzar «con todas sus consecuencias» la revuelta para la que se venían armando desde principios de año, y que planteaban abiertamente como una guerra civil; y contestar a Azaña que ellos lucharían por sus objetivos (la dictadura proletaria), sin supeditarse a las izquierdas «burguesas». Para comunicar el acuerdo, una comisión socialista del máximo nivel, compuesta por Largo Caballero, De Francisco y Lois, se entrevistó con los representantes de las izquierdas republicanas Marcelino Domingo, Salmerón y Azaña, y «por cierto -comenta Largo- que a éste no le agradó nada la contestación. Preguntó que si se constituía un gobierno republicano, cuál sería la conducta del Partido socialista; se le contestó que dependería de la conducta que observase el gobierno que se constituyera. A esta entrevista compareció también, de forma inesperada, el señor Lluí» (Lluhí, de la Esquerra), para advertir a Largo y sus compañeros que la Generalidad no apoyaría un gobierno exclusivamente del PSOE. La presencia sorpresiva de Lluhí fue interpretada por los socialistas como una inadmisible encerrona, para inducirles a aceptar el gobierno -ilegal- que preparaban las izquierdas «burguesas».

    Esta fue la reunión a la que alude Azaña en su Cuaderno de La Pobleta. Planeaba, pues, su propio golpe, como informa Pérez Salas, golpe que abortó ante la postura socialista. Ni la dictadura del PSOE ni la república federal que patrocinaba la Esquerra le hacían gracia, y esa tuvo que ser la causa de que probablemente ese mismo mes de julio, renunciara a sus proyectos. De ellos no deja la menor huella en Mi rebelión... ni en el Cuaderno pero los testimonios citados y la actitud de Azaña en aquellos días coinciden, y esclarecen, a mi juicio, las líneas generales de lo ocurrido.

    El presidente de la república no llegó a dimitir, y el instante crítico pasó sin que casi nadie llegara a enterarse de cuán al borde del abismo había estado el régimen. No obstante, los aprestos bélicos de la Esquerra y el Partido Socialista prosiguieron, hasta desembocar en la insurrección de octubre de aquel año, lanzada con el pretexto de la entrada -plenamente legal- de tres ministros moderados de la CEDA en el Gobierno.

    La conducta real de Azaña difiere a menudo de la que expone en sus escritos. El 6 de junio de 1933, por ejemplo, anota en sus Diarios: «Los radicales, y otros, han cometido la imprudencia de apelar a la intervención presidencial cuando no podían vencernos en las Cortes. El hecho es disparatado, y nunca se me ocurriría imitarlo, desde la oposición, contra un gobierno de derechas. Eso es apelar al Presidente contra el Parlamento (...) Más vale un régimen parlamentario auténtico, con todos sus inconvenientes, que un régimen parlamentario falsificado o corrompido». En cuanto perdió las elecciones, Azaña presionó sin tregua al presidente contra las Cortes, y lo hizo de forma mucho más dura y peligrosa que los radicales. Otro ejemplo revelador está en su anotación del 4 de diciembre de 1931 sobre «una proposición que ha presentado Santa Cruz, por indicación mía, pidiendo que las Cortes declaren que la disolución de las Cortes Constituyentes no se computará en las dos disoluciones que el Presidente de la República puede hacer con arreglo a la Constitución». En 1936, vuelto al poder, una de sus principales medidas fue destituir a Alcalá-Zamora, computando la disolución de las Constituyentes entre las dos a que tenía derecho el presidente."

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    EL ASESINATO DE CALVO SOTELO POR POLICIAS SOCIALISTAS

    La noche del 12 al 13 de julio de 1936, un grupo de policías socialistas y masones irrumpió en la casa del diputado monárquico José Calvo Sotelo y, pese a su inmunidad, se lo llevó detenido. Unos minutos después, como si fuesen etarras, le pegaron dos tiros en la nuca. El 17 de julio el Ejército de África comenzó la rebelión contra el Gobierno del Frente Popular.

    Entre los acontecimientos vinculados con la Segunda República y la guerra del 36 que Rodríguez se empeña en recordar y en colocar como pilares de su Gobierno progresista, faltan el secuestro y el asesinato del diputado monárquico José Calvo Sotelo por policías que se comportaron como un grupo terrorista a las órdenes del Gobierno del Frente Popular.

    Después de varias amenazas a su vida pronunciadas en las Cortes por el presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, amigo y correligionario de Manuel Azaña, la diputada comunista La Pasionaria y el diputado socialista Ángel Galarza, a Calvo Sotelo le tocó ser el primero en sufrir la suerte de miles de españoles paseados.

    A lo largo de 1936, el Frente Popular tomó las calles a tiro limpio; los falangistas y carlistas trataron de responder, de modo que varias ciudades españolas se convirtieron en campo de batalla. En estos tiroteos y atentados, el 12 de julio murió el teniente José del Castillo, de la Guardia de Asalto, que instruía en métodos paramilitares a las milicias socialistas y había participado en la Revolución de Octubre de 1934. Sus camaradas exigieron venganza al Gobierno y también se la tomaron por su mano.

    COMO LA ETA

    Entonces esa noche, en el cuartel de Pontejos, en la Puerta del Sol, se prepararon varios comandos terrorista formados por guardias de asalto y civiles, policías de paisano y milicianos socialistas y comunistas. Uno de ellos, lo dirigía el capitán de la Guardia Civil Fernando Condes, instructor de la de la escolta de Indalecio Prieto, llamada ‘La Motorizada’. Este comando fue primero a por José María Gil-Robles, quien salvó su vida por no estar en su casa, ya que temía un atentado. Entonces, los terroristas se dirigieron al domicilio de Calvo Sotelo, en la calle Velásquez, despacharon a la escolta y obligaron al diputado a subir a la camioneta con falsas excusas.

    Con la furgoneta en movimiento, uno de los militantes del PSOE que constituía el comando terrorista, Luis Cuenca, le disparó dos balazos en la nuca, al estilo etarra.

    Los terroristas abandonaron el cuerpo en el Cementerio de La Almudena. El Gobierno del Frente Popular censuró la información del asesinato: prohibió el uso de la palabra “asesinato” en los titulares. Otras medidas gubernamentales fueron la detención de falangistas y monárquicos y la obstrucción del sumario sobre el asesinato, que ‘desapareció’ en la guerra. “Prieto en persona escudó a los asesinos” (Stanley Payne, ‘El colapso de la República’, pág. 492).

    Y unas líneas rescatadas de José Antonio Cepeda sobre la "libertad" de prensa en el período republicano y sus consecuencias:

    "EN LA II REPÚBLICA NO HUBO LIBERTAD DE PRENSA.
    La mentira más mendaz resuena en la boca o en la pluma de individuos que pretenden, sin más, contar la historia a su gusto. De ahí que se escriba, en libros y publicaciones periódicas de carácter nacional, que el Alzamiento del 18 de julio, valga el ejemplo, fue un atentado contra la legalidad de la República. Pero, ¿esta era legal el día en que millares y millares de españoles, encuadrados en un Ejército reducido, decidieron acabar con el caos imperante? La II República había ido perdiendo legitimidad desde mayo de 1931, al permitir el Gobierno la quema de conventos, iglesias y centros de enseñanza de religiosos. ¿Hay alguien que pueda negar la dejación de poder de los hombres que decían encarnar al Estado?

    Los gobernantes republicanos pasaron desde la dejación de poder hasta una política agresiva en extremo. La Constitución advertía que, salvo decisión judicial debidamente justificada, nadie podía impedir la libertad de expresión en medios de comunicación. Pero de inmediato, el hombre más nefasto, resentido y frívolo del gobierno, logra la aprobación de la llamada Ley de Defensa de la República. Y, con ella en la mano, el Ministro de la Gobernación conculca abiertamente la Constitución. Bajo el pretexto de que este o aquel periódico afectaban a la seguridad de la República, el ministro aludido o el mismo presidente del Gobierno, Manuel Azaña, ahora tan admirado de repente por ciertos políticos clausuraron periódicos de la manera más arbitraria. El primero que fue cerrado, ABC, a partir de mayo de 1931, sufrió esta pena durante tres meses, produciéndose grandes perjuicios económicos a la empresa. «El Debate» estuvo menos tiempo cerrado, pero también experimentó sensibles pérdidas. Pretexto para tales medidas: su responsabilidad en los sucesos de mayo. La prensa de las izquierdas, fiel al gobierno, llegó a asegurar que los incendios de iglesias habían sido obra de las derechas. La mentira constituía el arma preferida de Azaña y las logias españolas que secundaban las consignas de las británicas y francesas.

    La suspensión de publicaciones de carácter derechista o, simplemente, críticas con la política del gobierno, alcanzó al País Vasco y a Navarra. Azaña y sus colaboradores actuaban con una gran carencia de sentido liberal y democrático.

    Con motivo de la asonada de agosto de 1932, a cargo de Sanjurjo, Azaña cierra, de un plumazo, más de cien periódicos. Les acusa de haber alentado la sublevación. Otra mentira. Ninguno de los periódicos suspendidos, entre ellos ABC, habían publicado nada que hiciese sospechar que incitaban a la rebeldía. Azaña, en tono jactancioso, mientras se dispone a reprimir masivamente la libertad de expresión, le dice al Director General de Seguridad: «Tráigame muchas gorras de plato agujereadas». Y encarcela, sin intervención judicial alguna, a un elevado número de monárquicos que ni habían conspirado ni sabían nada de lo que iba a suceder. Y, vengativo y rencoroso, expropia tierras y no precisamente solares baldios, sino fincas puestas en alta producción por sus propietarios. Se trata de perseguir a toda persona que no sea republicana lo cual entraña un gravísimo pecado, según el psicópata Azaña.

    El destacado historiador Ricardo de la Cierva escribe, en el volumen El mito Azaña, de su serie de episodios históricos de España, que «la Ley confirma la expropiación sin indemnización de todas las fincas pertenecientes a la "extinguida Grandeza de Expaña", porque la República se había empeñado en que la alta nobleza estaba implicada, en bloque, en el pronunciamiento del 10 de agosto, lo cual era completamente falso y nunca se pudo demostrar».

    Este era el Azaña, en compañía del pequeño miserable Casares Quiroga, que hablaba en el Congreso de libertad y democracia como supuestos símbolos de la II República. Enorme mentira. Como lo fue, también, en amañada y vergonzosa sesión parlamentaria, la destitución de Alcalá-Zamora. Se amordazaba a la opinión expresada en los diarios y revistas que consideraba enemigos suyos. Aquel cobarde -lo decían Miguel Maura, Indalecio Prieto o el mismo Salvador Madariaga- se encontraba en estado de delirante soberbia. El singular periodista y escritor Manuel Bueno, asesinado en la zona roja, advertía en ABC el 20 de octubre 1934: «El señor Azaña empezó a sentir ese mareo especial que se apoderaba del hombre al contacto del primer éxito, sea en amor, en política o en arte. Los espíritus fuertes se sobreponen facilmente a los efectos de ese fenómeno y recobran, con la lucidez crítica, la visión exacta de las cosas. Los soberbios se dejan vencer por él, se desolidarizan de todo lo que les rodea y se situan de un salto en la región de la infabilidad, que es el ambiente familiar de los dioses».

    Que Azaña se siente infalible, no hay duda. Y, por ello, cierra periódicos, ordena ocupar tierras sin indemnización, envía a la cárcel sin garan-tías legales a quien le place y, como existe una justicia inmanente, desde las elecciones de febrero de 1936, se convierte en un muñeco del extremismo más radical y asesino. El gran censor de España, medroso y resentido, sólo tiene fuerza para redactar sus diarios. Es incapaz de detener el incendio de la Patria y el torrente de sangre que se vierte a raudales. La guerra la había traído él, no Franco, como ha escrito un sedicente historiador y plagiario hace escasos días."

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  28. "Churchill versus II República Estalinista

    La izquierda española zapateril padece del síndrome agudo de «legitimismo democrático» y se arroga, de manera incomprensible, la patente de corso para adjudicar vitolas de democracia solamente a aquellos «homologados» por ellos. La derecha española, claro está, queda fuera de su órbita. La historia al revés.

    Estudiando los archivos contemporáneos no hay nada más alejado de la realidad histórica que este «legitimismo democrático» de una izquierda española y mundial que fue la paridora gestante de los tres monstruos totalitarios del siglo XX: del Socialismo real (o comunismo) de Lenin y Stalin, del Socialismo Fascista de Mussolini y del Nazionalsocialsimo de Hitler. Y sin olvidar el pedigrí, también cunero-socialista, de todos los fundadores de los partidos nazis y fascistas europeos: los socialistas franceses Doriot, Pierre Laval, y Drieu de la Rochelle, y el noruego Kisling... La genética socialista nunca fue democrática.

    En el glorioso año de la «Ley para la Mentira Histórica» zapateril abordar con rigurosidad la celebración de la ilegal proclamación de una ilegítima II República Española exige, por necesidad, acudir a los Archivos de Moscú y a los Archivos Secretos de los Aliados, recientemente desclasificados. Y es precisamente en la documentación de la Komitern comunista donde leemos que la II República Española, se planteó como un régimen de media España contra la otra media: un régimen de la izquierda stalinista, obedeciendo órdenes de Moscú contra la derecha española a la que había de exterminar:

    «Desde que Stalin decidió intervenir en España concentró en ella a todo un Estado Mayor capaz de actuar en múltiples ámbitos de forma coordinada (págs 381,382)...»Para llevar a cabo las operaciones de exterminio los chekistas tenían información de la policía. Organizaron prisiones ilegales y paralelas, llamadas «chekas» cuyo significado es la transposición del primer nombre de la policía política soviética: la cheka»... (pág 387)... «el recurso a la tortura era sistemático.. las ejecuciones sumarias eran también algo habitual. ¿Acaso la Pasionaria no había declarado en un mitin comunista en Valencia?: más vale condenar a cien inocentes que absolver a un solo culpable». (pág 387 «El Libro Negro del Comunismo» de Stéphane Courtois y otros. Harvard University Press. 1998)

    La II Republica Española fue el proyecto de Stalin para implantar en España una totalitaria dictadura comunista.

    Tan repugnante acción fue impedida por la inteligente intervención de los Aliados bajo el astuto liderazgo del Premier británico, Sir Winston Churchil que dio orden al Servicio Secreto británico de la British Embassy en Madrid de firmar un acuerdo con el General Franco por el cual, a cambio de su lealtad con los Aliados, recibiría su respaldo y su protección hasta morir en la cama, como así fue. Los papeles de este acuerdo han salido a la luz con la publicación, a los cincuenta años, de la documentación secreta de Churchill...

    Sir Winston Churchill, que era un aguilucho en esto del olfato, descubrió pronto las intenciones del genocida comunista Stalin de ocupar la España republicana para transformarla en una dictadura soviet. La II Republica Española había sido definida como tal ya desde su origen. En el título preliminar de la ley, por sugerencia del radical-socialista Valera, ya se la definía como «república de trabajadores» y no como república democrática.

    Como consta en el «Anuario Estadístico de 1931» la II República nació fuera de la democracia mediante la interpretación arbitraria de una elecciones municipales trucadas y falseadas. De las tres elecciones que se dieron durante el período republicano, solamente las de noviembre de 1933 pueden considerarse democráticas y fueron, precisamente, las que dieron el poder al centro-derecha después del tremendo fracaso del socialista Manuel Azaña durante su funesto «bienio». Las otras dos elecciones fueron fraudulentas y antidemocráticas: las de junio de 1931 estuvieron coaccionadas por el miedo. Las de febrero de 1936 no completaron la 2ª vuelta.

    Era una República antidemocrática porque los Artículos 26 y 27 de la Ley Constitucional Republicana, aprobados el 9 de diciembre de 1931 establecían las siguientes barbaridades:

    Le negaban a la Iglesia Católica la libertad de asociación, de enseñanza y de toda influencia social. La privaba de sus medios de vida y le negaba derechos y libertades elementales.
    Disolvía la Orden de los Jesuitas
    Suprimía las órdenes y congregaciones religiosas y se les prohibía adquirir bienes y ejercer la enseñanza.
    Las propiedades de la Iglesia fueron confiscadas
    Quedaba abolido el culto público y se secularizaban los cementerios de las diferentes confesiones
    Se imponía el control estatal sobre el proceso educativo, escuela unificada y laica.
    Patrocinaba las Brigadas Internacionales, que eran el ejército-soviet del genocida Stalin para implantar la dictadura del proletariado y el marxismo comunista.
    Fomentó las antidemocráticas notas del partido de Azaña —la Izquierda Republicana- cuando el 3 de octubre del 1934 se formó el legítimo gobierno de coalición participado por tres ministros de derechas, y la Izquierda Republicana se opuso violentamente contra ello.
    Se amordazó la prensa de marzo a julio del ´36 por la censura «derivada del estado de alarma»...
    El parlamento frente-populista destituyó, ilegal y antidemocráticamente, en marzo del ´36 al Presidente de la República, Alcalá Zamora.
    Como consta en los Diarios de Sesiones, se amenazaba de muerte a los líderes de la derecha desde los bancos comunistas. El 13 de julio del ´36 un destacamento de fuerzas de orden público, flanqueado por pistoleros comunistas y socialistas, al mando del capitán Condés de la Guardia Civil, secuestró y asesinó en su domicilio al Jefe de la Oposición José Calvo Sotelo.
    El mismísimo Presidente de la República (1932) don Niceto Alcalá Zamora en sus terribles memorias habla de la degradación de la República por la quiebra de la legalidad republicana perpetrada desde la izquierda española.

    En las «Memorias de la Pasionaria» nos cuenta que los anarquistas de la CNT y los radicales socialistas se concentraban en la Puerta del Sol madrileña al grito de: « ¡Abajo la república burguesa y viva la república soviética!»."

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  29. Una interesante Tribuna Libre que publica hoy en EL MUNDO el profesor de Historia del Pensamiento de la URJC Manuel Álvarez Tardío:

    "TRIBUNA / POLITICA|MANUEL ALVAREZ TARDIO
    La política del desconcierto

    En una publicación reciente que irritará profundamente a quienes creen a pies juntillas el aserto hayekiano de que los socialistas están distribuidos por todos los partidos, Tony Judt ha expresado una inquietud en la que, en mi opinión, reside gran parte del mejor diagnóstico que podemos hacer sobre lo que está ocurriendo a los partidos y a la política española de un tiempo a esta parte, no muy diferente, por cierto, de algunos males que aquejan a nuestros vecinos. Preocupado, con razón, por la manifiesta incapacidad que muestran las últimas generaciones de los países occidentales, incluidos nuestros representantes, para comprender el origen político del Estado del bienestar y para no caer en una tentadora, pero fraudulenta, simplificación económica de una solución que nació para resolver un problema político, Judt sugiere que no estamos bien preparados para mantener la solidez de nuestras democracias y los instrumentos públicos que han hecho posible la adecuada combinación de libertad y seguridad desde 1945 hasta hoy. Su argumento, propio de un socialdemócrata perspicaz, se centra fundamentalmente en mostrar que la victoria sobre el comunismo, con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, y el éxito económico logrado en el largo plazo por las economías occidentales, se ha traducido en un premeditado olvido del siglo XX. No quiere decir que los historiadores hayan desaparecido; tampoco que no existan monumentos, museos y diversos mecanismos para rememorar el pasado. Se refiere a algo menos impactante desde el punto de vista ceremonial pero que afecta más de lleno al ejercicio de la política y que, por tanto, es mucho más relevante para comprender la función pedagógica de la Historia: la política occidental actual se muestra arrogante en la consideración de que nuestro presente es radicalmente distinto al pasado, incluso al del siglo XX; presupone, además, que esa diferencia abismal convierte en irrelevante toda consideración histórica que no sea la referida a ciertos episodios traumáticos que debemos recordar para no caer en la tentación de repetirlos. De este modo, sólo se estaría promocionando un conocimiento fragmentario de un siglo XX que, más allá de consideraciones sobre su condición de centuria convulsa y violenta, se nos estaría escapando de las manos sin que apenas fuéramos capaces de retener el significado de las grandes pugnas ideológicas y culturales sobre las que se gestó el marco institucional en el que vivimos, el mismo que nos ha permitido disfrutar del mayor grado de libertad y prosperidad que nadie pudo imaginar antes de 1945. Tan fragmentario sería ese conocimiento que apenas existiría el siglo XX más que en el recuerdo de las víctimas, de quienes sufrieron lo peor de una Historia que nos produce una fuerte repulsa y que deseamos no ver repetida. Recordamos constantemente las víctimas y los episodios más trágicos de aquella Europa negra, por usar la expresión de Mark Mazower, pero hemos expulsado de nuestra vida política y de nuestro proyecto de educación de las nuevas generaciones una comprensión precisa de la complejidad que encierra el «olvidado siglo XX». Como nos creemos protagonistas de un presente tan cambiante y sustancialmente distinto del de nuestros abuelos, hemos dejado de creer en la necesidad de compartir un proyecto común que nos una a las generaciones pasadas y nos obligue ante las futuras. La consecuencia más evidente y a la vez nefasta de esa decisión se hace hoy patente en el terreno de la educación nacional. Así, el pasado, como escribe Judt, está perdiendo «su forma narrativa propia» y sólo cobra significado «por referencia a nuestras presentes y con frecuencia conflictivas inquietudes».

    En España, hace ya algunos años que un nuevo Gobierno tomó la decisión de adoptar una política de la «memoria» que, treinta años después de la Transición, buscaba vincular democracia y justicia histórica. Contra lo que ellos habían entendido como una deliberada política de desmemoria, tocaba ahora gobernar con el pasado bien aprendido y reservar un lugar de honor para las víctimas españolas del siglo XX. De este modo, el primer Gobierno socialista del siglo XXI aspiraba a convertirse en el Gobierno más consecuente con la idea de que la Historia debía planear sobre el presente para guiarlo.

    Sin embargo, si algo ha caracterizado esa política, como en general las grandes cuestiones de Estado en estos últimos cinco años, y especialmente la referida al desarrollo del título VIII de la Constitución, ha sido la repulsa que este renovado socialismo manifiesta hacia el pasado español contemporáneo. De hecho, se ha limitado a rescatar el pasado de la peor forma posible, conforme a una idea por completo oportunista y fragmentaria. El siglo XX español ha sido desprovisto de toda lógica interna, incluida la propia historia del PSOE. Mediante el recurso a las víctimas y los verdugos se ha perfilado una historia de buenos y malos que elimina la enorme complejidad que acompañó a la centuria.Colocando la Guerra Civil en el centro del discurso y negando toda consideración sobre el verdadero fundamento de la Transición -la autocrítica como base de la reconciliación-, el nuevo socialismo ha eliminado de un plumazo toda consideración ponderada sobre los principales fantasmas del pasado español. Y, esto es lo peor, ha permitido que predomine un discurso, propio de la izquierda extrasistema y de los nacionalistas, y cada vez más presente en la educación, que aleja a las nuevas generaciones de la verdadera naturaleza de los conflictos ideológicos y culturales que estuvieron en la base del enorme fracaso de la democracia republicana en los años treinta. No se quiere comprender por qué los españoles fueron incapaces de introducir la competencia democrática sobre bases constitucionales debidamente consensuadas; se ha optado por una simplificación que sirve a un fin ideológico inmediato, eliminando toda consideración sobre el rotundo fracaso de la democracia republicana y la cuota de responsabilidad de los republicanos y socialistas en el mismo. La complejidad de un siglo XX atravesado por la lucha entre revolución y contrarrevolución ha sido sustituida por la simple consideración de demócratas y reaccionarios, siendo los socialistas herederos de los primeros y la oposición un reducto de los segundos. La extraordinaria relevancia del proceso histórico de construcción de un Estado liberal centralizado y, por ende, garante de la igualdad civil de todos los españoles, ha sido ocultada hasta extremos grotescos, enfatizando el hecho casi caricaturesco de unas fuerzas progresistas periféricas que durante décadas habrían luchado contra un centralismo intransigente y autoritario; los socialistas habrían comprendido la verdad de las primeras y afrontado con valentía la destrucción de los últimos bastiones del segundo.

    hoy, el socialismo español del siglo XXI ha logrado liderar una política que interpreta la Constitución de 1978 como un instrumento que ha de permitir romper definitivamente con el pasado, pero de un modo que resulta inquietante. Quienes han promovido el Año de la Memoria Histórica pasarán a la Historia, paradójicamente, como los impulsores de un salto al vacío en el que ha desaparecido cualquier consideración sobre las raíces pasadas de nuestros problemas presentes. Los grandes debates y las grandes tensiones del siglo XX han pasado a la categoría de recuerdos innecesarios, salvo para colocar flores a las víctimas. Y con no poca improvisación y frivolidad, los grandes logros de la España liberal, como la igualdad civil, la unidad de mercado o la educación nacional, han sido sacrificados en el altar de los dioses nacionalistas.

    El principal grupo de la oposición tiene por delante una labor pedagógica ineludible; debería comprender y explicar cuanto antes que esa ofensiva contra la Historia de España es un acto deliberado de manipulación destinado a reforzar una posición ideológica caracterizada por ese empeño tan azañista y tan nefasto de partir de cero. Lo que está en juego no es una simple opción de gestión sino la supervivencia de una compleja trama histórica de la que resultó un modelo de Estado sin el que la democracia habría sido imposible. La política del socialismo del siglo XXI es una política ideológica, conscientemente activa en la eliminación del pasado liberal y en la simplificación de los conflictos de ideas de la contemporaneidad. Desenmascararla se hace cada vez más urgente en la medida en que la crisis económica está poniendo de relieve la necesidad de un Estado eficaz y fuerte, un tipo de Estado que será imposible de comprender y postular sin una correcta comprensión de nuestro pasado. El olvidado siglo XX volverá a estar de moda por necesidad, aunque es posible que para entonces no queden líderes políticos que lo entiendan.

    Manuel Alvarez Tardío es profesor de Historia del Pensamiento en la Universidad Rey Juan Carlos."


    (Fuente: El Mundo) -

    www.elmundo.es/opinion/tribuna-libre/2009/04/2630508.html

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  30. http://www.youtube.com/watch?v=N9WpZZuoJEs

    ""El 88% del profesorado de Madrid, Valencia y Barcelona ha tenido que huir al extranjero, abandonar España, escapar a quien más pueda. ¿Y saben ustedes por qué? Sencillamente PORQUE TEMÍAN SER ASESINADOS POR LOS ROJOS, a pesar de que muchos de los intelectuales amenazados eran tenidos POR HOMBRES DE IZQUIERDA. ¿Comprenden ustedes ahora, queridos amigos? ESTÁN EN EL EXTRANJERO, FUGITIVOS DE LA ESPAÑA ROJA: D. Ramón Menéndez Pidal; D. José Ortega y Gasset; D. Manuel García Morente, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid; Pérez de Ayala; Hernando catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid honra de la medicina europea; los doctores José e Isidoro Covisa, igualmente catedráticos de Madrid, afiliados a la política de Azaña; Sánchez Román, gran abogado, profesor de la Universidad de Madrid; Flores de Lemus, catedrático de economía política de la misma universidad; Pittalauga, catedrático de parasitología; Blas Cabrera, ex decano de la Universidad Central; Xirau, decano de la Universidad de Barcelona; Pi y Suñer, médico catalán de renombre internacional; Puig y Cadafalch, ex presidente de la mancomunidad de Cataluña y uno de los primeros arquitectos; Posada (D. Adolfo), catedrático de derecho político de la Central; Baroja; Azorín; Alberto Insúa; Agustín Calvet, director de La Vanguardia de Barcelona; Carlos Soldevila, el intelectual de Cataluña; Eugenio d´Ors; José María de Sagarra, el poeta de Barcelona; Pedro Salinas, profesor y poeta; Salvador de Madariaga; Juan Ramón Jiménez ; Jiménez Díaz, catedrático de la Facultad de medicina de Madrid; Del Río Ortega, compañero de claustro del anterior; Américo Castro, que con Ramón Gómez de la Serna y otros intelectuales, comparte en Buenos Aires, las nostalgias de la expatriación; el catedrático de ciencias químicas señor García Banús; el especialista doctor Blanco Soler; otro especialista, el doctor Madinaveitia, catedrático; Antonio Marichalar el joven y fino escritor; D. Rafael Altamira, profesor de historia; D. José Castillejo, catedrático de derecho romano en Madrid; Estelrich, el intelectual joven de la minoría parlamentaria catalana; el doctor Manuel Tapia, especial en la investigación de enfermedades infecciosas; Sebastián Miranda, escultor; Zuazo, el arquitecto; Zaragüeta, el profesor de filosofía experimental; el catedrático arabista D. Miguel Asín Palacios; el doctor Lafora, que no sé si después de su primer intento frustrado habrá conseguido ponerse a salvo ¿Qué sé yo? Podría seguir llenando cuartillas ENTRE LOS INCOMPATIBLES CON LA ESPAÑA ROJA FIGURA UN PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, D. Niceto Alcalá Zamora; un presidente de las Cortes republicanas, D. Santiago Alba; tres presidentes del Consejo de Ministros de la república; D. Joaquín Chapaprieta, D. Ricardo Samper y D. Manuel Portela Valladares; catorce ministros de la república, Viñuales (de Hacienda), Zulueta (de Estado), Maura (de Gobernación), Alvarez Mendizabal (de agricultura), Prieto Bances (de Instrucción Pública), Gabriel Franco (de Hacienda), Feced (de Agricultura), Amós Salvador (de Gobernación), Sánchez Albornoz (de Estado), Ventura Gassol (de Cultura en la Generalidad), Enrique Ramos (de Hacienda), Antonio Lara (de Hacienda y Obras Públicas), Lluhí Vallescá (de Trabajo), la flor y nata de los ex ministros y personajes de la Lliga Regionalista (Cambó, Ventosa, Rodés, Bertrán y Musitú) se encuentran fuera de la patria PODRÍA DOBLAR LA CIFRA DE FUGITIVOS "

    GREGORIO MARAÑÓN, Marino Gómez Santos, Españoles sin fronteras, Planeta, Barcelona, 1983, p.13.

    "Horas crueles las del destierro. Al llegar a Cuba, para ganarme el pan y mantener a mis viejos padres, a mis hijos y a mi hermano, todos exilados el encargado de Negocios del Gobierno de la República fue a comunicarme mi destitución como catedrático de la Universidad de Madrid . Eran los primeros días de enero de 1938. En la misma fecha habían destituido a Ortega y Gasset, a Américo Castro, a Pitaluga y a alguien más de nuestras ideas y de nuestra talla. Empezaba la barrida de los republicanos liberales".

    Claudio Sánchez Albornoz, Anecdotario político, Barcelona, Planeta, 1976, p.239.

    "Han desaparecido republicanos (muchos, por desgracia) señalados y hasta eminentes. ¿Por qué? Lo ignoro. Todos se han ido sin mi anuencia, sin mi consejo, y algunos (se los nombré), engañándome... Todos tenían con la República la obligación de servirla hasta última hora, y conmigo la de acompañarme mientras estuviese en pie".

    Manuel Azaña, Diario, 17-6-37."

    --> http://www.youtube.com/watch?v=oTXyOcKpD90


    ¿Suscribe la progresía las palabras del exiliado más insigne?

    http://www.youtube.com/watch?v=iZ-NnUA6gj8

    Las del vídeo las suscribía en los tiempos en los que fueron pronunciadas, claro, cuando no eran ellos quienes detentaban poder alguno, ni politico, ni social, ni cultural.

    La reconciliación supuesta la personifican hoy con claridad un gazpacho de energúmenos entre los que se cuentan genocidas como Carrillo, superestrellas como Garzón, hijos de jerarcas franquistas como Bermejo o hijas de jueces franquistas como De la Vega. La crema, vaya.

    Una vez aclarado en este canal que ni uno solo de los viejos republicanos de los años 20 del pasado siglo apoyó al Frente Popular (y que muchos de ellos apoyaron explícitamente a Franco), aún quedan por explicar las circunstancias en las que nuestro protagonista (insisto, el exiliado más insigne) marchó de España, el trato que el Frente Popular le dio y su muy particular visión de España y los españoles.

    Ningún progre se ha atrevido nunca a reivindicarle como lo que fue: Presidente de la II República en el exilio. Veamos por qué:

    "Durante el medioevo ningún español dejó de aspirar a hacer fortuna. Pero mientras en los cristianos esas aspiraciones se entrecruzaban con otras muchas apetencias que constituían otros tantos cauces para el derramar de su vitalidad, en la casi totalidad de los judíos el deseo de enriquecerse se convertía en meta esencial de su existencia y en radical diana de sus actos todos. Esa hipertrofia de su apetito de riqueza se producía a costa de la depresión de todas las otras posibles proyecciones de su alma."

    ESPAÑA; Un enigma histórico, p.941

    "No cabe hipertrofiar los frutos culturales de la España islamita. Nuestros escritores musulmanes no estuvieron sometidos a la crítica constructiva, sino al capricho del tirano . Recordemos la quema de libros de Ibn Hazam por orden de Al-Mutadid.

    (...) A Muchos prosistas y poetas hispano-musulmanes de muy diversos tiempos encarcelados y pereciendo ejecutados. Y las quemas ordenadas de ricas bibliotecas so pretexto de albergar libros heréticos."

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  31. "Pasó el folclore

    Alfonso USSÍA

    Se ha ido como vino, en plan aniversario. Pasó el folclore tricolor. Sea despedido con benevolencia hasta el próximo abril. La III República, dicen. Actos presididos por la bandera efímera. El día que los republicanos adopten, como en la Primera República, la Bandera de todos, quizá ganen puntos e inspiren menos risas. Italia mantuvo su Bandera eliminando de la franja blanca el escudo de los Saboya. Aquí nos pasean ese choque de colores que se muerden y que ondeó durante unos pocos años. La III República la sueñan sólo los comunistas y los falangistas. Fuerzas sociales limitadas. Barroso, el de Puerto Real, ha llamado «genocida» al Rey. Entra en el guión del folclore. Y el pelmazo de Antonio Romero busca veinticinco municipios que se adhieran a la III República española. Barroso, Romero, Anguita, Llamazares, Cayo Lara… ¿Qué hay detrás de ellos? Un fracaso. Del PCE a IU, y de IU a la III República. Un tostón. El Rey se siente más a gusto con los socialistas que con los populares, y a los socialistas les gusta más La Corona que a un tonto una tiza. La Zarzuela bulle de socialistas, y la estrategia ha dado sus frutos. Es más fácil oír una crítica amarga del Rey de boca de un duque que de un sindicalista de la UGT. Pero en cada abril, los nostálgicos de lo que no vivieron, se reúnen para entretenerse y soñar proclamaciones. Inspira cariño que nos movamos todavía entre esas sombras. ¿Más libertad? ¿Acaso llamar «genocida» al Rey y seguir siendo alcalde no es un ejemplo de libertad plena? Mi respeto a los republicanos. Pero cambien de estética. Qué antigua, qué fea y qué pesada. Menos mal que la exaltación de folclore ocupa sólo un par de días de cada abril. Y ya no pueden gritar «¡Viva Rusia!», porque en lugar del embajador de Stalin vienen los presidentes de las petroleras. Una pena.
    Escribe Raúl del Pozo que la Segunda República acabó en una guerra entre maestros y curas. Raúl sabe, y no lo escribe, que los maestros se bajaron de la Segunda República en 1934, y que los curas fueron masacrados. La imagen literaria está muy bien, pero aquello fue otra cosa. Todavía se refieren a Trevijano. Todo muy pasado. Trevijano es a la intuída Tercera República lo que el conde de Romanones al reinado de Felipe VI. Estos señores del leninismo recalcitrante no se han dado cuenta, y ya es hora, de que la Monarquía española de hoy milita en la Izquierda. Como la banca y las grandes fortunas. La Tercera e improbable República no vendría jamás de movimientos ideológicos herederos del pasado. La traerían los nobles, los agricultores y los pequeños y medianos empresarios. Lo que hoy es la clase media.
    Esta Monarquía ha funcionado admirablemente bien desde su vocación socialista. Que sea la Izquierda la que pretenda derribarla se me antoja, además de una majadería histórica, un contrasentido. Las imágenes son elocuentes. A las reuniones de las personas Reales ya no van los duques, los marqueses, los condes y los militares de alta graduación, como antaño. Ana Belén, Victor Manuel, Sabina y –muy en breve–, el Gran Wyoming, han ocupado sus espacios. Bien está que una vez al año les guste a los comunistas recordar su confuso folclore. Pero dejen en paz a una Corona que está con ellos y a la que, los que no somos como ellos, también respetamos desde nuestro útil pragmatismo."

    http://www.larazon.es/noticia/paso-el-folclore

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  32. Obviamente, la Segunda República no cuajó ni se trató en realidad de ningún periodo auténticamente democrático, pues devino en una dictadura de la izquierda republicana y marxista que ya incluso en 1934 se alzó en la revolución de asturias contra el gobierno de centro-derecha legítimamente constituido. Obviamente que la Monarquía actual caerá y los españoles tendremos la oportunidad de votar cuál será nuestro Jefe de Estado, obviamente, en un Estado republicano como existen en Francia, Alemania, Italia, EE UU, etc. Y naturalmente la 3ª república española no será como aquel experimento de 1931, sino que se hará mediante la ley, reforma constitucional, referéndum popular y con la ayuda de Europa. Una república que traiga el liberalismo y el conservadurismo típicamente europeo y occidental a España.

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  33. La Monarquía en España está herida de muerte. Es hora de una república nacional!

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